Esta semana se cumplían 80 años desde el golpe franquista que acababa con el gobierno democrático de la segunda república y abría uno de los periodos más sombríos y espantosos de nuestra historia.

Algunos pensarán que ha pasado tanto tiempo que es algo de lo que no se debe hablar más. Otros pensamos que la historia no se debe olvidar nunca y que, a pesar de los 80 años transcurridos, la guerra civil y el franquismo siguen siendo una asignatura pendiente de la que se debe seguir hablando hasta que toda la verdad salga a la luz. Hasta que, por fin, tengamos una generación de españoles y españolas conscientes de lo que pasó, que exijan que ni un sólo republicano permanezca en el olvido de las fosas.

Julia Conesa, terminaba su carta de despedida con la frase » que mi nombre no se borre de la historia». Era el 5 de agosto de 1939. Su nombre y su historia ha llegado hasta nosotros. El suyo y el de sus 12 compañeras fusiladas esa misma madrugada. No así el de cientos de hombres y mujeres que también, como ellas, sufrieron en sus propias carnes el precio de defender la libertad. Precisamente esto es lo que nos debe avergonzar  80 años más tarde. A todos ellos les debemos ,aún, que sus nombres y su memoria ocupen el lugar que  merecen. Les debemos reconocimiento y agradecimiento.

Mientras continuemos mirando hacia otro lado, poniendo el paso del tiempo como disculpa. Mientras sigamos esperando a que los hijos de esos republicanos se mueran, como si  la muerte de los últimos testigos directos de la barbarie franquista fuera a enterrarla definitivamente, seguiremos viviendo en un país indigno.

Un país donde cada 18 de julio tendremos que volver a escuchar con indignación a algún responsable público llamarle a un golpe de estado «glorioso alzamiento», sin que pase nada. Sin que nadie se plantee si alguien con tan poco respeto al sufrimiento de miles de españoles y españolas, con tan poca conciencia democrática, está legitimado para ocupar un cargo público donde nos representa a todos. O donde volvamos a ver como se organizan misas a mayor gloria del dictador, como si tanta atrocidad tuviese algo que glorificar, cuando más bien lo que deberían hacer es pedir perdón.

Simplemente pensemos un segundo qué ocurriría si lo mismo que vivimos aquí cada 18 de julio o cada 20 de noviembre lo viésemos en Italia o en Alemania. En ese caso nos parecería un escándalo, pero lo que pasó en España, por “nuestro” nos parece menos grave. Hasta este punto ha llegado el legado del franquismo.

Decía Camus que “fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa”. ¿No es hora ya de que  gane la razón, la justicia y el coraje?

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