La publicidad estructura un mundo paralelo con sus propias reglas mágicas, y lo hace desplegando al mismo tiempo un enorme velo opaco que ignora con vehemencia la realidad y la oculta.

Juega con los estereotipos manipulándolos de forma siempre en extremo conservadora, pues hasta lo aparentemente rebelde o innovador no es más que la otra cara de la misma moneda reaccionaria.

A la vista está que cumple la función de apuntalar un sistema patriarcal, frívolo e infinitamente estúpido.

Estereotipos y prejuicios son moldes rígidos con los que se juzga superficialmente a grupos de personas por razón de su color de piel, su sexo, su condición afectivo-sexual o cualquier otro parámetro.

Toma la parte por el todo esculpiendo la enseñanza del autoengaño.

De esta manera el sistema engulle cualquier cliché, hasta el de mayor apariencia revolucionaria, neutralizándolo y apropiándose de él como si fuera un rol más al uso; para después inmovilizarlo y hasta a veces mitificarlo, que es otra forma de mantenerlo estático y acrítico.

Los medios de comunicación y la publicidad son los mayores responsables y cómplices de reforzar continuamente dichos modelos insanos, neuróticos y perpetuadores de una decadencia existencial que vacía de significado las vidas de las personas reales.

Como consecuencia de todo ello existe la violencia machista, el abuso de drogas para soportar la realidad, la infelicidad o la falta de un sentido sólido para vivir.

Los mensajes publicitarios o las noticias de los medios , modelan el pensamiento y crean el automatismo de relacionar, con pocos datos, guiones tradicionales; generalizando unas características fijas a la totalidad de miembros de un grupo social.

No todo en la vida tiene precio, como los valores o los sentimientos, sin embargo, el mensaje que subyace en los anuncios publicitarios es que cualquier cosa, ser vivo, emoción o persona puede comprarse como un objeto susceptible de usar y tirar caprichosamente.

Una manera desvergonzada de educar sin ética.

Una tristísima forma de crear individuos insolidarios y habitantes de la desesperanza.

Escuela de autómatas aquejados de banalidad y narcisismo, carentes por definición de empatía, único sentimiento capaz de dulcificar el mundo y hacerlo avanzar.

…       …      …

«Qué bonita la familia unida por los lazos de una fabada asturiana que te garantiza momentos inolvidables de felicidad alrededor de una mesa repleta de comida y amor.

O ese perfume que lleva incluído un mar y un yate espléndido, una mujer rubia con rasgos caucásicos, semidesnuda, que transforma en besos tu sudor de macho, mientras impasible, miras al infinito.

Todo por el mismo precio.

La mayor felicidad y realización personal para cualquier mujer que se precie, es ese fugaz instante de satisfacción y euforia al contemplar el brillo de su baño y su cocina limpios, con ese leve olor a amoníaco, testigo perfumado de su honda femineidad.»

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