Muchos han sido los instrumentos de solidificación del monopolio, del pensamiento único, de la marca, pero la herramienta publicitaria definitiva, el más indiscutible ariete que el gaypitalismo utilizó para derrumbar cualquier oposición a su modelo, fue el Orgullo Gay.

O lo que quedó del Orgullo Gay, porque, si hay una manifestación de la comunidad distorsionada hasta lo irreconocible por esas estrategias mercantilistas, esa es el Orgullo Gay. En ningún lugar queda más patente el secuestro de la lucha homosexual por parte del aparato corporativo de la «marca gay». Pocos capítulos de nuestra historia han sido más tristes que su apropiación para aprovechar el foco reivindicativo que miles de activistas consiguieron reclamar tras siglos de silencio con el fin de convertirlo en su particular desfile de la victoria, una grandiosa publicidad para el gaypitalismo que proclama su mentira: todo es maravilloso, todo es felicidad, somos la comunidad contenta, todo se arregla con dinero.

Gracias a este secuestro, el Orgullo Gay pasó de herramienta reivindicativa a mero escaparate corporativo. O, dicho de otra manera, se pasó de la manifestación a la fiesta (incluso la verbena). Es un triste devenir para una de las manifestaciones más genuinas, valerosas y competentes que nuestra lucha ha producido. Ver a aquellos primeros valientes desfilar desafiantemente frente a las miradas reprobatorias de la sociedad patriarcal represiva a muchos homosexuales les salvó la vida. Pero cualquier parecido con aquellas primeras marchas del Orgullo Gay de Barcelona y Madrid es hoy pura coincidencia.

Para entender hasta qué punto ha degenerado esta cita activista y el grado de distorsión que ha sufrido a lo largo de estas décadas, basta con preguntar a cualquier asistente sobre los orígenes del evento. Cada vez son más los que no saben contestar a la pregunta de qué se celebra cada 28 de junio en el Orgullo. Pocos de los enfervorizados asistentes que se entregan a la fiesta por la fiesta saben que ese día recordamos las Revueltas de Stonewall que un 28 de junio de 1969 enfrentaron al sector más marginado de los homosexuales con la Policía.

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En España no fue menos milagroso el germen del Orgullo. Si acaso, tuvo ribetes de heroico. Tras 40 años de una dictadura nacionalcatólica que se había cebado especialmente en mujeres y homosexuales, la disidencia sexual agonizaba bajo un manto de auténtico terror. Ni siquiera la muerte del dictador despenalizó la homosexualidad. Baste decir que la Ley de Escándalo Público que –junto a la infame Ley de Peligrosidad Social– era la utilizada para reprimir y criminalizar la homosexualidad, no se derogó hasta 1989. Mucho más testaruda fue su hermana represiva: la Ley de Peligrosidad Social no fue derogada hasta 1995. Y sólo en 1999, con la disposición adicional tercera de la Ley Orgánica de Protección de Datos 15/1999, de 13 de diciembre, se declaran confidenciales los archivos policiales de todos los reprimidos con esta ley. Declarando que sólo los historiadores pueden acceder a esos datos con fines estadísticos. Este fue un logro de la Asociación ExPresos Sociales tras un terrible suceso en el que un ciudadano de Alicante fue detenido por un problema con su coche y, al acceder la patrulla a sus archivos policiales, en los que figuraba que había estado preso por ser homosexual, fue humillado con risitas y frases como “¡Ten cuidado con darle la espalda, que este es maricón!”.

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Pero volvamos atrás, a mi participación en aquellos primeros Orgullos. Especialmente quiero destacar el del año 1994. Ya nacida Shangay Lily (el 31 de octubre de 1993, la noche de Halloween), creí mi obligación acudir como cabeza visible de esa nueva comunidad. Por supuesto, di por hecho que mis colaboradores (y beneficiarios del negocio construido en torno a mi persona) asistirían conmigo, pero la respuesta de Alfonso y, especialmente, la de Roberto, no pudo ser más opuesta: “Eso es una reunión de locas plumíferas que no nos representan”. A tan absurda afirmación yo no pude por menos que contestar un lógico: “Pues id vosotros y así ya os representáis”. Estas dos personas que se negaron a acudir a aquellos primeros Orgullos, cuando más falta hacía, ahora son a todos los efectos los dueños del mismo, y se jactan de haberlo creado.

