Las leyes, aun las que aparentan el mayor de los altruismos, siempren obedecen finalmente a intereses materiales y económicos de una minoría.

Así ha sido y es durante el transcurso histórico de la humanidad.

De aquello que no revierte beneficios a los que detentan el poder, es probable que ni exista regulación, ya que no importa y es ignorado legislativamente.

Si los gobiernos no tienen más remedio que ocuparse, lo recortan hasta rozar la miseria

(pensiones mínimas, dependencia, gastos sociales, etc… )

Sin olvidar, claro, que el limbo legal permite, intencionadamente, toda clase de arbitrariedades y abusos, a causa de su carencia de límites.

Las «ideologías» confeccionan normas ad hoc, dirigidas a sus segmentos sociales para que sean beneficiados de su aplicación.

Dicho de otra forma, son elaboradas por los mismos que se enriquecerán con sus prebendas.

Por eso vivimos en un desvergonzado utilitarismo que intenta disfrazarse de contenido universal en libertades y equitativo en derechos.

Nada más lejos de la realidad.

Los poderes han creado de esta falacia un cinismo institucional al que podríamos llamar «totalitarismo democrático», por su esquizoide conducta.

Dicen una cosa y hacen otra (la que de verdad es su objetivo), en un continuum de engaño que ya ni siquiera se molestan en disimular.

Todo ello hace pensar que los usos y costumbres de un país, son el reflejo condicionado de los intereses de aquellos que lo han gobernado, democráticamente o no.

Pues son los que, a través del tiempo, convierten privilegios minoritarios en mandatos falazmente morales, desde tácitas y/o explícitas manipulaciones sobre las creencias de la población.

Véase el cultivo interesado de la creencia machista, por ejemplo.

El sometimiento ciudadano de facto que impera desde hace décadas en España, no es más que la proyección en el tiempo de aquel sucedido, con otros factores desencadenantes, durante la dictadura franquista.

La obediencia se aprende y no es fácil desaprenderla, por más aniquiladora que sea.

Comodidad es el eufemismo de indolencia, ambos muy cercanos al significado realista de cobardía.

Ya en la antigua Roma, la estrategia de los emperadores más tiranos, era la de dar al pueblo «pan y circo», con el fin de desplazar la mirada de la chusma de la corrupción política que existía hacia otros asuntos intrascendentes.

Todo está ya inventado.

Sufrimos un proceso de idiotización contínua en el que el poder de turno utiliza banalidades, enfatizándolas artificialmente, de forma que termina por cambiar el sistema y orden de los valores sociales; ninguneando el de la reflexión, la lucha legítima y el pensamiento crítico.

Exaltando histéricamente un evento deportivo, otro donde se torturan animales o cualquier noticia de enfoque tremendista que sirva de distracción a una gran mayoría de ciudadanos, cegados por estas tramposas estrategias.

Dichos desplazamientos atencionales, calculados en siniestras cavernas del poder, son un arma eficaz para, mientras tanto, saquear un país, robarle sus derechos intrínsecos y empobrecer a la mayoría enriqueciendo exponencialmente a la misma oligarquía que realiza estas maniobras.

España, en la actualidad, sólo tiene una democracia aparente como consecuencia de leyes represivas para el pueblo, pero favorecedoras ante delincuentes financieros, a los que se trata con desvergonzados privilegios y se les protege para que no delaten a sus propios y corruptos partidos políticos.

La ley más poderosa en este momento, es la ley del chantaje, por aquellos que eran cancerberos de «la voz de su amo».

Asistimos, pasivos, a la puesta en escena del teatro de las mentiras, donde hace mucho que está pactado cómo han de moverse los títeres y cuál va a ser el final de la obra.

De vez en cuando, los protagonistas aparentes sueltan alguna traca de colores y sonido, en un intento de ganar verosimilitud.

En este segundo acto en el que nos encontramos, está programado que alguna de esas tristes marionetas deje caer, como si nada, determinados datos que vayan preparando a los españolitos, centrados en los farolillos de la escenografía, una gran tragadera para el desenlace final.

Que no va a ser otro, a menos que despierte de una vez este inculto país, que, enarbolando «valores patrióticos», volveremos a perder soberanía de manos de traidores del pueblo, vendidos al timo conceptual llamado » Europa».

Europa la clasista, la que hace más ricos a los ricos, a costa de crear miseria.

Europa, la xenófoba y la que presta dinero para robar soberanías.

La que no tiene piedad con los más desfavorecidos gracias a sus políticas.

¿Es esa la Europa que queremos la mayoría de los europeos?

¿La que nos empobrece y nos impone una involución de treinta años?

Pactos hechos de intrigas y a traición.

¿Tan mal tiene la autoestima el pueblo español?

Si no decidimos, otros decidirán por nosotros en contra de nuestros intereses.

Europeos del Sur, de segunda categoría porque nos valoramos poco y por ser tan conformistas.

¿Habrá más «ajustes»?

Si sumamos todo lo que nos han robado, además de los derechos, estaríamos ante una España próspera.

«Casualmente», durante esa «crisis» que se inventaron, ha sido cuando más corrupción y ladrones de lo público ha habido.

Bajar sueldos, comerciar con puestos de trabajo, «trabajar más y cobrar menos», quitar medicamentos de la sanidad pública y un largo etcétera ignominioso.

Así había más para robar.

Es una proporción inversa: cuanto más desfalco, sueldos más bajos.

¿Coincidencia?

La vida está llena de este tipo de «coincidencias».

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