La doctrina de “la inevitabilidad” —no hay alternativa— impuesta por la derecha, como dice Timothy Snyder en Sobre la tiranía, “es un coma intelectual inducido”. O, si se prefiere, la declaración de impotencia de la política. El plomizo declive que padece el Partido Socialista procede de esa adherencia al relato unidimensional conservador y la incapacidad para ofrecer una auténtica alternativa ideológica, política y social. La fractura más grave de esa pérdida de identidad tiene correlato en un escenario donde la militancia y los votantes socialistas sienten que las ideas y los valores no tienen alternativas honorables, mientras que los dirigentes y la vieja guardia se aferran a la oligarquía de partidos orquestada en la Transición para que el poder no se redistribuyera y los ciudadanos sólo pudieran refrendar lo que se imponía desde arriba. Como  indicaba  Norberto  Bobbio,  la  esencia  de  la  democracia  no  consiste  en  el  acto  de  votar,  sino  que  al  votar  podamos  hacerlo  a  una auténtica alternativa.

Ortega, de otra quiebra sistémica como fue la Restauración canovista, afirmaba: “Esa función de pequeñas renovaciones continuas en el espíritu, en lo intelectual y moral de los partidos ha venido a faltar, y privados de esa actividad (…) los partidos se han ido anquilosando, petrificando, y, consecuentemente, han ido perdiendo toda intimidad con la nación.” Y esa falta de intimidad con la ciudadanía es la pulpa nutritiva de la crisis del PSOE que sólo se sobresanará devolviéndolo  a  la  militancia  y  a las mayorías sociales.  Esto requiere la radical soberanía de sus bases que pasa  por  la  exigencia  de  un  nuevo modelo  de  partido  y  una  nueva forma  de  liderazgo.

En este contexto, las primarias que va a celebrar el PSOE, constituyen un enfrentamiento de una trascendencia extraordinaria y cuyo juez, la gestora, no es nada neutral pues nació para que el aparato más recalcitrante del partido sostenido por las redes clientelares, la estructura caciquil institucional y orgánica, la vieja guardia y el engranaje mediático de las minorías económicas, se hicieran con el control del partido bajo el mesiánico mandato de Susana Díaz y que supone el intento de continuidad de una alternancia agotada porque el impuesto otrora pacto del consenso  ha conducido a que los dos actores que  garantizaban esta alternancia se parezcan demasiado.

Frente a los muñidores del 1 de octubre, un importante segmento de la militancia indignada por el coup de force en Ferraz y la descomposición ideológica y de los valores socialistas se han ido espontáneamente agrupando en plataformas a las que se han unido los diputados que votaron negativamente a la investidura de Rajoy desafiando, por tanto, a la organización oligárquica del PSOE impuestas por el pacto de la Transición que exige el mandato imperativo. Este movimiento de base está liderado por Pedro Sánchez.

Nunca en una elección el futuro del PSOE se había visto tan comprometido, ni dos modelos de partido tan antitéticos en liza, ni un segmento tan numeroso de la militancia que, liberada de la consigna y los argumentarios, haya tomado tan clara conciencia de que si para el Partido Socialista el poder no sirve para dar vida a  sus  propias  convicciones, si  no son  los  valores  la  base  de sus  identidad  política,  es  urgente  definir  un  nuevo  compromiso  y  buscar  una  nueva  coherencia,  puesto  que  el  socialismo  habrá  pasado  a  ser  otra  cosa.  No  existe  un  rechazo  por  parte  de  la  ciudadanía  a  lo  que  representa  el  socialismo,  sino  al  contrario,  un  aprecio  muy  notable  de  sus  propósitos  ideológicos,  los  cuales,  al  no  realizarse,  contribuyen  al  desengaño  y  la frustración.

Es el inconformismo permanente de las bases, que tanto asusta al conservador PSOE de la Transición,  la garantía de permanencia  del partido; los dirigentes pasan, las luchas endogámicas por el poder y la  influencia, pasan con ellos, la militancia permanece y con ella la identidad  y  los  valores socialistas  en  esa  construcción  permanente  que  debe ser  el  PSOE.  Por  todo  ello,  no  se  trata  de  dar  legitimidad  a  las  causas  de  la  decadencia  del  partido, sino  de reafirmar  los  principios  y  el  compromiso  que inspira a la militancia socialista.

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