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Responsabilidades

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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El Charco

 

El gran charco seguía en el camino. Ese gran agujero que llevaba allí desde tiempos inmemoriales. El charco que en cada verano sólo era un bache, sin agua, y que todos los años, una vez acabada la cosecha, Felipe prometía reparar. Sólo era cuestión de voluntad. Total, sólo había que llegarse a la cuadra, coger las colleras, ponérselas a los mulos, enganchar el carro, acercarse al arenal, cargar el carro con cascajo, volver al camino de entrada y vaciar el carro dentro del bache, regarlo un poquito y pasarle la piedra rodillo para atestarlo de forma que no volviera a levantarse.

Algo tan sencillo de reparar, llevaba allí un par de lustros y ya fuera por pereza, por dejadez o simplemente porque siempre servía de disculpa, en las innumerables averías que le sucedían al carro, el asqueroso charco de octubre a mayo, allí seguía en mitad del camino.

Felipe, además sufría fuertes dolores de espalda que a veces le postraban en cama hasta un mes. Cuando visitaba a Don Marcial, el médico del pueblo, siempre acababan hablando de su lumbalgia y de las posibles soluciones. Felipe clamaba al cielo y le decía al doctor no entender por qué tan tremendo castigo. Don Marcial, siempre, medio en broma medio en serio, le acababa diciendo lo mismo: “¡el bache, Felipe, el bache!”.

Pero no eran sólo averías las que el lodazal de la entrada le provocaban a la familia de Felipe. La primera consecuencia de su pasividad y de no haberlo arreglado cuando sólo era un pequeño hoyuelo en la calzada, fue la cojera permanente de su hijo menor. Hacía ya tiempo que el socavón era algo más que un salto en el camino para el carro, cuando Felipín, el hijo menor de Felipe, se puso de pie en el pescante del carro, justo en el momento que la rueda tropezaba con el agujero. El niño, cayó del carro, con tan mala suerte que el pie se le quedó atrapado entre las zapatas de madera que servían de freno al carro y acabó con el tobillo partido en tres. Nunca se recuperó del todo y la cojera era evidente. Para Felipe, no eran su dejadez y su desidia para arreglar el maldito boquete, las causantes de la cojera de su hijo, sino dios todopoderoso que les estaba castigando, aunque no supieran la razón.

También, el dichoso socavón le propiciaba importantes pérdidas económicas. Más de una vez, al volver de noche, extenuado por una larga jornada de trabajo yendo al molino, a Felipe se le olivada el puñetero badén que, con la velocidad, hacía trastabillar todo el carruaje. En una ocasión en la que los mulos iban más deprisa de lo debido, el carro acabó volcando y esparciendo la harina de los sacos por el lodazal, haciendo inservible no sólo el trabajo de toda una jornada sino además echando por tierra el valor económico de lo molido.

Algo tan sencillo de solucionar, tan evidente, era sin embargo invisible para Felipe, que, aunque sabía que el bache estaba allí y que era un problema, (sino ¿por qué reducía la velocidad cada vez que pasaba por allí?), se negaba a repararle y a hacerse responsable de todo lo que sucedía a consecuencia de los botes del carro y prefería buscar un ser invisible, un enemigo mucho más lejano y difícil de controlar, un ser inexistente al que cargarle con sus desgracias. Para él era más fácil cagarse en dios cada vez que sucedía alguna tragedia, que aplicarse una mañana y uncir los machos de una puñetera vez para ir a cargar la grava con la que acabar con el problema definitivamente.

 


 

Responsabilidades

 

Leía el otro día un twit de Helena Resano, presentadora de la Sexta Noticias, que decía:

Este twit y algunas noticias y comentarios que se hacen en los medios de incomunicación y aborregamiento de las masas, y que no están sujetos digamos a la “autocensura” sin la cual podrían acabar con el puesto de trabajo de quiénes los hacen, porque, aun formando parte de la misma causa, se «venden» como problemas ajenos al hijoputismo y por tanto libres en su exposición, me enfadan bastante por su cinismo en algunas ocasiones o falta de concienciación, a tratarlo como un hecho aislado, en otras.

Es evidente que las mujeres cobran menos que los hombres. Como también lo es que es complicado, por no decir imposible, que una mujer acabe llegando a dirigir el Consejo de Administración de una empresa porque en esta sociedad hecha por y para el hombre.

Sin embargo, me llama la atención que, quién ve este problema (y otros) hasta el punto de mostrarlo de forma tan clara al resto de personas, no sea capaz de ver que seguir las directrices, o autocensurarse para no perder el trabajo o simplemente actuar de convidado de piedra en esa correa de transmisión de los infumables noticiarios que, por ejemplo, se preguntan de dónde viene el patrimonio de Carma Forcarell, pero no dedican ni un sólo segundo a la fuente de los cuatrocientos mil euros de fianza de Ignacio González o de hacerse preguntas sobre la procedencia del chalet dónde reside y del Jaguar que fue a buscarle a la puerta de la cárcel, es la causa principal no sólo del machismo que padecemos sino de la mayor parte de los problemas de justicia social que tiene este sistema joputistaliberal.

