Sigue este penoso y esperpéntico folletín barato por entregas en que se ha convertido nuestro país, con un gobierno encallado en los bajíos del neoliberalismo que ha decidido, pase lo que pase, no cambiar de política a pesar de constatar que ninguna de sus medidas funciona.

Pero como hay que hacer algo, han decidido, como gran medida de choque, contratar una charanga con mucho bombo y platillo, mientras un equipo de megafonía repite incansable que ya está aquí la ansiada recuperación, que la crisis está quedando atrás, que “ya se ven sonrisas por la calle”, como dijo la sin par Ana Botella, que una vez más se lió y confundió y tomó por sonrisas lo que eran trágicas muecas de espanto.

Suena la alegre música ratonera mientras la gente cabizbaja y meditabunda acompaña al féretro donde van bien muertas sus ilusiones, sus derechos, sus esperanzas de un futuro que nada tiene que ver con esto. Ahora, demasiado tarde ya, nos damos cuenta que aquel futuro que nos señalaron allá a lo lejos, un futuro de progreso, de inversiones, de fábricas, de bajadas de impuestos, de subidas de sueldos generalizadas, de derechos laborales, de buena, tirando a excelente, gestión de lo público, de total eficiencia, seriedad y responsabilidad, de buena sanidad, educación, de justicia y trabajo para todos, era sólo un burdo decorado de cartón piedra, una tómbola trucada donde siempre ganan los feriantes.

Ahora, mientras escuchamos la música desatalantada y avanzamos como una procesión de zombis para enterrar definitivamente nuestro futuro, con honda amargura nos damos cuenta que las prometidas mejoras e inversiones realmente eran salvajes recortes y austeridad para los mismos de siempre y que cuando decían creación de empleo querían decir ominosa reforma laboral con su brutal bajada de salarios y su todavía más brutal recorte de derechos.

Mientras tanto, la gente se carga de serenidad y paciencia para soportar un presente más negro que el culo de un caldero. Una gente que desde todos los rincones de este desgraciado país no deja de darle vueltas obsesivamente a la noria sin cangilones  en que se ha convertido esta infame realidad que nos ha tocado vivir. Unos tiempos donde se nos caen encima los palos de sombrajo un día sí y otro también y nadie, ningún político, levanta la voz, nadie clama un basta ya y da rienda suelta a todos los sapos y culebras que va tragándose a diario y los que se fue tragando a lo largo de los meses y los años de su carrera política.

Ningún político de los dos partidos mayoritarios, ya sea por higiene mental, pudor, ética o simplemente vergüenza, sufre un ataque de sinceridad y decencia, nadie se vuelve loco a la manera de D.Quijote y se atreve a romper ese pacto de silencio, esa sagrada “omertá”. Y cuando nos enteramos de algo gordo, normalmente un delito tan escandaloso como el de los “ERES” andaluces, el caso Gürtel, lo de Bárcenas, Blesa, Pujol…etc, etc. también nos enteramos a la vez que buena parte de la clase política, especialmente ellos, los que estaban y muchos de ellos todavía están en la nómina del bipartidismo, conocían estos chanchullos a gran escala e inexplicablemente callaban. ¿Por qué?.

Hace poco un político vasco, uno de segunda fila, se despedía de su carrera política enseñándonos el caramelo de que a lo largo de sus muchos años en  el poder había visto muchas cosas, se refería claro está a chanchullos y corruptelas del más variado pelaje, y que, si quisiera, podría denunciarlos y habría para todos, pero dijo que nada tenían que temer sus compañeros de escaño, de su partido y de los demás partidos presentes en el parlamento vasco, porque no iba a decir nada, no iba a largar una sola palabra que pudiera comprometer a ningún colega. Este modélico hombre de Estado dijo textualmente que no iba “a escribir sus memorias”, aunque podría hacerlo, pero no iba a molestarse en hacer un último y quizás único servicio al pueblo del que ha vivido, y muy bien por cierto, durante décadas. No, nada eso, ¿para qué meterse en camisa de  once varas?. Seguiría cobrando ahora una abultada pensión y llevaría una plácida y confortable vida de jubilado de lujo. No de esos borrosos jubilados de banco, garrota y jersey descolorido lleno de pelotillas, que al andar les cuelgan los picos de la chaqueta como dos pieles de bacalao, de esos jubilados de pensión mínima que matan el aburrimiento dando pan a las palomas e inspeccionando obsesivamente las obras al otro lado de las vallas. Sino que, junto a su señora o su amante recorrerían España haciéndose un circuito de “Spas” donde les sobarían a conciencia los ijares, se recorrerían toda la red de Paradores y comerían en todos los restaurantes de lujo que les salieran al paso, también los de tres estrellas Michelin, que la paga da para eso y para más.

