Sabremos que escribimos correctamente cuando nuestra narración llegue al lector de una manera limpia, directa y sincera. Sin pobreza verbal ni pedanterías y plasmando en el papel aquello que más se acerque a nuestra historia. Te pongo tres ejemplos de pobreza verbal:

–“Pues mire, para llegar, camina por esta calle, luego está una calle ancha, ancha, ahí da vuelta para llegar a otra calle donde hay una tienda, sigue derecho y cuando llegue a la otra calle, ahí está la tienda que busca”.

–“Te bajas al metro, ahí en el metro caminas en el metro y del lado derecho te subes al metro”.

–“Pues mira, cuando trajo la esa cosa, la prendió, luego la cosa dio de vueltas y cuando terminó le sacó las pilas. Dijo que se las pusiera, pero me da miedo moverle a esa cosa”.

¿Notas en estos 3 ejemplos la falta de vocabulario suficiente para expresar la idea? Eso explica que se repitan tanto las mismas palabras y sus derivados, lo que hace el texto monótono y casi ilegible. Solución: leer mucho, consultar más el diccionario y ordenar primero las ideas antes de escribirlas.

Pasemos ahora al otro extremo. La pedantería. Muchos escritores noveles empiezan escribiendo con un lenguaje ampuloso y carente de naturalidad. Creen que cuanto más rebuscadas sean las palabras que utilizan, cuantos más latinajos, metáforas, frases hechas y figuras retóricas ponga dentro del mismo párrafo, mayor será su excelencia. Craso error. Y para muestra este botón. La desesperación del físico Richard Feynman cuando quiso entender un artículo de un sociólogo muy pedante. Atención. Dice Feynman:

«Empecé a leer el maldito papel y mis ojos se salían de las órbitas: ¡No podía entender nada de lo que allí decía! Tenía ese sentimiento de desasosiego de “No estoy a la altura de las circunstancias”, hasta que por último me dije a mí mismo: “Voy a parar y a leer despacio una frase, de forma que pueda meditar qué demonios significa”. Así que me detuvo (al azar) y leí la frase siguiente muy despacito. No puedo recordarla con toda exactitud, pero se parecía mucho a esto: “El miembro individual de una comunidad social suele recibir su información por canales visuales simbólicos”. Lo leí una y otra vez, y acabé traduciéndolo. ¿Saben lo que significa? “La gente lee”.»

¿Qué sentido tiene escribir así? Ninguno. Solución: sé natural. La naturalidad ha de ser una de tus principales metas, junto con la exactitud, la espontaneidad y la sencillez. Lo cual no significa que escribas como hablas. Porque, como ya hemos visto antes, sería demasiado repetitivo, pobre y redundante. Ejemplo de autenticidad lo tienes en estos dos fragmentos:

“Mañana, en cuanto amanezca, iré a visitar tu tumba, papá. Me han dicho que la hierba crece salvaje entre sus grietas y que jamás lucen flores frescas sobre ella. Nadie te visita. Mamá se marchó a su tierra y tú no tenías amigos. Decían que eras tan raro… pero a mí nunca me extrañó. Pensaba entonces que tú eras un mago y que los magos eran siempre grandes solitarios”. (El Sur, Adelaida García Morales)

“Hace dos meses que te fuiste y desde hace dos meses, salvo una postal en la que me comunicabas que todavía estas viva, no he tenido noticias tuyas. Esta mañana, en el jardín me detuve largo rato ante tu rosa. Aunque estamos en pleno otoño, resalta con su color púrpura, solitaria y arrogante. ¿Te acuerdas de cuando la plantamos? Tenías diez años y hacía poco que habías leído El Principito. Te lo había regalado yo como premio por tus notas”. (Donde el corazón te lleve, Susanna Tamaro)

En definitiva, sabrás que tu texto es bueno cuando parezca fácil y espontáneo, cuando oculte al lector el duro trabajo de fabricación, cuando el personaje que aparezca sea absolutamente verosímil, cuando nos deje pensativos y con “mono” de seguir leyendo. Sabremos que estamos escribiendo correctamente cuando el lector se vea de alguna manera reflejado en nuestro relato, poema o novela y se identifique con la historia.

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