Enfrentados a una Realidad cada vez más incomprensible por cambiante, sólo la adaptación nos sirve para no quedar descabalgados de este fiero corcel; es así que convirtiendo la negación en arte, lo cierto es que una vez superado el trauma al que la concepción de lo que denominamos real nos conduce cada día; no sabemos muy bien si por responsabilidad, o por mero afán de supervivencia, ninguna suerte de postura ambigua resulta plausible ya que como se observa en otros debates quién sabe si más serios: “Visto lo visto, hoy incluso defender el valor del Centro resulta, en sí mismo, complicado”.
Alejado de cualquier proceder que pueda ver minimizado el impacto que está destinado a causar, sencillamente por ser propenso a recibir ataques procedentes de la simpleza desde la que actualmente se usa el concepto (pues mucho más que un mero término es) de la Ideología; lo cierto es que ejemplos de devaneo con la neurosis como el que nos ha proporcionado el esperpento por otros considerado “el debate de todos los debates”, sin duda debería darnos algo en lo que pensar.
En la Antigüedad, Sócrates y Los Sofistas se erigen en parte incuestionable de la ya por entonces bien llamada Realidad. La causa, evidente: La concreción desde la que llevaban a cabo sus exposiciones vinculadas siempre a La Política resultaban, gracias sobre todo a sus formas, no sólo satisfactoria sino lo que es más importante, comprensible. Hacían buena la tesis por la que “Has de pensar como el más complejo de los Hombres, pero has de hablar como el más sencillo de entre todos ellos”. Así y sólo así conseguían que el Común lo entendiera, despertando con ello el imprescindible interés, elemento éste de incalculable valor a la hora de promover en ese mismo Ciudadano el siguiente paso, su promoción en los asuntos que, como miembro de la Polis, habían de resultarle propios.
Hoy, desgraciadamente, muchas cosas han cambiado. Si bien lo estructural se mantiene imperturbable, tal vez por su propia naturaleza; lo cierto es que cada vez el interés con el que el Común reacciona ante los Asuntos de Estado se ha visto reducido de manera tan insospechada como probablemente preocupante. La cuestión es evidente y pasa por considerar si reside la causa de tamaña negligencia en la conducta consciente o inconsciente desde la que los ciudadanos, a la sazón los más interesados por el devenir de la Política por ser los más afectados por ella han decidido, en realidad, dar muestra voluntaria de abulia, cuando no de clara apatía.
Sin embargo, yo creo que la causa es otra. Una causa mucho más consciente que obedece, como en tantas otras ocasiones, a la que constituye en realidad la última fase de un proceso largamente explotado por quienes de verdad logran su propia satisfacción promoviendo la desafección por parte del Ciudadano, del que debería ser el ejercicio de su, si no primera, sin duda más importante actividad de todas cuantas puede estar llamado a desempeñar en el uso de su condición ciudadana.
A partir de aquí, y por medio de una suerte de precipitación lógica, la renuncia consciente, aunque no por ello menos forzada que, protagonizada por los ciudadanos nos aboca a la realidad referida; termina por condicionar un escenario en el que la representación se erige en el remedio destinado a salvar la cara del ciudadano que cada vez en mayor medida se muestra incompetente para la salvaguarda de aquello a lo que parecía estar destinado.
Pero una cuestión, sólo una cuestión, se interpone en el camino del que se muestra como un plan tan perfectamente pergeñado. La que pasa por tener que aceptar que los que se exhiben como político profesionales, son en última instancia los modelos a través de los que cada Sociedad refrenda sus valores, en los que deposita sus últimas esperanzas.
Definitivamente, si éstos son los paladines de nuestra Sociedad, nuestro futuro pasa de manera inexorable por la búsqueda infatigable de la nada.