Nada de fatigosos y tumultuosos viajes en autobús organizados por el Imserso en hoteles baratos, nada de reatas para ver  el castillo de Peñíscola, nada de eso, eso es de pringados, de clases medias venidas a menos. Este político, por llamarle de alguna manera, que su único fin en la vida ha sido vivir bien sin trabajar, cuya única tarea ha consistido en buscar un líder y seguirlo como siguen las ovejas al pastor y también a veces al borrico, y aplaudirlo y votar  lo que se le ordene, debería ser la excepción, pero no lo es. Muy al contrario es la regla.

Este político que para redimirse de una vida chupando de los presupuestos generales del Estado podría haber ayudado a la justicia denunciando delitos, tejemanejes, abusos y componendas, poniendo en guardia a la sociedad de la amenaza que supone el corporativismo de ciertos políticos, de la corrupción y la impunidad en la que se mueven, se despide diciendo: “ay si yo dijera las cosas que sé..., pero no las diré, para qué voy a complicarme la vida si ya la tengo resuelta y más que resuelta. Pero no hay que sorprenderse porque este  es el final que todos esperamos de la carrera de un pícaro, uno más de los muchos que pueblan los escaños de este país y que, no lo olvidemos, fueron puestos ahí con nuestros votos. La noticia de estas indignantes declaraciones rápidamente se perdió en la  fuerte corriente de malas noticias de ese río de aguas turbulentas y fangosas que a diario nos vomitan en la pechera los medios de comunicación. Este, tampoco lo olvidemos, siempre ha sido un país de pícaros. A lo largo de la historia, cada país ha aportado algo de su cosecha al mundo, Italia, el Renacimiento, Francia, la Ilustración, Alemania, el Romanticismo. Y España, nuestra querida España, la picaresca y el esperpento. Todos recordamos ese pasaje del Lazarillo de Tormes, una obra maestra de la novela picaresca, donde unos vendimiadores regalan un racimo de uvas al ciego y entre los dos, ciego y lazarillo, acuerdan comerse las uvas de una en una.

Pero al poco de empezar a comer, el ciego golpea a Lázaro con la garrota y éste mientras recibe los golpes  le pregunta al ciego que por qué  le pega, y el ciego le responde: ¡porque yo las comía de dos en dos y tú callabas!.  Y saco este episodio a relucir porque aquí todos los políticos sabían que el “molt honorable” Pujol y su partido cobraron entre un tres y un cinco por ciento de todas las obras y contratas que se realizaban en Cataluña. Es decir, todos los políticos, catalanes y no catalanes,  sabían que Don Jordi cogía las uvas de tres en tres e incluso de cinco en cinco. Pero ninguno de ellos tuvo la decencia, el coraje, el amor a Cataluña y a España, a la que representaban como servidores públicos, y de la que cobraban un buen sueldo y otras bicocas, para denunciarlo. Nadie se quejó de que el Sr. Pujol al que llamaban cariñosamente “Míster tres por ciento”, cogía las uvas del racimo de tres en tres, y ellos callaban quizás porque se las llevaban de cuatro en cuatro. Ahora, en una huída hacia adelante que da vergüenza ajena, Mas y los suyos se tapan, ellos y su penosa gestión, con la bandera catalana y reclaman la independencia. Como clama un personaje de El Roto en una de sus geniales viñetas: ¡Menos patrias y más decencia!.

