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Precariedad

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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Río arriba, las espadañas remansan las aguas encabronadas por los rápidos. El torrente se calma y construye un inmenso paraje natural lleno de vida. Las garzas remueven el barro de la orilla. Los patos se zambullen buscando sustento. Los gorriones trinan alegremente, posados en las ramas de los grandes chopos que crecen en la orilla. Las pollas de agua deslizan sus plumas sobre la suavidad del cauce. Los cisnes despuntan sus enormes cuellos acompañados de su prole y van dejando marcado el camino recorrido. Los salmones remontan el cauce buscando el lugar de descanso eterno. Unos pocos pescadores con sus cañas, sus asientos de tela, sus sombreros de lona y su parsimonia infinita, esperan pacientemente a que alguno de los inmensos barbos confundan los llamativos colores de la pluma que oculta el anzuelo, con uno de sus manjares y den la señal para tirar del hilo. La calma y el calor comienzan a picar en una hermosa mañana primaveral. No hay sonidos estridentes. No hay coches, música o cualquier otro síntoma de peste humana que contamine la belleza del lugar.

Rio abajo, el agua se va apretando entre acantilados donde anidan los buitres. Aquí no hay lugar para espadañas, juncos, ni cañas. Solo algunas enjutas encinas se esfuerzan en mostrarse entre las piedras de las rojizas paredes. El agua se vuelve gris en la lejanía, aunque sigue siendo tan pura como dos kilómetros arriba.

Una vez librado del cajón, el río se vuelve aún más manso y servicial. Comienzan a verse las primeras embarcaciones. Las de plástico han sustituido paulatinamente a las de madera conforme los pescadores han ido abriendo paso a la jauría turística. Kayaks y canoas aporrean el agua rumbo a los acantilados. Las orillas escabrosas han dejado paso a la llanura donde los majuelos despuntan sus primeros racimos y los trigos enseñan sus primarias copas que acabarán convertidas en espigas. Las primeras casas comienzan a aparecer en el remanso. No tardan en apiñarse en las orillas. Algunos puentes sortean las aguas. El cauce se vuelve glauco. Sus aguas han dejado atrás la plebe. Se han doctorado en burguesía.

Saliendo del pueblo, tras un extraño meandro, previsiblemente obra del hombre, se erige una mole de hormigón de la que emergen dos grandes chimeneas. La fábrica de fosfatos da de comer a la villa y a toda la comarca.

A partir de ahí, el suelo se vuelve árido y desaparece todo vestigio de vida hasta casi veinte kilómetros cauce abajo, dónde otro asentamiento humano aparece cercano al río. Es un lugar tenebroso con casas de fachadas desconchadas, tejados herrumbrosos y espacios grisáceos. Un pueblo venido a menos. El río, una masa purpura que no denota ningún tipo de vida, ha llegado al éxtasis liberal. Los que aún quedan en el pueblo, malviven con enfermedades cancerígenas, mutilaciones y defectos físicos provocados por la contaminación del agua. Las administraciones lo niegan, pero los casos de cáncer se han multiplicado por cien y los fetos con malformaciones tienen una incidencia notable. Muchos han abandonado el lugar hartos del olvido y de la lucha. Otros no tienen donde ir. Incluso hay alguno que niega lo evidente. Claro que también trabaja en la fábrica de fosfatos. Los de Aldearriba no quieren ni oír hablar de los problemas de salud de los de Castrobajo. Para ellos todo es una sarta de mentiras provocadas por las envidias. A ellos les va bien. Tienen salud. La fábrica paga bien y los que no viven directamente de ella, viven de dar servicio a los que si. Los que no viven de una cosa ni otra, viven del turismo rio arriba. Y tampoco quieren saber que los de Castrobajo no tienen ni eso. El alcalde de Aldearriba defiende con uñas y dientes la fábrica. Se le ha escuchado decir en la Diputación, que si la fábrica no estuviera en su pueblo, estaría en otro sitio porque los abonos químicos son necesarios y alguien tiene que fabricarlos.

