Amanecemos con un mensaje desesperado de Rivera -o de un Rivera desesperado-. «A mis compatriotas socialistas» indica la etiqueta de la botella. Imagino a un Pedro Sánchez, interrumpiendo la lectura de su libro, a golpe de cremita en la espalda, gorra de cuadros y gafas de sol, acercándose a la orilla para descorchar la botellita. Una media sonrisa y casi un suspiro al leer eso de «compatriotas», que le hace recordar tiempos en los que aparecía rodeado de una enorme bandera.

«Este Albert sabe tocarme la fibra….» masculla mientras camina hacia la sombra de un chiringuito donde va a pedir un café con hielo.

«Un americano bien frío!» le grita al camarero. La cosa estaría más bien para un cortado, pero lo yanki parece que va encajando mejor.

Rivera comienza apelando al espíritu de la Transición. Un llamamiento a la demostración de si aquello fue un oasis o el germen de una gran nación… a Pedro se le acelera el corazón, suena Wagner, de fondo en su cabeza, la cabalgata de las Valkirias.

Un escalofrío recorre su espalda, sintiendo que está siendo el protagonista de un momento histórico. De esos que saldrán en los documentales de informe semanal y llenará portadas algún día en el dominical de El País (suspira mientras se emociona al pensar que los de Cebrián le dedicarán una portada sentado junto a Begoña en un sofá de la Moncloa; la imaginación vuela y se da un paseo por las páginas a todo color en las que puede verse jugando al baloncesto, leyendo bajo la luz de una lámpara de diseño en una biblioteca repleta de libros reservados para los Presidentes de España, paseando por los jardines acompañado por su mujer mientras caen las hojas….). Todo tiene una pinta estupenda. Solamente por un instante la música del chiringuito le trae de vuelta al mundo, sorbe el café y presta atención a la melodía que hace tararear al camarero: «Ese fuego por dentro me está enloqueciendooooo, Me va saturandooooo…. Bailandooooooo….. Yo quiero estar contigoooooo».

A lo lejos, Begoña, tumbada bajo el sol, soñando con lo mismo que él. Pensando ya en la decoración de cada parte del palacio, en las fotos para los reportajes, en ser la primera dama de España…

Sigue leyendo. Albert le menciona a Felipe y Pedro aprieta los labios murmurando algo que parece no ser un piropo. Se paran las Valkirias, se para Enrique Iglesias, se enfría el café. Resuena una voz en off conocida, que dice algo así como que «lo único responsable que se ha hecho desde las elecciones ha sido la propuesta de los seis puntos de Rivera». Los ojos de Pedro se nublan, una especie de tristeza mezclada con rabia le invade. Pero rápidamente vuelve al papel, ya ha superado la puñalada de estos días; respira hondo, y continúa. «En plazas peores he toreado, fíjate qué bien aguanté el tirón con Susana» -se dice para darse ánimos-,

Sigue leyendo y saborea las dulces palabras en las que Rivera le reconoce su altura de miras, su capacidad de estadista, su gran labor durante el pacto que firmaron hace unos meses. «Doscientas medidas» que fueron capaces de acordar, dice Rivera. Pedro reoznga, porque recuerda que le cayeron por todas partes -vuelven las Valkirias mientras suspira profundamente y su mirada se pierde-: «Ay, Albert, qué bien me la colaste, el ochenta por ciento de tu programa me lo comí con patatas, incluido el contrato único dichoso -y mira que me costó convencer a los míos porque no lo entendía ni yo- a cambio de tus negociaciones con el PP para que nos apoyasen… ¡con lo bien que lo teníamos montado, Albert! Yo de Presidente, tú de Vicepresidente…. qué bonita imagen… y Pablo mirándonos desde su escaño… ¡Qué cerquita estuvimos, ay!»

Las siguientes líneas pasan volando…. y Pedro las lee de corrido murmurando algunas que suenan como un «bla, elecciones, bla, respeto, bla bla, inmobilismo, bla bla, yo no te voy a decir lo que tienes que hacer pero deberías…. bla bla bla…..» y de pronto para en seco cuando Rivera dice: «Para Ciudadanos, pensando solo en nuestro interés partidista y vista la pasividad y falta de determinación de Rajoy, lo más cómodo sería usar nuestros 32 escaños para votar no al actual presidente en funciones, aunque quedara bloqueada España»…. y entonces una carcajada llega hasta Begoña que se gira, baja sus gafas y tapando el sol con su mano, le grita «¿Va todo bien, cariño?». «Muy fuerte lo que estoy leyendo, Bego, te vas a partir de risa cuando lo veas», le contesta Pedro.

Respira hondo, termina el café, y con cierto amargor en la boca llega al párrafo final, donde un jarro helado le cae encima. No da crédito. Lo lee, lo relee. Cada línea, cada frase. Entra en un bucle: «un ilustre socialista me dijo un día; ILUSTRE; socialista; ME; ilustre; DIJO; liderazgo; PAIS….»

No puede evitarlo, y mientras Begoña se acerca, Pedro levanta la mirada del papel, clava sus ojos en la papelera mientras encesta la botella, y grita «¡la madre que le parió!, te lo dije, me la están jugando por detrás, mira, mira aquí, lee Bego, lee:»Espero y deseo que los actuales dirigentes socialistas piensen más en nuestro país y en nuestros compatriotas y menos en quién liderará su partido en un futuro.»

– «¿Otro cafelito, jefe?» le grita el camarero.

– «Sí, pero esta vez que sea cortado y con azúcar».

Mientras tanto, Begoña abre el bote de crema y entre suspiros, tararea… «qué tiene la zarzamora que a todas horaaaas, llora que llora… por los rincooooones…. ella que siempre reía y presumía de que partía los corazoooones…..»

1 COMENTARIO

  1. «inmobilismo» no existe. Del verbo moverse «inmoVilizar». inmovilismo
    nombre masculino
    Actitud de oposición o rechazo a las innovaciones que afecten a lo ya establecido.
    «se queja del inmovilismo de nuestra burocracia; Carmen Martín Gaite es autora, entre otras, de dos excelentes obras, «Entre visillos» (1957) y «Ritmo lento» (1962), en las que se examina el inmovilismo de la vida provinciana española»

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