Tampoco fue paja ni moco de pavo el escándalo de las tarjetas opacas, o tarjetas “black”, y que más propiamente podrían haberse llamado “plys”, “para ladrones y sinvergüenzas”, unas tarjetas con las que el astuto Blesa, un mafioso como una catedral, compró el silencio y la complicidad de todos los consejeros de Bankia, incluyendo al representante de IU llamado Moral Santín y que tenía el noble encargo de representar, con seriedad y responsabilidad a un decente partido de izquierdas decidido a luchar en todos los frentes por la igualdad y la regeneración democrática y contra la corrupción y la impunidad. Un tipo este Moral Santín  que no necesitaba  robar, como tampoco necesitaban robar los representantes de los sindicatos, que también se amancebaron con la tarjeta y se convirtieron en despreciables lacayos, en siervos abyectos cuando vendieron su dignidad de hombres libres a cambio de  lujosos viajes a lo largo y ancho de este mundo, que decía el capitán Tan, y de carísimas chucherías y abalorios. Quincalla de nuevos ricos. Porque feo está que robe un desahuciado, un parado, un empobrecido y machacado ciudadano, un desesperado hambriento, pero mucho peor, infinitamente peor, es que lo haga alguien que tiene un gran sueldo fijo y seguro, “la vida resuelta” como dijo, en un alarde de chulería, prepotencia e indecencia el doctor Javier Rodriguez,  que fue consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid en los tiempos de la Aguirre, después de culpar a la auxiliar de enfermería  que atendió a uno de los religiosos enfermos de ébola, de haberse contagiado de ese virus mortal. Y no tuvo el menor reparo en decirlo mientras la enfermera, que se ofreció voluntaria para cuidar al sacerdote infectado se debatía entre la vida y la muerte.

Lo peor de todo este sombrío panorama es la repugnante inmoralidad en la que estamos hundidos hasta las orejas. Y hablando de tarjetas de crédito, conviene acordarse de  una noticia, otra noticia ya desaparecida en la tumultuosa corriente de noticias una peor que otra, la de aquella madre parada y con hijos a su cargo que querían meterla dos años en la cárcel porque se encontró una tarjeta de crédito y compró con ella unos cartones de leche para sus hijos. Su caso quedó felizmente archivado porque hubiera estado cojonudo que la hubieran metido en la cárcel mientras los de las tarjetas de Caja Madrid, ahora Bankia, quedan impunes. Aunque lo de las tarjetas, a pesar de ser un hecho muy grave, no deja de ser calderilla si lo comparamos con los miles de millones que costaron a las arcas públicas, a todos nosotros, el rescate de las cajas. De esa descomunal cantidad de dinero robado, más de la mitad corresponde a Caja Madrid, ahora Bankia.

Pero siguen las infamias a propósito de la tarjetas: el pasado primero de mayo, en la Puerta del sol de Madrid, al término de la manifestación, en el  mitín que cerraba el acto, además de Méndez y Toxo, habló Jose Ricardo Martínez secretario general de UGT de Madrid. De su intervención, recuerdo especialmente su vehemencia contra los corruptos, sus palabras incendiarias contra la situación de Madrid y, por extensión, del país. Unas palabras que todos aplaudimos sin saber que aquél que tanto clamaba, y con toda la razón del mundo, dicho sea de paso, contra la corrupción y los despropósitos del gobierno en materia sanitaria, educativa y laboral estaba, con un par, usando la famosa tarjeta opaca, la misma que usaban los corruptos contra los que arremetía. Vaya en su descargo, que dimitió de su cargo y devolvió el dinero a la entidad de la que lo sustrajo. Algo que es deseable que hagan todos. Pero el mal ya está hecho.

Sin embargo, al gran Moral Santín ni se le pasó por la cabeza devolver un solo euro de los muchos miles que sacó, además en efectivo, alegando la legalidad de su proceder. En este penoso caso también había que buscar responsables entre los compañeros del partido que trataban con él y que deberían haberlo vigilado y, al menor indicio, denunciado. No puede creerse que los compañeros del partido que conocían y trataban a diario a Moral Santín no se dieran cuenta del dineral que estaba ensilando en sus cuentas, que no notaran algún comportamiento extraño, algún gasto llamativo, algún capricho suntuoso, que no se le escapara algo en alguna charla a pie de barra de bar. Es difícil porque como dice Quevedo en El Buscón: “amores y dineros mal se esconden”.

Hay que acabar con esa ley no escrita del silencio y denunciar a todo sospechoso de estar robando dinero público. No se trata de promover una indiscriminada caza de brujas entre los administradores de lo público, sino de no callarse ni mirar para otro lado cuando, más que sospechas, existen serios indicios, cuando no certezas, de que alguien está beneficiándose de lo que no debe. Hay que acabar con esta impunidad rampante, con esta esperpéntica España Valleinclanesca que padecemos a diario. Un país donde no hay dinero para rescatar a un matrimonio de octogenarios que va a ser deshuciado y desalojado de su casa y sí lo hay para que un miserable se dé la gran vida. Esta impunidad está pudriendo el sistema. Las “raíces vigorosas” que nuestro presidente Rajoy anuncia a bombo y platillo no son otras que las raíces de la grama. Y la grama se extiende porque no se arranca como es debido. Porque a veces se arranca y  no se la aparta de la tierra. Y todos sabemos lo que pasa cuando una raíz de grama queda cerca de la tierra, y es que vuelve a clavar su rejo en ella y todo vuelve a empezar.