Es tarde de fiesta en Aldearriba. Junto a la fábrica, el campo de fútbol, donde hay un torneo. Cinco equipos de chavales competirán hasta el anochecer. En casco urbano, la procesión del santo mayor deambula por sus calles. Los sonidos de las campanas, de las dulzainas y los cohetes se entremezclan alegremente con el runrún de los caminantes, entre vivas a San Esteban y a los acompañantes. Un gran estruendo ensordece la procesión. Las dulzainas enmudecen, el baile se congela, el cura ha dejado de rezar y todos los procesionarios dirigen la mirada hacia el lugar del estruendo. Una gran columna de humo emerge por detrás de la iglesia.

La fábrica ha explosionado.

 


 

Precariedad

 

Se le coge antes a un mentiroso que a un cojo, dice el refrán castellano. Cuarenta y ocho horas después de que Borrell, y la Ministra portavoz, aseguraran que las bombas que España vende a Arabia no producen muertos “colaterales” (no sé que tipo de religión o moral practican estos señores que diferencia entre muertos buenos y malos, y que establece categorías a la vida humana) los sátrapas saudíes, los amigos de nuestra monarquía, los que presiden la Comisión de DDHH de la ONU, bombardean un depósito de alimentos de la propia ONU en Yemen.

En España somos muy dados a autodefendernos de la mala conciencia con aquello de que si no lo hacemos nosotros, otro lo hará. Y también de crear alarma social por casos aislados como el asesinato de un pobre niño por la pareja de su padre (sobre todo si el asesino es mujer, negra e inmigrante) y de pasar de puntillas sobre aquellos hechos que si son merecedores de ponernos en alerta. Hace poco más de un mes, antes de esta polémica sobre las bombas que España vende a los sátrapas saudíes, bombas que no se fabrican en España sino en USA y que misteriosamente nosotros revendemos, que Arabia Saudí asesinó a decenas de niños bombardeando un autobús infantil. Desde marzo de 2015 han asesinado a más de 10.000 yemeníes y otros 20.000 han resultado heridos de diversa consideración. Pero eso no crea alarma social, no ya a los trabajadores de Navantia que bastante tienen con tener trabajo, sino al resto de los habitantes de este estado aborregado, sumiso y catequizado. ¿Y si el barco que trae las bombas de USA, reventara en el puerto de Rota y provocara cientos de muertos? ¿Crearían entonces esa alarma social los medios de incomunicación, adoctrinamiento y difusión del fascismo liberal? ¿O justificarían lo ocurrido con la mala suerte?

Estamos en una coyuntura en la que todo se reduce a un puñetero maniqueísmo. Solo hay dos posturas. Y entramos como idiotas en ese juego también diseñado por la prensa del régimen. O estás con ellos o eres un puñetero antiespañol. O pasas por el aro o eres un asqueroso populista. O estás con la manipulación y las irregularidades judiciales o eres un independentista de mierda. O estás contra el paro y los trabajadores de Navantia o eres un antisocial al que no le importan sus vecinos.

Hemos llegado a su meta. Nos metemos de lleno en sus mantras de másteres y doctorados que desvían la atención de lo que debiera ser vital para nosotros: la estafa que han llamado crisis y sus resultados.

Nos hemos convencido que tras estos diez años de estafa, nada ha cambiado y que pronto, todo volverá a ser como antes. Nos han llevado al huerto. En nombre del empleo hay que aceptar todo tipo de atrocidades. En nombre del trabajo hay que apechugar con lo que nos toque porque es mejor eso que nada. En nombre de un supuesto bien común nos han dejado sin derechos, sin prestaciones, sin servicios públicos, nos han traspasado su deuda y han convertido productos de primera necesidad como la luz o el gas en un artículo de lujo.

Los abducidos por el sesgo informativo creen que esto, en un par de años estará solucionado. Que todo volverá a ser como antes. Que nuestros hijos tendrán un trabajo decente con un buen salario. Un trabajo con ocho horas, de lunes a viernes, con vacaciones y prestaciones sociales. Y lo llevan pensando desde hace diez años, porque en todo ese tiempo los medios de incomunicación llevan repitiendo ese mantra. Nos han convencido que, cuando nos jubilemos, tendremos una pensión decente y resulta que no queremos enterarnos de que han dilapidado la seguridad social, que los derechos pasivos se los han traspasado a aquellos que comenzaron esta estafa para darle la vuelta al sistema y dejarnos en la miseria. Nuestras pensiones se verán drásticamente recortadas y para los que tienen menos de 45 años, reducidas a la nada. Ni llegarán a cumplir los requisitos para el derecho, a pesar de cotizar para ello.