¿Cómo pasaron de esa animadversión al súbito interés que les subyugó unos años más tarde? Sencillo: Negocio. Según fue apareciendo el nuevo modelo de gay y vieron el interés de mantener el monopolio y el poder de propaganda de la marca, su implicación en el Orgullo fue en aumento exponencial (para cambiarlo desde dentro, imponiendo el modelo mercantil, claro).

De hecho, ya cuando los domingos se habían convertido en “la noche de los gays”, la pugna por ser el representante de esa noche, de ese sector de mercado, se vivió como algo esencial, una enorme oportunidad de negocio. Aquel que pudiese hablar en nombre de los gays tendría el respaldo, la atención y el dinero de las compañías interesadas en explotar, conocer y dirigirse a ese nuevo cliente potencial. Esto es algo que Alfonso Llopart entendió rápidamente y, aunque aún quedaban años para que se autoproclamase oficialmente el representante de todos los empresarios y empresas gays con su Aegal (un poder sin precedentes convertirse en el interlocutor primario para las empresas), ya lo fue moldeando desde nuestro mailing, esas direcciones de asistentes a mi Shangay Tea Dance para enviarles luego el primer fanzine Shangay Express con sus primeros anuncios. Aquella construcción de la voz gay empezó a dar dinero y a aglutinar el negocio (la marca) gay alrededor de la pequeña y novedosa comunidad que se formó en torno a ese fanzine que moldeaba la nueva identidad gay.

Lo que hay detrás de esa disposición a ser la cabeza visible de la comunidad gay no es una bienintencionada y generosa visibilidad, sino una interesada oferta para “presidir” a todos los gays para cuando el “hombre blanco con regalos y poder” viniese a comprar nuestras tierras. Quien actuase como portavoz adquiriría un poder inconmensurable. Esa figura fue la que desempeñó Alfonso Llopart. Vio claramente que ser “el interlocutor” entre la comunidad gay y los mercados era una posición de poder y beneficios sin límites, una posición envidiable que luego iban a defender con hierro y fuego.

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Hay que aclarar que ese modelo de anunciantes y promoción es exclusivo de Madrid. Su modelo y referente, el Gay Pride de Nueva York, carece de ese despliegue comercial y se centra en las asociaciones, agrupaciones, activistas y grupos reivindicativos. Esa repugnante comercialización y utilización del evento para publicitar marcas y artistas fue idea de Alfonso Llopart. En Nueva York no se les ocurriría, como sucede aquí, poner carrozas (floats) con el único fin de promocionar marcas que paguen a un empresario privado. Pero aquí el lucrativo negocio publicitario que Aegal había emprendido con la complicidad de Cogam y la FELGTB secuestró a todas luces la Marcha del Orgullo Gay, incrementando cada año más la presencia de marcas y lanzamientos discográficos (estudiadamente coordinados con campañas publicitarias compradas a la revista Shangay y a Alfonso Llopart) hasta convertir una marcha reivindicativa en un desfile de marcas que, en algunas ocasiones, pecaban de una homofobia galopante el resto del año.

Otro componente potenciado hasta lo ridículo fue la presencia de “artistas” cuyas discográficas pagaban a Llopart un jugoso porcentaje porque fuesen presentados como divas, iconos o activistas gays… por mucho que no hubiesen hecho jamás nada por la comunidad. Personajes que incluso metían la pata en los pregones, evidenciando su homofobia y desconocimiento de la comunidad a la que decían representar, como Marta Sánchez, que se permitió llamar “maricones” a su audiencia creyendo que los tiempos de la ridiculización seguían vigentes. O personajes como Kiko Rivera, «Paquirrín», que declaró: «La mayor mentira y lo que más me ha molestado es que digan que soy maricón. Me han relacionado con prostitutas, han dicho que consumo drogas…, pero que me digan que soy maricón…», dejando claro que los maricones somos lo más bajo de la escala social para despreciar, muy por debajo de puteros o drogadictos. Poco después fue llevado al Orgullo por Aegal, como denunció Izquierda Unida. Otros comentaban abiertamente que estaban ahí por el negocio, apresurándose a aclarar su heterosexualidad y a promocionar el producto que tocase, subrayando la importancia de comprar tal disco, cual película, determinada obra de teatro o una marca de ropa en concreto para el avance de la comunidad y la mejora de la vida y derechos de los gays (la invisibilidad de las lesbianas y trans se hizo escandalosamente creciente).

