Desde que los políticos nacionalistas catalanes comenzaron con su arrebato independentista, todos han intentado darle una dimensión internacional han llamado “proces”. Incluso antes de la deriva independentista ya estaban sembrando “embajadas” por el mundo, algunas sin sede ni “embajador” como la de la Santa Sede, por ejemplo.

Cuando Carles Puigdemont sucedió por sorpresa a Artur Mas como presidente de la Generalitat por la presión de los antisistema de la CUP, se sacaron de la manga un Ministerio de Asuntos Exteriores (Consejería en la terminología oficial) y colocaron a un político joven, descorbatado y con la cabeza rapada al estilo del efímero ministro griego de Finanzas, Yanis Varufakis. Los dos coinciden en que son economistas, pero poco más.

Y con estas ínfulas internacionalistas han creado un extraño organismo denominado “Diplocat” para gestionar los “asuntos exteriores”. Ya tienen más de cien embajadas a las que no se conoce alguna función exitosa, pero si se sabe que disponen de un suculento presupuesto, se supone que a costa de los recortes en educación o sanidad.

La proyección internacional del “proces” ha sido un fiasco desde el primer momento. Se estrelló en el intento el inhabilitado Artur Mas y se está estrellando su sucesor, Carles Puigdemont. Empezaron por Bruselas para pedir amparo a la Unión Europea y les dieron calabazas porque la pretendida independencia de una región de un país miembro no atañe a la Comisión Europea. Y nadie los recibió, ni el presidente de la Comisión ni el presidente del Parlamento. Les dejaron dar una conferencia (en la intimidad de sus fieles) y nada más.  Luego pusieron sus ojos en Inglaterra y también pincharon en hueso.

Ante esta situación decidieron picar más alto y buscaron la oportunidad en los Estados Unidos de Donald Trump. Buscaron la mediación del ex presidente Jimmy Carter y llegaron a fabricar una falsa noticia de un encuentro privado de Puigdemont con Carter que nunca existió. La Fundación Carter también se negó a implicarse en el “proces”.

Para salvar los muebles invitaron a Barcelona a dos congresistas estadounidenses a los que Puigdemont recibió en el Palau de la Generalitat sin más consecuencias que, con la resaca de los festejos con los que los agasajaron en Bacelona, no acudieron a una cita al día siguiente en Madrid con el presidente Rajoy.

Y para que no quedara lugar a dudas de la postura de los Estados Unidos de Trump, que con el jaleo de los misiles de Siria y la bomba de Afganistan, no están para estas cuestiones, una nota oficial ha fumigado las intenciones de la Cataluña secesionista. En la nota EEUU deja claro, como lo dejó en su día Barak Obama, que Estados Unidos quiere una España “fuerte y unida”.

Pues no, Puigdemont, va a ser que no tienes apoyos internacionales para la aventura independentista. Ni de Europa ni de Estados Unidos. Quizás por eso andan a la greña los socios de gobierno y en el PdCAT; osea, la antigua Convergencia, ya están pensando en volver a las andadas anteriores a 2012 y plantearse regresar al pasado del autonomismo que tan buenos frutos económicos y políticos les dio cuando Jordi Pujol todavía era el Molt Honorable y negociaba con éxito con Felipe González o José María Aznar. Tendrán que volver al pasado.

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