Boris Pérez había conseguido presupuesto para contratar a su propio equipo de investigación. Sus logros obtenidos en el estudio del cáncer, le proporcionaron la financiación suficiente para incorporar a tres médicos a su laboratorio. Los de Recursos Humanos tenían preparada una preselección y Boris leía en su mesa una lista de diez candidatos para elegir a tres de ellos. “Si usted quiere completamos el proceso”, le dijeron. Pero Boris prefirió establecer sus propias pruebas de selección que, según cuentan, fueron las siguientes.
Los candidatos recibieron instrucciones para la primera prueba. Cada uno debía estar, a una hora diferente, en una parada de autobús, montarse en una línea determinada y llegar a la oficina donde le abonarían el dinero del billete. Boris hacía el mismo viaje. No se identificaba pero veía el comportamiento de cada uno. Así descartó a tres. Un descarte fue por llegar en taxi a la oficina y plantear lo absurdo de la prueba. Otro por sentarse en uno de los asientos reservados a personas con movilidad reducida, y no cederlo a una señora mayor que viajó de pie. El último descarte había generado problemas en la cola del autobús al pretender colarse.
La segunda prueba consistía en ir a una hora determinada al mercado y comprar alimentos en unos puestos establecidos. Después debían llevar la compra a la oficina donde se les abonaría lo gastado. Uno de los candidatos se negó a hacer la prueba. Dijo que iba a trabajar como investigador, y no a hacer la compra de nadie. Las personas que atendieron en el mercado a los seis restantes hicieron la selección. Tres candidatos habían destacado por su amabilidad con los vendedores y con los demás clientes. Fueron los contratados.
Boris dijo que los diez preseleccionados eran muy buenos, pero lo que él buscaba era que fuesen recursos para la investigación y sobre todo, que fueran humanos, de humanidad. Con el tiempo Boris obtuvo el premio Nobel, y siempre eligió a sus colaboradores con técnicas como estas. Recursos y humanos.