El panorama macroeconómico tampoco va mejor: se siguen sin rechistar  las órdenes de Alemania que su vez sigue las órdenes de sus bancos y del sistema financiero que ha tomado ya el poder sin disimulos ni componendas. Se siguen aplicando con una escalofriante determinación unos recortes y una austeridad que, como ya se demostró en todos los países donde se puso en práctica, mata el crecimiento, la inversión, el consumo y también la ilusión y hasta las ganas de vivir. Si fracasó en todas partes donde se implantó ¿por qué aquí sigue aplicándose a toda costa?. ¿Alguien lo sabe?.

El virus más dañino y destructivo al que nos hemos enfrentado nunca se llama codicia y también avaricia y ruindad. Los indios sudamericanos de los tiempos de la conquista ya conocían y sufrían este virus, esta insaciable sed de oro y riquezas que mostraban los conquistadores españoles a los que en algunos casos calmaron su sed dándoles a beber oro fundido. Quizás ese método sea algo durillo y un pelín violento y haya que buscar otros métodos más civilizados pero igualmente disuasorios.  Queremos que cesen los escándalos, los desmanes, los abusos, las fechorías de estos delincuentes habituales con traje y corbata  que no sólo se muestran tranquilos y confiados sino que sacan pecho porque saben que no va a pasarles nada, que todo está de su parte: cuentan con el cobarde silencio, cuando no el decidido apoyo, de los que le rodean, con la desesperante lentitud de la justicia y con el convencimiento de que éste sigue siendo un país donde los pícaros siempre se salen con la suya. Queremos que este país deje de ser el país del todo vale, que los culpables reciban el correspondiente castigo y que devuelvan con intereses el dinero robado. No queremos ver más en televisión a tipejos miserables como Juan Iranzo, expresidente del Colegio de Economistas de Madrid, diciendo con su imperturbable cara de mochuelo, una cara de hormigón armado, que no había hecho un uso fraudulento de su tarjeta, cuando todas las evidencias: gastos a cuenta de la tarjeta en lencería, joyería, zapatería, mobiliario, viajes…  dicen lo contrario.

Hay que acabar de una vez con todo este penoso culebrón, con este miserable folletín por entregas donde los escándalos y los abusos no solo no remiten sino que crecen y se extienden día a día como la grama. Los políticos y el resto de los ciudadanos, al menor indicio o sospecha de delito debemos acudir a la justicia a denunciarlo. Hay que señalar y desenmascarar a los delincuentes, a los pícaros, a los buscones disfrazados de políticos, que aquí son legión, y no porque nos sintamos generosos sino porque es nuestra obligación de ciudadanos que quieren que el crimen, todos los crímenes, y casos como este de las tarjetas y otros muchos lo son, sean juzgados y condenados con toda la fuerza de la ley. Así se conseguirá que se lo piensen dos veces los que ahora mismo sienten la tentación  de cometer delitos, de meter la zarpa en el ya revuelto y escarbado cajón  del dinero público. Hay que acabar con ese agitado fango de impunidad donde estos voraces cocodrilos se mueven a sus anchas. No confiemos en que alguna vez se verán hartos y pararán. No pararán, nunca pararán, porque delinquir forma parte de su naturaleza. Hay que drenar la cenagosa charca de la corrupción o ésta seguirá extendiéndose por todas sus orillas y más pronto que tarde desapareceremos en ella hundidos en la miseria y la indignidad.

Dejemos de asistir impasibles a nuestro propio hundimiento como si la cosa no fuera con nosotros y pongamos a cada uno en el sitio que se merece. Hay que establecer una clara y nítida línea divisoria entre los culpables y los inocentes. Lo último que podemos hacer es resignarnos a esta situación como una acobardada esposa se resigna  a sufrir a su marido maltratador. No nos resignemos a más de lo mismo.

Alejandro Tello Peñalva

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