Nos han convencido de que todo esta cicatería, todos estos recortes son transitorios, Y no. Porque lo cierto es que hoy, el trabajo temporal ha sustituido al trabajo fijo. Los horarios de mierda (dos horas por la mañana, una hora al día, los martes y jueves, cuando te llamemos) están sustituyendo al trabajo tradicional con un horario establecido. Que los sueldos de miseria, son hoy lo más habitual entre las personas que han comenzado a trabajar en estos últimos ocho años. Si queréis ver los datos con números y porcentajes, en este artículo se resumen muy bien.

Lo cierto es que en estos diez años, ha desparecido completamente la banca pública. Esa que durante siglo y pico era el sustento crediticio de los pobres. Que los causantes del estropicio bancario han salido a flote a base de inyectar dinero de nuestros impuestos con el que se han convertido en monopolio. Hoy, a falta de productos tóxicos con los que seguir llenando los bolsillos de sus directivos, han encontrado la gallina de los huevos de oro en las comisiones. Comisiones que, como no, afectan a sus clientes por obligación (es imposible ser ciudadano sin tener una cuenta bancaria) a los que maltratan.

Diez años después de la estafa que han venido a llamar crisis, el casino liberal sigue jugando a la especulación. La economía se sustenta en lo ficticio. Los ricos añaden día a día más y más ceros en sus cuentas electrónicas, no ya con el trabajo de los pobres, a los que antes no les quedaba otro remedio que alimentar y dar alguna comodidad para que siguieran trabajando para ellos, sino con la especulación sobre sus vidas. Cuanto más penurias, más ganancia. Se hacen más y mas ricos especulando con sus alimentos, con sus viviendas, con sus apuestas sobre cómo evolucionará la cotización de una divisa, una materia prima o un índice bursátil. Iban a refundar el capitalismo y lo que han hecho es institucionalizar un sistema que llaman liberalismo en el que solo hay reglas y leyes para los pobres. Han globalizado la precariedad. (¿Dónde han quedado la demanda de las 35 horas de jornada laboral?) Han llenado la tierra de pobres dispuestos a trabajar por lo que les den. Han conseguido que el trabajador aborrezca a los sindicatos haciéndoles partícipes y consentidores de la estafa. Han convertido los servicios públicos en su negocio privado, asegurándose la rentabilidad sin exponer nada.

Y todo esto lo han llenado de palabras vacías como libertad y democracia. Libertad que no puedes ejercer porque si lo haces te mueres de hambre o acabas exiliado o en la cárcel. Democracia reducida a elecciones con políticos que trabajan para ellos y no para quienes les eligen. Diluyendo todos los poderes, desde el judicial hasta el ejecutivo, pasando la prensa.

El pasado sábado se cumplieron diez años desde la quiebra de Lehman Brother. Diez años en los que nos han pintado el puente tan poco a poco que ni nos hemos dado cuenta de que antes era verde y ahora es azul. Diez años de travesía a la nueva edad media, dónde la burguesía, antes clase media, casi ha desparecido, quedando los señores y los siervos.

Lo peor de todo es que gran parte de los siervos creen tener los mismos intereses que los señores lo que sostiene el puterismo liberal.

Nos han llevado al huerto, admitiendo que todo vale si el premio es el trabajo. Aunque con él no llegues a fin de mes y tengas que vivir en casa de tus padres. Aunque no puedas encender la calefacción o poner la lavadora. Nos han convertido en burros que vamos detrás de una zanahoria que llegará “hoy no, mañana”. Y somos tan burros que a pesar de ver el palo vacío seguimos creyendo que la zanahoria es real.

 

El mundo es de los idiotas.

 

Salud, república y más escuelas.

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2 COMENTARIOS

  1. Y esto seguirá así mientras la gente siga apoyando a los indeseables corruptos, ladrones y mentirosos que son los dueños de las Instituciones con la connivencia de sus lacayos los medios de comunicación. Algún día habrá una mayoría de gente decente que apoye a los decentes, como PODEMOS, para que esto empiece a cambiar. De momento, solo con que PODEMOS este ahí, ya están apareciendo algunos cambios. Cuando PODEMOS gobierne estos cambios serán mucho más evidentes

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