sábado, 20abril, 2024
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Pornodictadura en el ciberespacio

Carlos de Urabá
Carlos de Urabá
Escritor y documentalista de origen colombiano
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análisis

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Según Freud la sexualidad es un factor determinante en las conductas del homo sapiens. Sin embargo estoy seguro que él nunca imaginó que la tecnología influyera de tal manera en la psiquis de los seres humanos. Se han escrito extensos tratados sobre la zoofilia, el sadomasoquismo, el incesto, la pedofilia y demás perversiones, pero, ¿es posible tener sexo con una máquina o con un robot? y no es ciencia ficción. Sin lugar a dudas que sí porque la máquina trasmite impulsos eléctricos que en nuestro cerebro se convierten en estímulos. Una persona enchufada al computador es capaz de creerse el protagonista de un romance virtual e incluso alcanzar orgasmos. Definitivamente los órganos sexuales se han trasladado de la zona genital al cerebro. Nuestra animalidad ha sido castrada por la lógica y la matemática aunque el Eros y el Tánatos aún dominen nuestros instintos básicos.

En el campo científico no existen dogmas de fe, de ahí que haya que demostrar las teorías con hechos constantes y sonantes.

-Si el hombre desciende del mono, la máquina desciende del hombre.

Sin las máquinas la civilización occidental jamás hubiera podido alcanzar tan altos niveles de desarrollo. Por lo tanto la dependencia tecnológica es indiscutible y no se limita al mero aspecto material sino que la dependencia afectiva es todavía mayor. El homo sapiens como todo primate es esencialmente gremial aunque la modernidad nos haya trasformado en unos individuos urbanos sin tribu, sedentarios y atrofiados.

Lo paradójico del caso es que los millones de ciudadanos que habitan en las grandes urbes, se sienten solos. La soledad es un monstruo que hay que aplacar porque de lo contrario te devora el alma. Y si la soledad va acompañada del aburrimiento, la catástrofe es devastadora. Este es un verdadero drama pues muchos homínidos no conocen ni al vecino de enfrente. Ajenos a la naturaleza no nos queda otra que adaptarnos a un medio artificial donde nuestras raíces son los cables y enchufes sembrados al cemento y el asfalto. ¿Cómo llenar ese inmenso vacío que nos acongoja? La esquizofrenia y las enfermedades mentales nos amenazan y necesitamos embucharnos de píldoras y barbitúricos para soportar ese entorno tan opresivo. Hemos perdido el gusto por la vida y la rutina diaria es tan insoportable que elegimos el suicidio como único camino de salvación.

Por supuesto que la tecnología nos alivia esa falta de amor y de cariño. Apretamos un botón y de repente suena una musiquita celestial y emocionados nos da un vuelco el corazón. ¡Tenemos un mensaje, alguien nos corresponde!Gracias a los computadores, teléfonos móviles, televisores, iPod, Smartphone estamos comunicados y en armonía con el universo. Este es el verdadero opio del pueblo o el fuego fatuo de una realidad virtual que nos engatusa con sus cantos de sirena.

En resumen pasamos junto a las máquinas y los electrodomésticos la mayor parte de nuestra existencia, pasamos mucho más tiempo con esos inventos tecnológicos que con nuestra mujer, nuestros hijos, nuestros padres o amistades. Horas y horas tecleando un computador, horas y horas conversando a través del teléfono móvil, horas y horas frente al televisor o cautivos de los benditos videojuegos Tenemos una relación directa piel con piel o, mejor dicho, piel con plástico con todos estos artilugios. Sin duda los computadores se han convertido en nuestros inseparables compañeros, yo juraría que están vivos y hasta tienen alma aunque en el fondo no sean más que discos duros, memorias y procesadores informáticos o diminutos microchips capaces de consolar nuestro desasosiego.

La inteligencia artificial es una extensión más de nuestro cerebro pues necesitamos procesar la mayor información posible. Inmersos en una sociedad tan competitiva el engranaje productivo no puede detenerse. Como la globalización cruel y asesina no tolera la disidencia todos aquellos que no se integren en el sistema, serán condenados a las mazmorras del olvido.

No me fue muy difícil conseguir algunas cobayas de homo sapiens para confirmar mis teorías. Sin ir más lejos en la sala de computación de la universidad Distrital de Bogotá,  en la que realizó mis investigaciones, hallé varios ejemplares típicos de este síndrome de tecnofilia.