A partir de entonces me negaba siquiera a acercarme a ver ese triste espectáculo. El trasfondo, cada vez más evidente, sólo era una batalla empresarial liderada, por supuesto, por la revista Shangay, Alfonso Llopart y, especialmente, los crecientes locales de Pedro Serrano. Como aclararía un pasquín distribuido gratuitamente por un grupo de activistas antigaypitalistas años más tarde (2013), titulado ENTRAMADO POLÍTICO-MAFIOSO-EMPRESARIAL EN TORNO A LAS FIESTAS DEL ORGULLO, subtitulado LAS FIESTAS DEL ORGULLO DAN MUCHA PASTA . ENTÉRATE DE QUIÉN SE LA ESTÁ LLEVAN DO, y que explicaba: Pedro Serrano es el presidente de Trip Family y de la asociación Madrid Noche. Trip Family es un grupo empresarial, dueño de conocidas discotecas de ambiente como Goa, Ohm, Ocho y Medio o Elástico y del mítico bar de Gran Vía Bar Chicote. Trip Family comparte sede con Aegal y MADO. Por otro lado, con la presidencia de Madrid Noche, se le relaciona con el empresario de negocios de ocio y afín al PP Dionisio Lara.

A este entramado se unió el de los bares de copas de Chueca para lesbianas como Escape o Truco, construyendo un creciente monopolio.

Cualquier vestigio de aquel Chueca inocente, aquel Orgullo inocente y activista, fue disolviéndose en el jugoso negocio de esa élite.

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A la larga, el proceso neoliberal, que fue privatizando esa manifestación, acabó depositado en manos de unos pocos. Los crecientes beneficios que la festivalización –y consecuente borrado de los aspectos reivindicativos más molestos– de la marcha se fueron multiplicando. El Orgullo o Pride se convirtió en un lucrativo negocio que asociaba la cita con la fiesta, conciertos y moda; con el capitalismo consumista más salvaje.

En una deriva perversa, se acabó asociando el Orgullo con los cruceros gays u otras formas de lujo y exclusividad (todo lo exclusivo que puede ser algo masificado). Se descartó la presión social o combativa, lo que fuese más molesto para las grandes marcas o el amo patriarcal. Se subrayó el poder de marcar tendencias en música y de convocar a grandes estrellas como aliciente para una gran masa heterosexual que empezó a saturar todo lo que tuviese que ver con el Orgullo Gay. Sabiendo que prácticamente estaba diseñado para ellos, el Orgullo se convirtió en un escaparate de la cultura gay heterosexista, manufacturada y asimilada para el gusto y diversión de los heterosexuales. La colonización consiguió distorsionar nuestra realidad hasta convertirla en lo que los heterosexuales querían o admitían ver. Tal como la serie televisiva tan de moda esos años Will & Grace, expolió nuestra historia y lucha para presentar al bufón asexuado que entretiene al amo heterosexual con su pintoresca sumisión. El Orgullo Gay se convirtió en una pesada maquinaria festiva dirigida al asimilacionismo, no a la reivindicación o cuestionamiento.

El único objetivo del Orgullo ya no era denunciar o transformar la homofobia. Era ser lo suficientemente agradable como para que los heterosexuales se lo pasasen bien y no se sintieran ofendidos. Como dijo una vez mi ex colaborador Alfonso Llopart en una entrevista televisiva para definir el triunfo de la nueva revista Shangay: “Es un éxito porque cualquier heterosexual podría leerla”. O, como declaraba en un artículo del periódico El País sobre el Orgullo Gay, “me sentía un poco pez fuera del agua, estaba muy politizado”. Como él, mucha gente pensaba que había que darle a la marcha un carácter festivo. En el artículo, irónicamente titulado La historia sin vergüenza del Orgullo (AQUÍ), la autora, Inés Santaeulalia, sin darse cuenta, hace una entusiasta crónica del golpe de Estado que este grupo de gaympresarios dio al Orgullo Gay para convertirlo en negocio. Con el tiempo, la palabra Orgullo o Pride pasaría a ser sinónimo de fiesta, no de reivindicación.

