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¿A quién le importa?

Ana Vega
Ana Vega
Madrileña de 52 años, afincada en Tenerife desde el 2002. Auxiliar de enfermería, pero desde hace catorce años, inspectora de seguros. Mi pasión por los medios de comunicación me ha llevado a colaborar en diferentes medios audiovisuales en la isla, donde actualmente dirijo “El Rincón de Ana Vega”.
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análisis

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El artículo de esta semana tenía una línea totalmente diferente a lo que desgraciadamente vengo a denunciar y a mostrar mi indignación.

En El País Vasco la noticia explotaba en los medios de comunicación:

Un adolescente de 16 años, transexual, decidía dejar este mundo.

Las reacciones no se hicieron esperar. Dolor, lástima y… ¿remordimientos de conciencias?

Como comprenderán, esa pregunta va con indirecta. No, qué coño, va con directa.

¿Dónde quedó el tristemente fallecimiento de Alan?

Siempre estos casos, saltan como la pólvora, y como tal se disuelven.

No son suicidios, que nadie se equivoque. Esto se llama terrorismo social.

Sigue sin haber respuestas. Las medidas o llegan tarde o no llegan.

Adolescentes que no soportan la presión social. Obligados a esconderse por miedo a que se les lapide.

Les dicen que no pueden cambiar su identidad hasta cumplir la mayoría de edad. Pero es que además muchos de ellos y ellas deben abandonar la enseñanza en sus centros educativos porque, desgraciadamente, son insultados, agredidos y ridiculizados por muchos de sus “compañeros” de clase.

Pero no sólo queda ahí:

Tratamientos hormonales que mi ignorancia al respecto me surge la duda si es cubierta por la Seguridad Social.

¿Nos hemos preguntado también cuántas familias se niegan a comprender el deseo de sus hijos e hijas de cambiar su identidad?

Eso que nos parece lejano, lo tenemos en nuestro entorno, pero que fácil es mirar para otro lado y después, eso sí, gritar de dolor (muchas veces dolor hipócrita).

Quienes estamos sensibilizados con la transexualidad y tenemos amistades o familia a nuestra vera con esa triste realidad, sabemos de lo que hablamos.

Ver como se encierran en una jaula, pasando incluso años encerrados por miedo a salir, no hay palabras suficientes para expresarlo.

La impotencia de unas madres y padres que no saben ya que hacer para romper ese muro que la sociedad ha decidido levantarles.

Pero no pasa nada. Transcurrirá un mes, si acaso, y el nombre de Ekai pasará a engrosar la lista de los suicidios en este país, como en el resto del planeta.

No se engañen, la sociedad es la responsable de este terrorismo social que crece y crece.

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