Poder contra ciudadanía

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Todo poder, afirma Balzac, es una conspiración permanente. La ciudadanía empobrecida, damnificada de una sociedad cada vez más dual, perjudicada en sus derechos cívicos y sociales, contempla como deja de ser fuente de poder porque ello exige, como afirmaba Philip Pettit, la igualdad civil de todos sus miembros. La derecha y las élites dominantes han impuesto su hegemonía gramsciana dinamitando todas las garantías sociales y económicas que el marco constitucional contemplaba para los ciudadanos y reforzando los elementos ajenos al escrutinio popular y que consolidan, mediante el blindaje del poder arbitral del estado, los intereses de las minorías económicas y estamentales. El objetivo, como advirtió Herbert Marcuse, es que las decisiones sobre la vida o la muerte, sobre la seguridad personal y nacional se toman en lugares sobre los que los individuos no tienen ningún control.

Banalidad y poder configuran una realidad percibida por la ciudadanía, por decirlo con palabras de Leibniz, como un escenario donde “todo conspira”, desde lo que paga por la luz y la calefacción, la precariedad de su trabajo que apenas le da para vivir, los timos hipotecarios de la banca, la negación del conflicto social, la destrucción del mundo del trabajo, la pérdida de calidad democrática, hasta la consolidación de una sociedad cerrada sin oposición ni alternativa al poder fáctico establecido. El relato de ese poder, económico y estamental, más su aparataje mediático, ha sido capaz de neutralizar cualquier pensamiento ideológico alternativo de la misma manera que la mantis inocula en sus víctimas una sustancia paralizante.

Orwell predijo hace mucho tiempo que la posibilidad de que un partido político que trabaja para la defensa y el crecimiento del capitalismo fuera llamado “socialista”, un gobierno autoritario “democrático” y una elección dirigida “libre”, llegaría a ser una forma lingüística y política familiar. Es la perversa paradoja que hoy vivimos. En este contexto, la izquierda no actúa contra la conspiración del poder contra la ciudadanía, sino que vive una conspiración contra sí misma al objeto de que el poder fáctico le deje pisar las moquetas ornamentales de un limitado poder político. La peripecia autodestructiva de algunos dirigentes del PSOE empeñados en desnaturalizar la ideología y los valores socialistas mediante una derechización cómoda para el poder fáctico o esa transversalidad imposible del errejonismo en Podemos, supone el triunfo de esa conspiración permanente del poder contra la ciudadanía.

Desconociendo esa verdad que nos anuncia la película de Vincent Ward, “Más allá de los sueños”, cuando un personaje afirma: «El pensamiento es la realidad. Lo físico es la ficción», en este tiempo resignado y amargo donde la pobreza material se difunde junto a la pobreza de las ideas para beneficio de mercaderes y usureros, el complejo pragmático de la izquierda a favor de una realidad sin razón ha dejado sin instrumentos de defensa a las mayorías sociales más castigadas por la irracionalidad de una injusticia presentada como inconcusa. Warren Venís afirmaba que las personas necesitan un propósito que tenga significado, que no es ni más ni menos que aquélla inevitable obligación del ser humano expresada por Ortega en “El origen deportivo del Estado” de que vivir es, de cierto, tratar con el mundo, dirigirse a él, actuar en él, ocuparse de él. No podemos vivir sin que las cosas tengan un sentido, sin una ideología para luchar y una utopía para tener esperanza.

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