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Es importante subrayar la complicidad de las asociaciones LGTB en todo este proceso, impuesta en un primer momento por Pedro Zerolo: primero en Cogam, que dejó en manos de una camarilla de “satélites”, entre los que se encontraban la novia de su secretaria Beatriz Gimeno, Boti García o Toni Poveda, marido de su posterior secretario, para saltar luego a crear la Federación Estatal de Lesbianas y Gays (la inclusión de Transexuales vendría más tarde) desde la que sujetó a la mayoría de asociaciones de España. Sus intereses empresariales en la revista Shangay lo llevarían a promocionar toda la mercantilización de esa cita y el consiguiente modelo gaypitalista como única garantía del respeto de la dignidad de los homosexuales, una “dignidad” que debía ser comprada con dinero, les falta aclarar; los pobres no cuentan y encima viven las recriminaciones de que no usan los mecanismos de los ricos, del “sistema”. Esto es el gaypitalismo.

La legitimidad que las asociaciones han dado a los empresarios ha sido otra clave del triunfo de este modelo gaypitalista en España. Esta perversa utilización de lo político en favor de lo empresarial se ve, por ejemplo, en el monopolio de las personas a las que se permite ir en la pancarta de cabecera en la Marcha del Orgullo Gay. Por supuesto eso está férreamente controlado por ese consorcio de asociaciones y empresarios que han catapultado a la representatividad impuesta de nuestra comunidad a los afines e invisibilizando a los críticos. Al día siguiente se verá en la cabecera, representando “la lucha LGTB”, a los sospechosos habituales que poco tienen de luchadores y mucho de cómplices u oportunistas. De esas fotos muchas y muchos han hecho una verdadera carrera que ha saltado hasta a sus aspiraciones actorales o fama para ser invitados a programas de televisión. O carreras políticas. La carrera personal se ha promovido a costa de la colectiva.

Por eso es irónico que, tras una luna de miel en la que (de mano de Zerolo, repito) las asociaciones entronizaron a esta mafia rosa (de la que formaban parte), el negocio derivase en un violento enfrentamiento cuando la pleitesía al PSOE se dejó de pagar y aparecieron otros intereses tras la irrupción del vicealcalde del PP, ocultamente homosexual, Villanueva en el juego como “conseguidor” o “facilitador”. Dicha irrupción desplazó a Zerolo y al PSOE en el sector empresarial de la oligayrquía, generando un cisma irreconciliable entre empresarios y asociaciones.

Ese cisma sería la fuente de una de las mayores ironías de esta historia: los empresarios han declarado la guerra a las asociaciones que les dieron legitimidad. Esta guerra, capitaneada por mi ex socio Alfonso Llopart, pide que el Orgullo sea vetado a las asociaciones y activistas y quede en manos de los empresarios del negocio exclusivamente. En su editorial del número 431 de julio de 2012 de la revista que sigue llevando mi nombre, Llopart tuvo la indecencia de expresarlo así:

Si eres de los que me leen habitualmente, sabrás que mis relaciones personales con las asociaciones LGTB nunca han sido muy afables. Es algo que viene de lejos y que en los últimos años no ha hecho otra cosa que ir creciendo… Y lo de este Orgullo ha sido la gota que ha colmado el vaso. Es la primera vez que, en los años que llevo colaborando en la programación de los escenarios del MADO, se ha vetado una actuación (teniendo en cuenta que todos los artistas colaboran sin cobrar un euro…). El veto ya te puedes imaginar de dónde vino y por quién. Y si no, echa un vistazo al programa oficial y observa qué parte se quedó fuera del MADO como «programación especial». Y luego está la Marcha del Orgullo. Es increíble que sigan monopolizándola como propia cuando está demostrado que no sería lo que es si no fuera por los empresarios que empezamos a apoyarla hace casi veinte años (la primera carroza fue la del Shangay allá por 1996), y más en estos tiempos que corren. Hace unos días hablaba con la empresa teatral de Moncho Borrajo y Alberto Blasco, que estrenan este verano dos montajes más gays imposible –Golfus hispanicus y Orquesta de señoritas en el Amaya–, y me comentaban que no pudieron participar en la Marcha por las inadmisibles condiciones que les imponía COGAM (y no hay que ser muy inteligente para saber qué quiero decir con «inadmisibles condiciones»). En un año en que el número de carrozas se ha reducido ¡a la mitad! No doy crédito… Desde ya, apuesto por adoptar el modelo de Barcelona, en el que la manifestación política y la marcha festiva están separadas y tienen lugar incluso en días distintos. Si siguen las cosas como hasta ahora, es la única forma que veo para poder afrontar los Orgullos venideros (junto con la opción de celebrar el World Pride en 2017) con una mínima organización y un más que deseable sentido común.