A mi diestra un muchacho que no pasa de los veinte años se encuentra concentrado frente al computador. Ni siquiera parpadea y mantiene la mirada fija en la pantalla para colmo enchufado a su audífono inalámbrico. Cualquiera pensaría que prepara su examen de fin de curso o estudia alguna materia propia de su carrera. Pero, ¡oh sorpresa! ni lo uno, ni lo otro; el joven bucea en las profundidades del ciberespacio explorando “XVídeos”, una página porno de las más visitadas en la red. Gracias a esa autopista de la información que construyó tío Billy Gates el joven contempla a una pícara mulata que se baja provocativamente las bragas. Excitado pasa la página y aparece una trigueña despampanante que se acaricia sus partes íntimas, ¡tremendo! hace click y en la página web destellan por doquier las ofertas sexuales más apetitosas hasta que por fin el joven pincha la ventana donde un efebo negro penetra a una rubia platino que aúlla como una loba en celo.

Los ojos del muchacho parecen salirse de las órbitas; se pone lívido como una de esas estampitas de santa Teresa de Jesús, en un vivo sin vivir en mí, y lanza un suspiro de éxtasis. A bordo de esa muñeca hinchable en que se ha transformado su ordenador se pasa las horas, los días, las semanas o los años sediento de imágenes eróticas que le produzcan placer. Porque vivimos en una civilización del placer, del vicio y la ausencia de dolor.

El joven vuelve a teclear una nueva dirección en el buscador; mueve con agilidad el ratón y click acaricia el clítoris de su amante y por arte de magia descorre un tupido velo donde una preciosa ninfómana se magrea con un musculoso pura sangre; y sigue masturbándose y masturbándose, necesita una vagina virtual donde descargar su libido, se sonroja, se encuentra caliente, calientísimo y por fin se desata el orgasmo cósmico.

A mi siniestra una atractiva universitaria chatea en su computador; son diálogos en un lenguaje cifrado prácticamente incomprensible, saltan los renglones, y las preguntas y respuestas se suceden a un ritmo frenético. Se alisa el pelo y desenfunda su teléfono móvil. Toma en su mano ese pene cibernético al que masturba con delicadeza tecleando un mensaje de texto WhatsApp o Twitter. Finaliza su misión y tras una pausa su semblante se ilumina ring, ring ¡alguien le responde! Aprieta con todas sus fuerzas el teléfono y lo lleva al borde de sus carnosos labios para hacerle una felación. El teléfono no es más que un consolador con vibrador incluido. La joven habla y habla y tras una media hora cuelga y al instante vuelve a marcar otro número mientras sigue chateando con sus amiguitos secretos. ¿No quedamos en que el don de la ubicuidad estaba sólo reservado a Dios todopoderoso?

El concepto del amor se ha tergiversado, ya no es necesario declarase frente a frente pues los defectos de los mortales son imperdonables. Es preferible tomar distancia, crear personajes ficticios, o sea, lo que uno quisiera ser pero no puede. En este juego todo es válido con tal de conquistar a la pareja virtual. Se acabaron las flores, las serenatas con violines o la cena romántica con dos velitas a la luz de la luna o el juglar que llegaba al balcón de su prometida a recitarle poemas de amor. Ahora los primates se enamoran en el Chat, a través del Internet, del WhatsApp, y piden la mano de la novia o el novio por Twitter.

Vivimos una era de masturbadores, masturbadores mentales, de androides de una egolatría inconcebible, el yo ha triunfado, el mío ha triunfado. El hedonismo es el valor supremo, se rinde culto al cuerpo porque la gente necesita verse reflejada en el espejo de Narciso a ver si sus sueños se hacen realidad. Un selfie, dos selfies, tres selfies y a enviar de inmediato las imágenes a mis amigos de WhatsApp o mis grupos de Facebook para que vean que soy el más guapo o la más guapa.  Sobran las palabras, lo primordial es la imagen cuyo bombardeo diario es vital para engordar el ego de la masa y consentir sus caprichos más estrafalarios. Esclavizados por los mensajes subliminales, sin un minuto de tiempo para reflexionar hemos caído en las garras de la alienación más burda y miserable. La diversidad, que es una de las características fundamentales de la especie humana, se extingue para dar paso al pensamiento único y a la clonación planetaria.

Encerrados en nuestro cascaron, en nuestra burbuja o vientre materno no necesitamos de nada ni de nadie, ni de dioses ni de redentores. Si quiero comer algo hago mis pedidos a mi restaurante favorito a través de una aplicación (app) Deliveroo; si quiero un vestido hago el pedido a Milanoo;  si quiero una amante la consigo en  Meetic, si quiero lo que se me dé la gana lo pido a Amazon que concede todos los deseos como quien frota la lámpara maravillosa de Aladino.  Se ha sacralizado la tecnología que es el nuevo ídolo ante el cual millones de autómatas se arrodillan sumisos. El mito de Prometeo o las ansias de los mortales por poseer el poder divino, se ha cumplido.

