Los nuevos partidos europeos de izquierda, como Die Linke en Alemania o Podemos en España, están a favor de garantizar a todos los ciudadanos no solo salud y educación, sino también techo y comida. Lo que no hay es consenso en torno a la mejor manera de poner en marcha semejante aparato de protección social, por eso hay abierto un interesante debate entre los partidarios de la Renta Básica, y los que en cambio prefieren el modelo del Trabajo Garantizado.

Los partidarios de la Renta Básica caen a menudo en el infantilismo, como es el caso de la propuesta sometida a referéndum en Suiza el verano pasado. Más de dos mil euros al mes en dinero de curso legal y libre circulación internacional no tiene ningún sentido. Es una barbaridad. Pero darle a todos los ciudadanos que viven por debajo del umbral de la pobreza food stamps como las norteamericanas (cupones para comida) de modo que al menos tengan garantizada su alimentación básica es una buena idea para empezar.

Es importante tener en cuenta que las food stamps solo son válidas para comprar producto del país, de tal modo que al inyectar riqueza en los bolsillos de los más pobres estás inyectando al mismo tiempo riqueza en las fábricas y comercios nacionales. Estamos hablando por tanto de una medida proteccionista y estimuladora de la economía doméstica. Además se puede ir más allá de erradicar la pobreza, estimulando y empleando al mismo tiempo los activos intelectuales y artísticos desaprovechados de las clases medias.

Tras la victoria de Donald Trump en las recientes elecciones de los Estados Unidos, Bernie Sanders ofreció su ayuda al nuevo presidente norteamericano: “Si Mr. Trump de verdad es serio en relación a impulsar políticas que mejoren la vida de las familias de la clase trabajadora de este país, yo y otros progresistas estamos dispuestos a trabajar con él”. Mr. Sanders es una gran inspiración, porque de nada sirve patalear, romper cristales o llorar cuando la derecha gana las elecciones.

En todas partes, la oposición debe respetar el mandato que sale de las urnas, tender la mano al Gobierno legítimo, y exigirle que cumpla sus promesas. Por ejemplo, en Argentina Mauricio Macri llegó al poder prometiendo ‘pobreza cero’. Sí se puede. Es fácil. Adelante, Mr. Macri. Inyecte dinero en los bolsillos de las villas miseria dando al mismo tiempo empleo a todo ese brillante ejército de trabajadores cualificados de clase media que han quedado marginados de sus nobles oficios, para que enseñen cómo emplear su tiempo de la mejor manera posible a los más pobres y a los no tan bien educados.

El activo más valioso de la Argentina es el arte, la cultura, el sentido del humor, y la pasión por la vida de sus ciudadanos, pero se trata de un activo que no entra en los cálculos de Prat-Gay, ni de ningún economista ortodoxo. De modo que si hay guita para pagar a los buitres también puede haberla para que la gente que no tiene nada tenga acceso a una vida digna, que en los countries ya hay muchos campos de golf, sin embargo la gente de los barrios pobres necesita de todo: arquitectos, psicólogos, maestros, educación, arte, cultura…

No hace falta caer en el insulto, en el revanchismo, ni en el ytumasismo. Lo que la oposición tiene que hacer es ofrecer al Gobierno colaboración y buenas ideas. Sacar la gorra del Che Guevara no sirve para nada. Es mejor decirle amablemente a los señores oligarcas: inviertan en los barrios más pobres, es por su bien. Al fin y al cabo, el Estado del Bienestar siempre fue un seguro contra la guillotina.

De nada sirve la crispación política, mucho menos contra quienes ostentan el poder económico. Además, la izquierda tiene que hacer autocrítica, porque lo que no se puede es construir el Estado Social sin antes construir el Estado Transparente. En Brasil, el Gobierno de Lula logró resultados más que aceptables mediante una revolución social pacífica que básicamente consistió en el establecimiento de programas asistenciales. Otros gobiernos en toda Latinoamérica siguieron su ejemplo, pero se perdió una gran oportunidad, porque no siempre se hicieron las cosas ni con la transparencia necesaria, ni tampoco con la eficacia ni con el ingenio suficientes como para construir un Estado del Bienestar ejemplar. Más allá de las sucias maniobras de las oligarquías opositoras, el propio Partido de los Trabajadores de Lula terminó desacreditado por la corrupción, el mismo mal que en mayor o menor medida han sufrido Chávez y Maduro en Venezuela, o los Kirchner en la Argentina.

Construir un Estado del Bienestar sin leyes de transparencia radical de la economía pública siempre acaba mal y es algo que ha ocurrido no solo a los llamados gobiernos ‘populistas’ de Latinoamérica sino también a las socialdemocracias mediterráneas. Sin embargo, el Estado no es el problema, como sostiene el neoliberalismo, sino la falta de transparencia del Estado. En Suecia, Noruega o Dinamarca no hay corrupción política y sus gobiernos intervienen en la economía de forma eficaz para redistribuir la riqueza sin lastimar la competitividad de su tejido productivo. No es ninguna utopía. El éxito del bienestarismo escandinavo es la prueba evidente de que el Estado Transparente y Social si hace bien las cosas puede conseguir que no haya un solo ciudadano mendigando en la calle con los dientes podridos.

Lo que está pasando últimamente en el mundo tiene muchos paralelismos con lo que ya pasó en los años treinta del siglo pasado. La Gran Crisis es definitivamente muy parecida a la Gran Depresión. En ambos casos, el problema en origen es causado por los especuladores financieros. El Jueves Negro de 1929 y el colapso de Lehman Brothers en 2008 marcan el inicio de ambos shocks, con efectos similares: paro, pobreza, desigualdad. Ahora necesitamos las dos cosas que hizo Roosevelt: regular la especulación financiera, y un New Deal de rescate de las clases bajas y medias. En caso contrario lo que vendrá es más capitaclismo.

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