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Purgar la nostalgia del respeto

Jaume Prat Ortells
Jaume Prat Ortells
Arquitecto. Construyó hasta que la crisis le forzó a diversificarse. Actualmente escribe, edita, enseña, conferencia, colabora en proyectos, comisario exposiciones y fotografío en diversos medios nacionales e internacionales. Publica artículos de investigación y difusión de arquitectura en www.jaumeprat.com. Diseñó el Pabellón de Cataluña de la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2016 asociado con la arquitecta Jelena Prokopjevic y el director de cine Isaki Lacuesta. Le gusta ocuparse de los límites de la arquitectura y su relación con las otras artes, con sus usuarios y con la ciudad.
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análisis

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Una ratesa(1) pasea por una casa abandonada empapándose de los recuerdos de la familia que le ha dado vida. Esta escena funciona como una especie de aerosol que vaporiza vivencias que empapan todo el vecindario. La ratesa protagoniza el último capítulo de una de las mejores novelas que haya dado la literatura catalana: Mirall trencat (Mercè Rodoreda, 1974), editada en castellano por Seix Barral bajo el título de Espejo Roto.

La ciudad está hecha también de referentes, discontinuidades de tejido, excepciones, recuerdos de quien la ha habitado y marcado. Memorias con diferentes grados de profundidad: desde la gran Historia de país, la Historia esa que se escribe con mayúscula, hasta las pequeñas historias de barrio.

Este es el caso de las historias ligadas al astrónomo Josep Comas i Solà (1868-1937), fundador del Observatorio Fabra (que lleva el nombre de su impulsor, el Marqués de Alella Camil Fabra), uno de los referentes visuales ineludibles de Barcelona. Comas i Solà vivió en una pequeña casita de planta baja situada en el barrio del Farró(2) pomposamente bautizada como Vil·la Urània. Diversos azares urbanísticolegales motivaron que la casa se abandonase, convirtiéndose en algo así como un lugar donde hubiese podido suceder Mirall trencat, languideciendo hasta fechas recientes, cuando una intensa lucha vecinal la salvó de la picota para, previo concurso, darle una nueva vida como centro cívico.

Primera paradoja: Había muchas razones para salvar el edificio. La arquitectura no era una de ellas. Aún estando totalmente de acuerdo con la operación de salvamiento ésta solo puede justificarse desde la perspectiva de convertir la ciudad en algo vivo y humanizado gracias a sus imperfecciones y a sus referentes.

Los encargados de conseguir compatibilizar esta necesidad con la creación de un equipamiento eficiente y plenamente urbano han sido la asociación de SUMO arquitectes (Jordi Pagès, Marc Camallonga y Pasqual Bendicho) con la arquitecta Yolanda Olmo, que han conseguido un proyecto de esos que una vez construido no se puede concebir de otro modo. El recurso usado ha sido tan sencillo como disponer la planta baja del centro cívico al mismo nivel que Vil·la Urània, y su primer piso al mismo nivel que su cubierta transitable. No hay distinción de uso entre lo viejo y lo nuevo. Toda una hazaña si tenemos en cuenta la diferencia de nivel existente entre la calle Saragossa (el acceso natural), la propia Vil·la Urània y la Vía Augusta.

Adicionalmente: Vil·la Urània había quedado convertida en un resto urbano al quedar literalmente enterrada entre edificios de siete u ocho plantas. El protagonismo de la construcción se había trasladado a las feas medianeras que la ahogaban. Para realizar el centro cívico, de dimensiones considerables, SUMO ha convertido una de las medianeras (la del sol) en una galería, el recurso arquitectónico más usado para resolver fachadas interiores en Barcelona. Un recurso lógico: resulta más barato y eficiente construir dos medias fachadas que una sola y se gana un espacio intermedio de gran versatilidad. En este caso la fachada exterior para el agua y la interior para el frío. Ese colchón de espacio intermedio se llena de plantas que ayudan a controlar el sol y se usa para circular, ayudando a un control climático óptimo y barato, lo que le ha dado unas impresionantes clasificaciones energéticas.

Detrás de esta galería los diversos espacios absorben con gran habilidad las complejidades del lugar: al medio está el verdadero interior de manzana que hay que respetar para preservar la salubridad de las viviendas vecinas, con sus fachadas interiores también resueltas con galerías. La sorpresa es que esto da unos espacios transversales (eso es, de medianera a medianera) insospechadamente ricos, que dan mucho aire a una Vil·la Urània ahora restaurada, vaciada interiormente(3) y convertida en bar a demanda de los vecinos.

Vil·la Urània, por fin transformada en un centro cívico exquisitamente diseñado hasta los últimos detalles (mobiliario incluido) por los arquitectos ha conseguido que el proyecto funcione a tres niveles: como el buen edificio que es, como un recurso que ha respetado la memoria del lugar y como proyecto urbano que ha conseguido compatibilizar esta memoria con el uso de equipamiento de barrio que tanto necesitaban los vecinos. Y todo esto sin estar reñido ni con la osadía ni con la imaginación.

Pienso usarlo como uno de mis bares de referencia.

 

(1) Porque la novela es femenina y porque viene al pelo para homenajear a Günter Grass.

(2) Un pequeño triángulo localizado al norte de la Vía Augusta entre Gràcia, la Plaza Molina y el Putxet.

(3) Los arquitectos se la encontraron destrozada y no tenía caso convertirla en un pesebre museizado.

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