Porque está muy bien denunciar el machismo, mostrar en el noticiario la vida de un niño refugiado en un campo de concentración en Turquía, llenar a la gente de zozobra por la muerte de un paciente mientras esperaba que le llegara su turno en la lista de espera sanitaria o contar la historia de quién en 1936 fue asesinado por los falangistas por el «tremendo delito» de haberle pedido a su vecino que, el carro de leña con el que iba a ganar dos perras gordas, se lo dejara a él que estaba más necesitado. Todo eso no sirve de nada si luego te dedicas a desinformar, a contar medias verdades o a ocultar la realidad de quiénes con sus normativas, leyes, sus asaltos a la independencia judicial o sus fraudulentas campañas electorales, son los causantes no sólo del machismo, sino de la minoración en los fondos de lucha contra la violencia de género. No sirve de nada si los causantes de que existan los campos de refugiados, de impedir que esa pobre gente pueda llegar a nuestro mundo en busca de una vida mejor, no sólo no son acusados y puestos en evidencia en sus servicios deformativos, sino que además se les siegue el juego y no se cuestione, por ejemplo, la idoneidad, de un premio a la concordia que además de inmerecido, sirve para ocultar el fascismo de un gobierno. Como tampoco sirve de nada contar la historia de Maria Luisa, a la que el médico de familia le ha mandado al especialista por un bulto en el pecho y le han dado cita para dentro de ocho meses, si luego nos dedicamos a impedir que quiénes están detrás de la destrucción de la sanidad pública y de hacer de ella un negocio para los amigos, sigan gobernando gracias a la manipulación mediática. Y por supuesto que de poco sirve contar las atrocidades llevadas a cabo por los fascistas en el 36 si ahora, nos dedicamos a poner eufemismos al nazismo y a equiparar a los violentos fascistas con quiénes salen a la calle a luchar de forma pacífica por nuestros derechos.

Debemos empezar a cuestionar la idoneidad de que, quiénes alimentan al monstruo, puedan tener destellos de queja. Debemos comenzar a ser conscientes de la distribución efectiva de culpabilidades. Es el bache el que acaba partiendo el eje del carro, el que ha dejado cojo a Felipín, sí. Pero también lo es su padre por la desidia en arreglarlo y por su torpeza en desfogarse con dios en lugar de asumir la responsabilidad por su pereza.

No sólo es culpable el PP de la corrupción, del deterioro sanitario y de la masificación de la educación. No sólo el PP es culpable de haber acabado con la independencia judicial a través de una reforma a medida y del nombramiento de jueces “idóneos”. No sólo el PP es culpable de la reforma laboral que ha llevado a uno de cada cuatro trabajadores a la miseria social. No sólo el PP es culpable de las devoluciones en caliente, de la violencia policial en Cataluña o de los 90.000 millones que nos cuesta anualmente la corrupción. Quienes se dedican a mantener en el gobierno a esta gente, a reírles las gracias, a apoyarles en sus desmanes y a aprobar sus medidas empobrecedoras sabiendo además, que lo son, y todo por no poner en peligro su status, son igual de culpables que los propios corruptos. Quiénes se acogen al odio y se enfundan las banderas porque saben que eso les da réditos electorales, quiénes manipulan, ocultan, difuminan y camuflan la realidad, quiénes venden opinión como noticia, también son culpables de estas situaciones.

Quiénes dan publicidad y alienta la pelegrina idea de que, como ya no hay enemigo bastante entre nosotros, hay que crear un monstruo superior, digamos Rusia, en el que confluyan miedos y repulsas para que la gente se olvide del bache en la calle que le impide comer y expresarse en libertad, también son culpables.

Quizá hasta yo también lo sea por no saber expresarme como quisiera y por sacar siempre a colación lo peor de esta sociedad de cínicos, catetos, memos y maleantes, olvidando que también hay personas maravillosas, luchadores incansables y mujeres inconformistas que, gracias a su lucha, nos abren otros caminos.

Debe ser duro tener que autocensurarse para poder comer. Pero más duro es dejarles sin futuro a tus hijos por no haber sabido decir basta.

Insisto en la necesidad de ilegalizar al partido de la corrupción. Indicios y base legal hay más que suficientes. Aquí se recogen firmas para ello.

 

Salud, república, laicidad y más escuelas.

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3 COMENTARIOS

  1. Suelo encolerizarme cuando observo esa forma de descripción de la realidad por parte de los medios sin que pongan el foco en sus posibles causas. Es decir, nos llenan de “lo qué” pero sin acompañarlo del “porqué”. Inciden en lo evidente de una situación pero ni por asomo apuntan al origen de la misma. Es un modo de “normalizar” lo que de ningún modo lo es.
    Recordando lo que dice Noam Chomsky acerca de que la gente ni siquiera es consciente de que no saben lo que le están haciendo y como se les manipula, uno se pregunta hasta qué punto podemos culpabilizar a quienes son fruto de esa manipulación.
    Y sin embargo, algo ha de poderse hacer para que quienes nos hemos caído del guindo, tiempo ha, no tengamos que soportar en carne propia las decisiones de tanto inconsciente con patas.
    Del mismo modo que el desconocimiento de una ley no te exime de su cumplimiento, por qué no culpabilizar a quienes no ven la relación causa-efecto de cuanto ocurre porque puede más la manipulación que el uso de la cabeza?
    Magnífico, Jesús.

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