Toda narración es de alguna forma autobiográfica. Kafka dijo una vez: “Mi novela sigue avanzando aunque sea lentamente, sólo que su rostro se parece de manera horrible al mío…”. Juan José Millas asegura que escribir no es otra cosa que manejar obsesiones. La suya, por ejemplo, es la búsqueda de la identidad. En muchas de sus novelas, sus personajes son escritores que investigan sobre su identidad personal, como si fueran metáforas de sí mismo.

Gabriel García Márquez tenía, al menos, un decálogo de obsesiones que repitió en cada una de sus obras: el amor, la soledad, la irrealidad, la muerte, el honor y la venganza, el tiempo, la historia, la pasión, el humor y la ironía, el poder… Sobre todo la irrealidad, la fantasía o, como los críticos llamaron después, el realismo mágico:

“[…] mi abuela me contaba de niño la leyenda de una marquesita de doce años cuya cabellera le arrastraba como una cola de novia, que había muerto del mal de rabia por el mordisco de un perro, y era venerada en los pueblos del Caribe por sus muchos milagros. La idea de que esa tumba pudiera ser la suya fue mi noticia de aquel día, y el origen de este libro”. (Del amor y otros demonios, 1994)

Una de las obsesiones literarias de Claudia Piñeiro es la muerte, que vuelve a aparecer en su obra Una historia pequeña. “Hay temas que a los escritores se nos repiten permanentemente, y la muerte se repite en todo lo que escribo, pero también el encierro, la hipocresía, la figuración de determinadas clases sociales por aparentar, el juzgar a los demás”, explica la finalista del Premio Planeta Argentina 2003.

Vila-Matas acabó reconociendo que abordaba siempre los mismos temas como la impostura, el fracaso, la desaparición, el suicidio, el silencio en la escritura o “la espera ante el abismo”. La obra del gran escritor Iván Silén gira en torno a una temática fija, con independencia del género que escoja: los traumas de la infancia, el despertar de la sexualidad, la ambivalente figura materna, el fracaso de la relación de pareja, la presentación crítica de la sociedad portorriqueña bajo el dominio de los EEUU, la persecución política, la injusticia social, los males del colonialismo, el racismo…

Mientras que el mundo literario de Javier Tomeo se centra en el de las anomalías –que el denominaba “psicopatías”–, las duplicaciones, los monstruos, las bestias, la cojera y ceguera; y como principales temas, la soledad, la incomunicación, el absurdo, el humor negro y el horror.

Para Carlos Fonseca,”la novela es una especie de muñeca rusa donde van a parar todas mis obsesiones y dentro de la cual el escritor puede redefinir lo que para él significa el arte. El escritor debe canibalizar las demás artes y convertirlas en lenguaje”. En Juan Marsé, por ejemplo, se repiten los temas de la figura ausente del padre, el cine como forma de conjurar la miseria, la brutalidad del poder franquista, la memoria estafada de los vencidos y el erotismo mezclado con la sordidez.

En fin, la lista de escritores que repiten tema es infinita, lo que no significa que cuenten la misma historia. Ya que no se trata de recurrir permanentemente a la propia biografía para escribir un relato, sino de crear mecanismos de distanciamiento entre uno mismo y la leyenda, anécdota, fábula urbana, mito, cuento, etc., que se pretende contar. Si tienes ese problema –no el de repetir tema como el de repetir historia– debes analizar primero tu escritura y evitar volver a la misma escena, a los mismos personajes y a los mismos conflictos. Y sobre todo, mirar más a tu alrededor.

Haz como la escritora Espido Freire, cada vez que prepara la historia de un nuevo libro: “Para poder escribir una novela, el trabajo que estoy haciendo continuamente es mental. Es decir, estoy hablando y cuando me callo hay historias que están ocurriendo a mi alrededor, en la calle, y ése es realmente el trabajo. Observar. En escribirlo no se tarda nada…”

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