A raíz de esta abierta declaración de guerra, muchas asociaciones y activistas que fueron los mayores aliados, voceros y propagandistas de estos gaympresarios ahora denuncian con absoluta hipocresía la mercantilización que ellos propiciaron. Muchas columnistas, presidentas de asociaciones y supuestas activistas lloran ahora lo que ellas aplaudieron y propiciaron hasta boicoteando o invisibilizando a opositores como yo. Ahora quieren ser los disidentes de su sistema.

El Orgullo Gay se ha convertido en una red de intereses económicos, chanchullos y luchas fratricidas tan compleja que me limitaré a remitir al lector curioso al magnífico artículo de Izaskun Montoya publicado en el periódico Diagonal el 28 de junio de 2011, que tituló PSOE y PP apuestan por un Orgullo empresarial (AQUÍ), en el que se empieza a vislumbrar la espeluznante trama de intereses económicos que se mueven en Madrid y Chueca esos días.

Llopart, Pedro Serrano, Kike Sarasola… son algunos de los nombres que hoy en día se alían con el enemigo para hacer jugosas cajas con nuestra lucha. Personajes como el empresario Javier Checa (creador de un reality de sexo llamado El Gran Polvazo o de un supuesto congreso gay llamado Expogays) o Juan Pedro Tudela (un oportunista que se declara ultracatólico y de derechas y recibe jugosas donaciones del PP) se sumaron a este modelo muy tarde, pero eso no les perjudicó… El modelo gaypitalista de la derecha ya estaba establecido y necesitaban implantar ideológicamente su endohomofobia.

En definitiva, el modelo gaypitalista cimentó su prestigio gracias a la popularidad del Orgullo Gay. Sin la dinámica de un fenómeno no se entiende la del otro y sin la publicidad y visibilidad del Orgullo no se entiende lo incontestable del modelo gaypitalista.

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Adiós Chueca. Memorias del gaypitalismo: la creación de la «Marca Gay», Shangay Lily. Ediciones Akal, 2016.

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Shangay Lily (1963-2016) no creía en nacionalidades, tribus, ni géneros. “Mi patria es Uterolandia, mi pueblo es feminista” solía decir. Desde el feminismo rechazaba el sistema patriarcal capitalista y sus apellidos patrilineales, esa identidad impuesta, como forma de control y represión, que denominaba su “nombre de esclavo”. Cuando le preguntaban por su “nombre de verdad”, siempre contestaba “Debemos crear nuestra propia identidad, nuestro nombre-alma”.

Shangay Lily siempre fue un disidente pionero que luchó desde muy diversos ámbitos del activismo social, queer, gay y feminista. No en vano se presentaba a sí mismo como “Soy maricón, feminista, ateo, rojo anticapitalista y republicano”

Fue la primera drag queen de España, posición desde la que cuestionó los géneros y el machismo. Creó el Shangay Tea Dance, la primera fiesta temática gay, y el Shangay Express, la primera revista gratuita exclusivamente gay.

En televisión tuvo una larga y prolífica carrera, siendo una de las primeras personas abiertamente homosexual en aparecer y de tratar temas rompedores como la homosexualidad, la transexualidad, el feminismo, entre otros. Empezó en 1994, triunfando en las principales cadenas, y terminó por decisión propia en 2005 tras el reality de Antena 3, La Granja, como denuncia a la manipulación del medio a cualquier disidencia.

Se centró entonces en su artivismo (arte + activismo) con acciones tan importantes como interrumpir una conferencia de Mariano Rajoy a grito de “Basta ya de homofobia en el PP”. Su trayectoria ha estado marcada por su firme compromiso con el movimiento LGTB y con la izquierda, alejado en ambos casos de cualquier postura acomodaticia. Desde hace años escribía su reconocido blog «Palabra de Artivista» en el diario Público.

Asímismo, ha publicado las novelas Escuela de Glamour (Plaza y Janés, 2000), y Machistófeles (Suma de Letras, 2002), los ensayos Hombres… y otros animales de compañía (Temas de Hoy, 1999), y Mari, ¿me pasas el poppers? (DeBolsillo, 2002), sus textos teatrales en La vida en rosa, en rojo y en violeta (Atrapasueños, 2013) y el libro de poesía Plasma Virago (Huerga & Fierro, 2015). Su libro póstumo Adiós, Chueca (Memorias del gaypitalismo: construyendo la marca gay), es una denuncia a la creación y mercantilización de la “Marca Gay” y una airada crítica a la deriva conservadora, clasista, racista y endohomófoba de la comunidad gay.

www.shangaylily.com

[email protected]

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