La explicación de lo inexplicable puede partir de una duda genuina o del intento de construir una traición al electorado. El discurso que se plantea en estos momentos cruciales, por parte de las fuerzas políticas, está eludiendo el tratamiento de las cuestiones fundamentales que van a condicionar el futuro de España. El fracaso del sistema constitucional sería el mal menor a tratar para los que defienden la figura monárquica. Porque su función se ha mostrado inútil para actuar en la consolidación de la vigencia del Estado Democrático. Se debe afrontar seriamente un replanteo de las reglas de juego del sistema o, su propia existencia, se pondrá en cuestión. Eso sí que sería romper España. De su fracaso.

La conspiración que transgredió el reglamento para incluir a Ciudadanos o la inclusión de “votos fantasma” en la elección de la presidencia del Congreso, poco tienen que ver con la limpieza y transparencia democrática. El electorado no está para ello.

El presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, el del Alvia, de los amigos narcos, de las privatizaciones y de la decadencia de Galicia, le ha pedido al líder socialista, Pedro Sánchez, que acate lo que los distintos «líderes históricos» del PSOE que le han indicado para favorecer la investidura de Rajoy. En sus palabra:»En cualquier otro país de la UE, el PSOE ya hubiese mantenido un compromiso de abstención para que gobierne la lista más votada», para asegurar que «… si Rajoy llega a obtener los resultados de Sánchez, y viceversa, el presidente del PP hubiese presentado su dimisión». Lo cual, conociendo a don Mariano, hubiese sido altamente improbable. Mucho de farsa, que así entiende la política el magnífico Feijoo.

La presión como método puede ser un modo habitual en política. Pero las circunstancias actuales van más allá de lo partidista, lo sectorial o lo estrictamente vinculado a la permanencia de algunos dirigentes en sus cargos. De lo que hablamos es del futuro inmediato de España, cuya capacidad de negociación en el contexto internacional se ha reducido notablemente gracias al trabajo de destrucción que el PP ha llevado a cabo estas dos últimas legislaturas. Sí, así es, en el breve período en funciones de la anterior, también nos ha comprometido por fuera del control parlamentario, demostrando una subordinación a Berlín y Bruselas muy superior a la que la cámara de representación ciudadana tiene en relación al ejecutivo.

Las amenazas del apocalipsis en el sistema de la seguridad social, de la desinversión en la promoción tecnológica, del sometimiento de la economía a los dictados de los oligopolios energéticos y financieros. Tanto como a la deserción del Estado en cuestiones vitales para la paz social, como la sanidad, la dependencia, por ejemplo. Sólo dejan a las claras que se sigue despreciando al conjunto de los españoles. Incluidos los pensionistas que han votado al señor Rajoy, para cumplir un plan preciso y opaco que responde a otros intereses, entre el que está desarticular el sistema público de pensiones, gracias a la merma en la recaudación por obra de una reforma laboral salvaje. Todo, además, gracias a la necesaria labor entusiasta de los medios de prensa, dispuestos a decirnos que no es cierto lo que dicen nuestros bolsillos. Que no es real lo que ocurre con los excluidos. Que esta es una España mejor. Que esto es lo que habrá. Que si vienen los comunistas y los podemitas, nos robarán las casas y nos faltará el pan y el papel higiénico. Que el PP es quién debe gobernar por la gracia de Dios… y por el imperativo de Berlín. Que lo contrario es el abismo de una prima de riesgo inasumible. Que el corralito, no el que pretenden imponer con la retroactividad de las cláusulas suelo, sino de nuestros ahorros, se hará inevitable. Todo será saqueado por las hordas que han entrado al parlamento. Que el señor Rajoy tiene que ser elegido. Sí o sí.

En la anterior legislatura se nos repitió una y otra vez desde el entorno del líder del PSOE, que se debería optar por “el mestizaje del cambio”. Este incluía a Ciudadanos de Rivera y Garicano. Jordi Sevilla, un apostol de la Tercera Vía, desaparecido por cierto, así lo impusieron. De aquellos polvos estos lodos. Lodos, como la insistencia de Rivera fuera de sí, en su tarea en promover la investidura de Rajoy, que va de dirigir al Rey, hasta presionar a Sánchez a que se abstenga. Para eso fue encumbrado. Se lo está ganando. De allí su posición en la mesa del Congreso. Justo precio a su labor.

En tanto, para el “mal de España”, no hay una agenda sería y pública de reuniones de análisis y documentos serios de gobernabilidad. Tampoco el esfuerzo por superar los enconos personales para llegar al territorio en el que los estadistas se ponen de acuerdo por el “bien de España”. Los ciudadanos estamos en un estado agudo de indefensión como consecuencia de la ineptitud o las malas artes de un parlamentarismo mezquino o negligente.

Sería el fracaso de España.

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