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Poeta decadente

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análisis

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Aromas que sobreviven a la crianza de un lustro, azúcares violentos y acidez de noche lenta. En la antología Poeta decadente, su autor, Alberto Guerra, recopila las luminarias báquicas que marcan su obra como el fuego candente de las verdades no perecederas. Los versos de Guerra se recitan con la misma voz de caverna romántica con que nacieron anteayer, como un continuum el perfil de su autor los abriga. Conociendo la pluma y el pulso, comprendemos que estamos ante poemas de sinceridad y disfrute. Antes de abrir el libro ya atisbamos la llaneza con que aflorarán los tropos, asumimos el carácter confesional y personificamos la impronta lírica y añeja del que firma: un poeta decadente dispuesto a contarlo todo. Y lo hace. Confiesa el acto y el anhelo, el hecho y el deseo, en un tono que modula a tenor de lo oscuro y de lo amable de sus filias.

La poesía guerriana no es apta para todos los públicos, más bien se concreta en los amantes viscerales, reales, que entre contemplación y urgencia se dejan ver tal como son: una fuerza erótica cristalina. “Eyaculo palabras / a la sombra de los nervios […] con fiebre de comunicar / y sobredosis de imaginación, / con ardores de sensibilidad / y úlcera de sueños.” En versos como estos el verbo del autor se combina con su sexo en un formato indivisible, asume consciente el impulso poético, físico; lo jalea y lo doma. Consigue transportarnos a la cotidianeidad de una vida inflamada y carnal: “que es por mucho masturbar… / que eyaculas más temprano”.
También aparecen odas a mitos bíblicos con que el lector se aproxima a todo un universo de emblemas y lugares comunes que alguna vez parecieron censurables: “Entrebeso los versos desnudos de tu Biblia, / oran mis testículos en pos de tus versículos”, “Eva, maldita tú eres entre todas / las mujeres”.
Maduran en metáforas los caldos alcohólicos que decoran la experiencia de estos poemas, las noches de será la última vez que beba. De este marco de jadeos y sonrisas, “Degustando mil copas / mitad humo y alcohol / saboreando cigarros / mezcla de nicotina / y gota… ”, mana la voz de un autor que se inclina al ritual de un amor cortés pero que en absoluto se abruma, sino que se jacta de sus debilidades y dones: “Un dedo me ha mandado hacer Violante, / que en mi vida me he visto en tanto aprieto”. Pero también Guerra se permite agravar el tono y, lejos de lo frívolo, dibujar un oasis de maleza vital donde el corazón del hombre es humilde y amador, transparente y generoso: “No se puede llorar en otro idioma, no se puede llorar sino de dentro […] que ansío plegarme hacia el infinito / y no ser hombre, ni carne, ni verso.”

Una bruma de excesos en la sombra marca el ritmo lírico del poemario y esto no es, en ningún caso, signo de falta de mesura: son poemas directos, vivos, elocuentes. Crean lenguaje porque saben y lo rompen porque pueden. Narran los yoquisiera y los yalohice que muchos anhelaran. Poemas que han bebido lento, que han follado mucho y que han amado todo.

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