Mira que me había prometido a mí misma que de este tema no hablaría porque está lleno de tópicos y, además, muy manido. Pero somos débiles, la actualidad manda y hechos como este, por mucho que algunos no queramos prestarle excesiva atención, se imponen. Es lo que tiene vivir en sociedad. Nada nos debe ser ajeno.

Parto de no ser aficionada, pero creo que es un demérito propio porque la afición va creciendo y, sobre todo, ignorar el fenómeno social que supone nos hace parecer seres minoritarios y hasta extraños. Pero la verdad, nunca deja de sorprenderme. Cada vez ocupa más espacios en la comunicación, la de los medios y la social, y aunque solo sea por eso tiene un claro papel socializador. Intentaré citar algunas de las cuestiones que, personalmente, más me llaman la atención.

Como no aficionada no he transmitido ni consciente, ni creo que inconscientemente, nada a mis hijos sobre el fútbol, pero he comprobado que eso no es determinante. Nadie vive al margen.

Como seguidora de la actualidad a través de los medios de comunicación, veo que cualquier medio generalista prima los eventos futbolísticos sobre cualquier otra actualidad.

Como trabajadora, en esos “días clave”, oigo varias veces al día la necesidad de finalizar o ajustar la actividad laboral o el quehacer diario para ver el partido correspondiente.

En cualquier conversación entre amigos o conocidos también se recuerda el evento y cada uno nos cuenta qué o cómo va a verlo y hasta por qué lo hace en un lugar determinado.

Los términos como partido u ocasión «histórica» son como algunas operaciones policiales o redadas: la última siempre bate el récord anterior.

Las cantidades económicas que se manejan o mueven llegan a ser mareantes. ¡Cuántas instituciones y organizaciones soñarían con la décima parte en sus presupuestos!

Y para no aburrir más, y no porque no haya más elementos llamativos, cualquier niño, preferentemente varón, que viva en países subdesarrollados conoce a los equipos y a sus jugadores, pese a la diferencia abismal entre sus ambientes sociales.

Estos aspectos llaman la atención pero los hay que, además, deberían preocuparnos.

Es el caso de la peligrosa violencia que se constata en todos los niveles competitivos de este deporte, ya sea entre aficionados radicales de equipos de Primera División o en equipos infantiles con la anuencia de los adultos responsables.

Cualquier persona con una mínima conciencia social debería escandalizarse ante las ganancias de los jugadores de élite frente a lo que son nuestros indicadores, llámese salario base, IPREM, pensiones, rentas básicas o sueldos de profesionales, vitales en la sociedad, como profesores, sanitarios, cuerpos de seguridad y protección civil, investigadores, etc. Entre estos profesionales también los hay de élite, pero su salario no tiene relación directa.

Cuando viajamos y se nos pregunta por nuestro origen es frecuente la asociación de España con equipos de fútbol o jugadores, frente a los miles de méritos que tiene nuestro país para ser mundialmente conocido.

Cuando crece el euroescepticismo y estamos preocupados por fenómenos como el Brexit, vemos que la libre circulación de personas en el caso de los futbolistas pasa a ser libre comercio. Tranquilidad, porque nadie negará un traspaso  millonario entre clubes.

Pero, en fin, vale ya de preocupaciones. No podemos ni queremos evitarlo pero sí debemos hacer algo para que el fútbol no nos avergüence en ningún aspecto y especialmente para que sirva como elemento de cohesión social. No me pregunten el cómo porque es muy complejo, pero por algo se empieza. Aliémonos con él como fenómeno social para destacar su parte positiva y, dado su carácter transversal, debemos implicarnos todos para que lo que debe ser una sana afición, no se asocie a esos elementos antisociales.

Es uno de los mejores ejemplos del valor del trabajo, de la entrega, de la constancia del equipo frente al individuo. De la recompensa por la calidad, por las cosas bien hechas.

Es una forma habitual de disfrutar del ocio con los amigos o de acompañar y mitigar la soledad.

La violencia debe ser repudiada, como lo hacen la inmensa mayoría de los  ciudadanos cuando se habla de otro tipo como la ejercida hacia los menores o hacia las mujeres. 

No debemos olvidar la exigencia de retribuciones justas, comenzando por las categorías inferiores, y aunque es obligado respetar la libre competencia, no perdamos el derecho a sorprendernos con las cifras astronómicas que se manejan.

Y tanto o más importante me parece exigir la contribución fiscal correspondiente. Igual que lo es para cualquier ciudadano, con más motivo debe ser extensiva a las grandes figuras, especialmente por su valor ejemplarizante. La afición y admiración por un deportista no puede transformarse en benevolencia ante el fraude. Las diferencias salariales y el distinto trato fiscal en base a argucias quiebran el principio más importante de una sociedad, que es la contribución al estado de bienestar social en función de rentas, y consolidan un estado de desigualdad social.

Podríamos seguir y cada uno añadiría algo más. Yo solo quiero que cuando se oye en las calles, bares, domicilios y medios de comunicación, al unísono, “GOOOOOL”, todos nos sintamos orgullosos.

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Nací en Toro (zamora) hija de"maestros de escuela", de esos que solo aspiraban a desarrollar su vocación y eso era era el centro de su vida. Licenciada en Medicina por la Universidad de Salamanca, por creer en un sueño. Sueño que, pese a ejercer pocos años, marcó mi interés por ayudar a las personas y, por ende, a la sociedad. En la Administración Sanitaria, he ejercicio como Inspector médico, y he sido directora del Hospital de los Montalvos en Salamanca. También he sido Directora General de Salud Pública de la Consejería de Sanidad de Castilla y León . Como actividad política he sido Consejera de Familia e Igualdad de Oportunidades, alcaldesa de Zamora y Consejera de Empleo, portavoz y Vicepresidenta de la Junta de Castilla y León. Esta es mi vida profesional, pero la que de verdad me mueve es la personal, la del compromiso social. He trabajado en el mundo de la Cooperación Internacional, tanto en la parte asistencial y social, como la destinada al Desarrollo. En este sentido, he colaborado especialmente con los saharahui en Tindouf (Argelia) y colaborado con otros proyectos en Etiopía, República Dominicana, India y Perú. Las dos vidas han sido paralelas y complementarias, aunque estoy segura que esta última es la más necesaria.

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