Siempre he admirado a mi padre porque él me reveló todo lo que sé. Me proporcionó la herramienta que ha hecho que nunca me falte de nada. Mi padre me enseñó a robar.

Desde que tengo uso de razón he visto como en mi casa no faltaba de nada. Lo mejor de los supermercados, el coche más apetecible y, a veces, varios coches.

Con mi padre aprendí a valorar las cosas de manera diferente. “Todo vale lo que tardas en apropiártelo”. Eso sí, sin violencia ni avasallamientos. Mi padre era una persona muy cívica. Me contó cómo había empezado por necesidad, y que había continuado por puro placer. “Nada sabe tan bien como lo sustraído”…mi padre nunca decía la palabra robar.

Los fines de semana me llevaba al supermercado de turno. Tenía una lista con los más importantes de la zona, para no repetir demasiado. El problema de las grandes superficies no son las cámaras de vigilancia. “Siempre se pueden evitar en algún ángulo muerto”. Lo peor es la gente que está comprando. Ejerce de policía y se chiva. “Se ve que no tienen otra cosa mejor que hacer que vigilar a los demás. Pobres desgraciados”, decía mi padre. Era un genio.

“Tú coge todo lo que quieras de las estanterías, lo más caro, y échalo en el carro, que después, donde la comida de perros y gatos, que no hay cámaras, nos lo metemos en el doble forro del abrigo”. Luego pasábamos por caja con un pan de molde y dos litros de leche. Yo, con unas chocolatinas en la mano. En ese momento es cuando mi padre, si notaba que la cajera se estaba fijando en nosotros más de lo conveniente, se ponía a regañarme por mi falta de celeridad o por mi distracción. Unas palabras altisonantes. La escena típica del padre que grita a su hijo… yo ponía cara de compungido pero me reía por dentro. Mi padre era un artista.

No fui al colegio. Mi padre decía que no enseñaban nada y además había que madrugar mucho. Estudiaba en casa. Mi padre sustraía los libros en el Corte Inglés. Eso está bien, porque ellos son los que más roban. Llevábamos una bolsa forrada con papel de plata por dentro y así no pitaba la alarma. A veces también me cogía cómics. La ropa, lo mismo.

Mi padre tenía un amigo policía en el Ayuntamiento. Gracias a él conseguíamos coches. Una vez, en un concesionario Mercedes Benz de segunda mano, mi padre se puso a hablar con el encargado, y mientras tanto, yo cogí unas cuantas llaves de los coches expuestos y apunté las matriculas. Más tarde, el amigo del Ayuntamiento le dijo a mi padre el domicilio de los propietarios, y mi padre fue a por los coches, les cambió las placas, y se los vendió a unos moros que los pasaron a Tánger.

Mi madre había muerto hacía unos años, un día catorce. Y desde entonces, los días catorce de cada mes íbamos al cementerio. Cogíamos todas las flores que podíamos de otras tumbas y se las poníamos a mamá. Las mejores eran las recientes. En ocasiones nos uníamos a alguna comitiva como si fuéramos familia del muerto, y cuando todos se iban, nos llevábamos los ramos. Mi padre era lo máximo. Siempre tenía buenas ideas.

Yo fui adoptado. Mi padre me lo dijo cuando yo era pequeño. Una tarde de domingo, mi madre había preparado chocolate con picatostes. Recuerdo que esos domingos yo era muy feliz. La casa olía a pan frito y a chocolate fundiéndose en un cazo. Yo siempre preparaba la mesita baja del salón. A esa hora de la merienda, el sol entraba débil, pintando de cobre todo lo que tocaba. Entonces mi padre, con su voz cálida, me contó que al poco de casarse tuvieron un hijo.

Mi madre había parido en casa. Una amiga hizo de comadrona pero en realidad era peluquera. El niño falleció de muerte súbita, algo que pasa muy de vez en cuando. Después de eso, no pudo tener más hijos por una infección en el útero. Entonces mi padre se fue lejos, a otra provincia, y estuvo muchos días, semanas paseando por los parques y esperando a la puerta de los colegios. Hasta que me vio a mí, tan pequeño…

Mi padre ha muerto hace poco. Yo he querido mucho a mi padre.

Le he incinerado el día de San Juan. La hoguera debía de pertenecer a alguien, supongo… los dueños la descontrolaron un momento y me apropié.

He visto una urna en una joyería. Parece muy valiosa. Perfecta para mi padre.

Mi padre era la bomba.

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