Tiempos grises estos que nos ha tocado vivir y en los que hay que recordar lo obvio. Tiempos extraños donde buena parte de la supuesta izquierda institucional, ante el fracaso brutal de los “neocons” y de sus políticas neoliberales, no sólo no busca un nuevo paradigma; es que ni rescata siquiera pensadores como Marx o Keynes, pensadores a los que alegremente abandonó.

Por ello, y sobre todo frente a ello, recordaremos algunas nociones básicas. Y empezaremos por el concepto de Plusvalía de Marx, que se define como la diferencia entre el valor incorporado por un trabajador a un producto con su trabajo y el salario que se le paga por ese trabajo, que siempre es menor al valor incorporado con el mismo. En segundo lugar, conviene recordar que desde 1980 la productividad, según la OIT, ha crecido el doble que los salarios medios. Esto, supone, hablando en plata, que las plusvalías se han disparado, así como los beneficios de las grandes corporaciones y los salarios de los altos ejecutivos, que suponen en nuestro país 53 veces el salario mínimo interprofesional y que no han hecho otra cosa que incrementarse. Unamos a todo ello el aumento brutal del desempleo, los hachazos a las políticas redistributivas y compensatorias que se encarnan en el menguante Estado de Bienestar y una crisis que ya es la depresión económica más grave desde la que supuso el crack del 29, y de la que la salida ni está ni se la espera, y tendremos el retrato completo.

Pues bien, ¿qué hacer ante esta situación? Sin duda, desde una óptica de izquierdas, y a falta de un nuevo paradigma, buscar la solución en Marx y Keynes. Así, lo primero que debería plantearse es la necesidad de repartir el trabajo y mantener al mismo tiempo e incluso incrementar los salarios medios. Es decir, reducir Plusvalías. Y es que, si somos mínimamente rigurosos, concluiremos que la necesidad de invertir en I+D tiene un efecto limitado en economías como las occidentales donde el 70 % de la población activa trabaja en el sector terciario. Y la I+D en el sector servicios tiene unos efectos limitados sobre el empleo. Al mismo tiempo, sin duda, se debe repensar la globalización, y hacerla efectiva sobre los intereses de los trabajadores de los países occidentales y del antiguo Tercer Mundo, no sobre los intereses de unas grandes corporaciones que obtienen unos beneficios fabulosos con la explotación de mano de obra esclava y la deslocalización. ¿Tan difícil es empezar a pensar en esto? ¿Tan difícil es volver a tirar de la demanda interna? ¿Verdad que no? Entonces, ¿por qué no se plantea?

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