Muchos son los que se han creído el relato izquierdista de Pedro Sánchez. La victoria ha sido incontestable. La hora del populismo ha sonado en el PSOE. El populismo siempre apela a las bases, y las bases han dictado sentencia. Apela a las bases habiendo antes introducido en el debate un convincente relato de buenos y malos, de bellacos y héroes, de mártires y verdugos. Una vez inyectada la sobredosis las bases se pronuncian y suele salir el que mejor ha construido el relato colocándose, claro, en la parte más ventajosa.

Así ha ocurrido en este PSOE que se integra en la hora populista comandado por un Pedro Sánchez que comenzó a tener una cierta relevancia política abanderando las tesis más socioliberales, es decir, lo más moderadito, lo más a lo Renzi y a lo Valls que había en el PSOE, como no se cansa de recordar a sus íntimos un Alfredo Pérez Rubalcaba a cuya sombra se cobijó el renacido líder socialista en sus inicios.

Pensar que el Pedro Sánchez último, el que ha entonado La Internacional del tirón sin dudar ni una sola estrofa, es el más auténtico no deja de tener una buena dosis de ingenuidad y ganas de creer.

El más auténtico, por el contario, es el primero, el Sánchez inicial, el que hacía las delicias de los sectores más conservadores porque representaba un PSOE “decente y asumible”. El segundo es el que encarna la historia de un hombre cabreado, indignado y con ansias de revancha. También un hombre ambicioso en grado sumo.

Un político que se agarra a un clavo ardiendo y utiliza oportunamente (con oportunismo evidente) el ropaje más convincente para salirse con las suya y calmar su desesperada sed de vengar la afrenta. Pero las aguas volverán a su cauce y el protagonista de la historia por donde solía.

Aunque los que hoy se aventuran a decir que el resurgir será efímero porque las urnas (esta vez las de unas elecciones generales) le colocaran en su sitio tal que a un Corbyn cualquiera se pueden equivocar de cabo a rabo. Con nuestro sistema parlamentario y la aritmética correspondiente, Pedro Sánchez podría ver cumplido su deseo de verse en la Moncloa.

Y esa sería la hora de la verdad para él, y para los que se han creído su relato de izquierdismo rotundo y nítido.

Ese relato que a Sánchez nunca le ha convencido pero que le ha servido magistralmente para reabrirse un hueco en el nuevo tiempo tras haberle cerrado el paso con una muralla que pensaron infranqueable. Tan infranqueable como las derivaciones de un político que tras archivar las intenciones ideológicas primeras, que tampoco fueron nunca un obstáculo insalvable, ya solamente busca el poder.

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