That is the question. Porque el PSOE, después de la victoria de Pedro Sánchez en las elecciones primarias, se ha quedado dividido en varios grupos. El primero de ellos, el ganador, que supone muy poco más del 50%, es un grupo algo heterogéneo que, como factor común, tiene el hecho de que obviamente todos han votado a Pedro Sánchez, pero en su interior conviven socialistas de izquierda, para mí los menos, que sería lo que queda de Izquierda Socialista, y seguidores del Secretario General “in pectore”, compuesto por una amalgama de personas que han votado en contra del viejo aparato, a nivel nacional, regional, o los dos a la vez. Es gente variopinta que, lo mismo que han optado por Pedro Sánchez, en su federación son seguidores acérrimos de un secretario general que se encuentra en las antípodas ideológicas del madrileño.

El otro 50%, es aún más variado, y está formado por militantes seguidores de la vieja guardia: Felipe González, Alfonso Guerra, etc., que le tiene miedo a los experimentos como el de las primarias o las consultas a los militantes; gente de Susana Díaz, fundamentalmente en la federación socialista más fuerte que es la andaluza; y, por último, el sector de Patxi López, al que se ha incorporado gente que formaría la tercera vía, pero también oportunistas que no han querido significarse del todo, porque desde esta opción podrían incorporarse después al grupo ganador sin muchos problemas.

¿Qué va a hacer Pedro Sánchez con este amplio y policromado colectivo? Por lo pronto, a nivel federal, sólo va a contar con sus fieles seguidores y, al menos de momento, con la excepción del líder de la minoría, Patxi López, que se está tomando las cosas con calma antes de dar su sí o su no al Secretario General que le ha ofrecido un puesto de peso en la Ejecutiva. ¿tirará para adelante Pedro Sánchez dejando atrás al resto de la organización?, ¿o contará con la otra parte rebajando su proyecto político?

Es evidente que, los perdedores, entre los que cunde el desánimo, no le van a poner reparo a Pedro Sánchez para que conforme una Comisión Ejecutiva a su medida, ni para que se incluyan las enmiendas que proponga a la Ponencia Marco.

¿Pero qué pasará cuando los derrotados recarguen sus pilas y se celebren los congresos regionales?, ¿van a seguir dejando que el Secretario General siga imponiendo personas e ideas?, ¿o le van a plantar cara pensando que los llamados barones, a los que les puede importar menos la cuestión nacional, pero no la regional porque en ella reside su poder institucional: comunidades autónomas y alcaldías; es decir, los sillones, o si se quiere los puestos de trabajo que algunos los necesitan como agua de mayo? ¿Alguien se piensa que los Ximo Puig, Fernández Vara, etc., van a dejar que Pedro Sánchez les imponga a su gente?, ¿o lo más probable es que nos encontremos con otras 17 batallas más en las que se dirima quiénes van a ostentar el poder regional?

Todo lo expuesto es a nivel estratégico, pero es más importante lo que ocurra a nivel ideológico, porque lo que sí que se observa es algo bastante peligroso: ninguna de los sectores del PSOE sigue viendo con buenos ojos a Unidos Podemos. Los perdedores, más centrados, prefieren acuerdos con Ciudadanos y, llegado el caso, la Gran Coalición con el PP. Los ganadores, como si estuvieran todavía atrapados por aquél primer comité federal que sólo les permitía pactar con los de Rivera, y máxime ahora que la euforia de su victoria les hace pensar que pueden llegar al gobierno en solitario, se piensan que puede producirse el milagro.

Que se metan en la cabeza que, de ahora en adelante, el PSOE no podrá gobernar sin Unidos Podemos, y viceversa. Así que, por el bien de la izquierda, toca sentarse a debatir todo lo que haga falta. No hay otra.

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