Plumas de codorniz

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expo-codorniz-el-museo-ciudad-L-NmH4ELEl 8 de junio de 1941 nació La Codorniz de la mano de Miguel Mihura. Acaban de cumplirse pues 75 años de aquel gozoso acontecimiento. Para celebrar convenientemente la llegada al mundo de la revista más audaz para el lector más inteligente, el miércoles invité para charlar a las personas más inteligentes del país que, como todo el mundo sabe son los candidatos a presidente del Gobierno.

—¡Se cumplen 75 años del nacimiento de La Codorniz! —les dije para romper el hielo.

—¿La codo… qué? —dijo Pedro Sánchez, más pendiente de clavar alfileritos a un muñeco de trapo con la cara de Susana Díaz que de la conversación.

—¡El codo, inculto! —le espetó con bastante mala baba Pablo Iglesias—. La parte posterior y prominente de la articulación del brazo con el antebrazo…

—La codorniz, hombre, la codorniz —terció Mariano Rajoy—, una gallinácea migratoria, de 20 centímetros de largo, con alas puntiagudas, la cola muy corta, los pies sin espolón, el pico oscuro, las cejas blancas, la cabeza, el lomo y las alas de color pardo con rayas más oscuras, y la parte inferior gris amarillenta. Es común en España, de donde emigra a África en otoño…

—Pues en Venezuela —continuó Iglesias— cada ciudadano tiene seis o siete codos… ¡Si es que aquello es el paraíso de los codos!

Y mientras Mariano Rajoy se chupaba los dedos imaginando que se acababa de comer un rico plato de codornices escabechadas, Pablo Iglesias se chupaba los codos pensando que eran los de Nicolás Maduro, y Pedro Sánchez clavaba alfileritos al muñeco de Susana Díaz, Albert Rivera habló:

—La codorniz fue una revista de humor…

—Muy bien, muy bien, señor Rajoy, capullito de alhelí —le dije a Rivera—. Por cierto que le encuentro a usted muy cambiado.

—Es que yo no soy Rajoy —dijo.

—Pues más a mi favor, pollo —le dije yo.

—¡Los mejores codos del mundo son los codos bolivarianos…! —dijo Iglesias dejando de chuparse sus codos para empezar a chupar, bastante asquerositamente, ésa es la verdad, los codos de los demás.

—¡Caramba! —dijo Rajoy cuando Iglesias le chupó el codo derecho.

—¡Caramba! —repitió, con la misma voz de Rajoy, Albert Rivera al sentir la lengua del líder de Podemos en su codo izquierdo.

—¡Muere, muere, muere…! —dijo, ajeno al chupeteo podemita, Pedro Sánchez mientras clavaba una aguja de hacer punto en la cabeza de Susana Díaz.

—Señores, un poco de orden, por favor —les dije—. Yo lo que quisiera es hablar de aquella revista llena de flores, de pájaros, de caballos blancos y de vacas rubias…

—¡Pues yo quiero hablar de los codos del comandante Hugo Chávez! —gritó Pablo Iglesias.

—Yo, mire usted, preferiría hablar de las codornices al brandy —dijo Mariano Rajoy.

—Pues yo quiero hablar de los muslos ebúrneos de don Mariano —dijo, guiñando los tres ojos a Rajoy, Albert Rivera.

—¡Muere, muere, muere…! —repitió Pedro Sánchez, con una contumacia bastante pesadita, mientras le clavaba a Susana Díaz entre los ojos una pértiga de atletismo reglamentaria…

Y cuando ya iba a mandarlos a todos a freír espárragos por maztuerzos, inopinadamente Mariano Rajoy dijo: «¡Ay qué risa, tía Felisa!», y se quitó una careta que llevaba dejando ver que no era Mariano Rajoy sino un ornitorrinco que iba disfrazado de Soraya Sáenz de Santamaría disfrazada a su vez de presidente del Gobierno en funciones. Después, como quien no quiere la cosa hizo mutis por el foro romano de Mérida.

