«Oh, Pedro, el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos», dice Pablo.

Es una noche cálida en el Madrid de junio de dos mil diecisiete. Se escucha el ambiente urbanita por los pasos de cebra. Los poemas en plan «se escucha el ambiente urbanita…» se inspiran en noches como esta. La M-30 se diluye en la madrugada. Dos amantes, uno en cada punta de la ciudad, se despiden por teléfono.

Pedro desconfía porque Pablo tiene un rollo raro con otro tipo, más joven, más romántico. De esos que llevan barbita y salen por Lavapiés. De esa gente que seduce por su apabullante intelectualidad, dudando de todo. En un bar donde ponen baladas checoeslovacas de la época victoriana, se le escucha diciendo: «El este en verdad es el oeste, pero los poderes no quieren que lo sepas. Eso no le conviene a las grandes multinacionales, sólo lo sabemos tres tipos en el mundo: Un esquimal, otro que vive en Trebujena y yo». Las mujeres, los hombres, toda la plebe allí presente está navegando en las aguas del deseo. Es comunista, está empoderado, se llama Alberto.

Pero Pablo sabe que Pedro también tiene un pasado, eso no le gusta. Es un hombre influenciable y su madrastra le llevó por donde no era. Le quiso casar con un hombre alto, guapo y con dinero. Barcelonés, emprendedor. Uno de esos tipos que dice que es el CEO de una start up, pero la verdad es que su empresa tiene diez o doce años y no ha conseguido nada. Un día organizó un baile en su palacio para elegir princesa, todas las muchachas del reino acudieron y Pedro se dejó seducir por sus palabras gentiles. «Soy un hombre de Estado», dijo, «mira cómo me queda este traje… Es un traje de Estado». ¿Quién puede resistirse a eso? A sus formas presidenciales, a su sentido común. Es la némesis de Alberto…. Se llama Albert.

Pero Pedro se dio cuenta de que su malvada madrastra le había tendido una trampa mortal en la que ella, finalmente, sería quien se casaría con el atractivo Albert y llegaría a ser la Monarca auténtica del reino. Enfrentado con su destino, decidió marcharse.

Sin embargo, Pedro ha vuelto. Más alto, más guapo, más proletario, más divino, y Pablo no ha podido resistirse a sus encantos. «Dame una cita/ vamos al parque/ entra en mi vida/ sin anunciarte», le canta en los karaokes. «El equilibrio es imposible cuando vienes/ y me hablas de nosotros dos/ no te diré que no/ yo te sigo porque creo que en el fondo hay algo», responde Pedro.

Finalmente, parece que se verán el martes. ¿Quién sabe si será el comienzo de un nuevo amor? ¿Quién sabe si no es otra estrategia? El tiempo lo dirá.

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