Políticos entre Jekyll y Hyde

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Si no fuera porque estamos acostumbrados a verlo, falta mucho ojo crítico y sobran pusilánimes; percibiríamos con diáfana claridad que las personas que se dedican profesionalmente a la política, salvo honrosas excepciones, padecen de un grave y estructural problema de incoherencia disociativa en su personalidad.

Por eso no son de fiar.

Decir una cosa y hacer otra, denota una falta de solidez en el yo, una inseguridad disfrazada de certeza, que nutre la zozobra.

Además de ser una maldad premeditada.

La mentira, al fin y al cabo, no es más que una falta de coherencia, primero con uno mismo.

Y desafortunadamente, mentir y dedicarse a la política, parece una simbiosis «inevitable».

El binomio Jekyll y Hyde, significa la lucha entre el bien y el mal, la batalla que todos llevamos dentro y proyectamos luego en el mundo.

El brebaje de la razón, la emoción y la pulsión, nos hace comportarnos como el más abyecto tirano o tan altruistas como amantes incondicionales.

Sólo dependerá de las cantidades mezcladas en esa pócima.

Antídoto y veneno.

Pues bien, dicho esto, volvamos al discurso político.

Los que escriben y asesoran a los líderes son adictos al sofisma, pueden defender una idea o la contraria, casi simultáneamente.

Luego le añaden los mismos gestos enfáticos, idénticas repeticiones, unas cuantas palabras clave y ya está, el resultado es un autómata como todos los demás.

No hay quien se crea tanta impostación mezclada con un solipsismo de saldo y falto de convicción.

Pero la gente les aplaude, aunque también es verdad que sólo escuchan lo que quieren oir.

A veces lo mejor es enemigo de lo bueno, pero en este caso no.

Nos tratan como idiotas porque nos comportamos como idiotas.

No damos la espalda definitivamente al incoherente, al embustero o al ladrón.

¿Por qué iban a tomarnos en serio si nosotros mismos no lo hacemos?

Por esa causa, ser obrero y de derechas es como querer casarte con tu verdugo en el patíbulo.

Por ejemplo, sobre la técnica tan manida de lanzar globos sonda, conviene decir que ya parecen hondas con predruscos y ni aún así vemos la manipulación.

Nos desconocemos tanto que no exigimos legítimamente el valor de la palabra dada del doctor Jekyll de turno en fase «puedo prometer y prometo», cuando, mutándose en Hyde nos dice que «lo que prometí era otra cosa, es que no me entedisteis bien».

Y así sucesivamente se van construyendo dos «realidades»: la verbal y la verificable, la primera configura la segunda.

Es obvio que un país no puede avanzar sólo con apariencias, todo lo contrario, así nos va.

Si digo lo que luego no hago, me convierto en un fantasma o fantoche, vertiendo detritos sobre la verdad, o sea, lo verificable.

Te desconoces, te desconoces.

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