Acto seguido, después de ver aquel suceso tan extraordinario, Pablo Iglesias dijo:  «¡Tralaríii, tralaráaaa…», se quitó una careta que también llevaba dejando ver que no era Pablo Iglesias sino que era un rododendro descafeinado disfrazado de Fidel Castro en déshabillé, para concluir haciéndose  un precioso mutis colaborativo y asambleario (o sea, que no se fue).

Albert Rivera, que no quería ser menos que nadie, gritó: «¡Ay qué risa, tralaríii, tía Felisa, tralaráaaa…», y también se quitó la careta que llevaba puesta para mostrar a las claras que no era ni de derechas ni de izquierdas sino todo lo contrario. Después, hizo un mutis neoliberal simultáneamente por el foro derecho y por el izquierdo.

Finalmente, el muñeco de trapo de Susana Díaz se quitó la careta que ella también llevaba y resultó que no era Susana Díaz sino un prolapso hemorroidal de cuarto grado que se había disfrazado de lobo de Caperucita disfrazado de presidenta de la Junta de Andalucía. Entonces, Pedro Sánchez no tuvo más remedio que decir: «Vaya por Dios…», y aquel prolapso hemorroidal de cuarto grado disfrazado de lobo de Caperucita disfrazado de Presidenta de la Junta de Andalucía se lo comió de un bocado…

Muy desilusionado, decidí irme de allí y cogí el primer tren que salía para el cielo codornicesco donde Miguel Mihura me recibió con los brazos abiertos, las piernas abiertas, las orejas abiertas y los omóplatos entornados para que no pasara la corriente. Y allí, tan a gusto sentados los dos sobre unos sonrosados querubines dibujados por Tono y por Enrique Herreros, Mihura comenzó a hablar de La Codorniz:

—Yo, lo único que quería era hacer felices a los demás (fundé La Codorniz para tener una actitud sonriente ante la vida; para quitarle importancia a las cosas; para tomarle el pelo a la gente que veía la vida demasiado en serio; para acabar con los cascarrabias; para reírse del tópico y del lugar común; para inventar un mundo nuevo, irreal y fantástico y hacer que la gente olvidase el mundo incómodo y desagradable en que vivía. Para decir a nuestros lectores no se preocupen ustedes de que el mundo esté hecho un asco. Vamos a olvidarlo y a procurar no enredarlo más. Y aquí, reunidos, mientras la gente discute y se mata, nosotros, en un mundo aparte, vamos a hablar de las mariposas, de las ranas, de los gitanos, de la luna y de las hormigas. Y nos vamos a reír de los señores serios y barbudos que siempre están dando la lata y buscándole los pies al gato. Y por eso los señores barbudos los dibujaba Herreros dentro de los bolsillos de sus personajes, allí arrinconados, a punto de morir de asfixia… Con ese humor, en definitiva, que para mí sólo es un capricho, un lujo, una pluma de perdiz que se pone en el sombrero; un modo de pasar el tiempo. El humor verdadero no se propone enseñar o corregir, porque no es ésta su misión. Lo único que pretende el humor es que, por un instante, nos salgamos de nosotros mismos, nos marchemos de puntillas a unos veinte metros y demos una vuelta a nuestro alrededor contemplándonos por un lado y por otro, por detrás y por delante, como ante los tres espejos de una sastrería y descubramos nuevos rasgos y perfiles que no nos conocíamos. El humor es verle la trampa a todo, darse cuenta de por dónde cojean las cosas; comprender que todo tiene un revés, que todas las cosas pueden ser de otra manera, sin querer por ello que dejen de ser tal como son, porque esto es pecado y pedantería. El humorismo es lo más limpio de intenciones, el juego más inofensivo, lo mejor para pasar las tardes. Es como un sueño inverosímil que al fin se ve realizado…

 

¡¡¡Vivan los huevos fritos!!!

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