No hay vuelta de hoja, el síndrome de tecnofilia que se define como una atracción o adicción desmedida por la tecnología, va a marcar el recién inaugurado siglo XXI. Aunque esta atracción fatal puede llegar al enamoramiento y a nadie debe sorprender que algún lunático cabalgue sobre el computador meneando la cadera a ritmo de samba.

Internet se ha convertido en una burda “madame” (15% -24.000.100 -de las websites son pornográficas, 35% las descargas y el 25% de las búsquedas) que nos ofrece una variada oferta de prostíbulos virtuales, whiskerías, clubes y casinos, citas clandestinas, proxenetas o furcias que hacen su agosto a costa de una humanidad sedienta de lujuria y de pasión. Con todas las tentaciones a la carta, con todos los pecados en vivo y en directo, los cinco continentes en la pantalla del computador o del celular que es como una teta de la que maman millones de cachorros en celo. El morbo, el masoquismo y el fetichismo nos arrebatan. Ni que decir las orgías con niños tiernos y hasta un harén de vírgenes para que los violadores y pedófilos se den el festín; un gran supermercado de hembras, burras y yeguas sodomizadas en nombre de la libertad de expresión. Sin olvidarnos del voyerismo, esa manía de observar las cosas prohibidas: mirar a través de la cerradura y ver como una lesbiana le lame la vagina a su querida o como un homosexual cabalga sobre el pene erecto de un macho cabrío y si enfocas bien la cámara web te saludo desde lo más profundo de mi bragueta.

Somos los simios domesticados de este zoológico así que a fornicar se ha dicho sátiros y lascivos, a navegar entre los mares y ríos de pornografía y toda suerte de páginas webs donde se patrocinan las mayores aberraciones, siempre guardando el anonimato, por supuesto, y sin restricciones ni censura. Aunque primero eso si hay que pagar con la tarjeta de crédito una buena suma de euros para poder disfrutar del paraíso perdido. Porque este es un negocio más del capitalismo, tal vez el más grande, con millones de clientes alrededor del mundo cuya calentura genera incalculables ganancias (en EEUU el porno mueve  2.500 millones al año y a nivel mundial 4.500 millones de euros)

Seguramente en los próximos decenios la psicología y la psiquiatría no van a dar abasto para atender a esa creciente fauna de ciberadictos. Es el precio que hay que pagar como consecuencia de la manipulación sistemática a la que nos han sometido. ¿Qué tratamientos aplicaremos? ¿Habrá una nueva gama de fármacos milagrosos? Seguro se desarrollarán nuevas terapias en un intento por desprogramar a esos millones de autómatas que poblarán la tierra. Lo que nos faltaba como si no tuviéramos suficiente con las adicciones a las drogas, al alcohol o a la ludopatía, ahora atrapados como mosquitas en las redes del ciberespacio.

El imperio capitalista y su eterno big bang de crecimiento se alimenta de consumidores, o sea, de individuos dispuestos a venderle su alma al diablo con tal de satisfacer sus caprichos. Su gula es de tal magnitud que no tiene ningún escrúpulo en destruir pueblos, naciones, culturas o vampirizar y prostituir mentes de bebés, de niños, de jóvenes, de adultos o de viejos con tal de saciar su codicia.

Para la democracia burguesa occidental la libertad de expresión es un dogma de fe inamovible. Libertad de expresión que sólo disfrutan quienes detentan el poder económico, claro. Porque cualquiera no puede abrir un canal de televisión, una radio o un periódico sino tiene un capital que lo respalde. El monopolio tecnológico es un patrimonio de las grandes multinacionales y su transferencia está sujeta a factores puramente especulativos.

Son las tres de la mañana y la sala de computación de la universidad como de costumbre sigue abarrotada. Abstraídos en sus pajas mentales, el redil continúa rumiando sus fantasías frente a la pantalla de los computadores, de los teléfonos móviles y sus tabletas. Se nota que los primates están bien alimentados con el pienso cibernético. Parece mentira que el cerebro humano sea tan manipulable y se deje embaucar por esas lucecitas de colores que les conduce al nirvana.

La ciencia ha conseguido descifrar los secretos del inconsciente colectivo suplantando el lenguaje simbólico en el que se expresa la psiquis. Este es apenas el principio de la gran bacanal pues entramos en una etapa insólita de la evolución humana, la edad de los autistas, en la que el nihilismo o la doctrina de la nada dominarán la faz de la tierra.

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