Podemos sigue inmerso en un nuevo debate de cara a la segunda asamblea ciudadana de Vistalegre. Pero a pesar de las distintas propuestas organizativas, éticas y políticas que los inscritos tendremos que votar en el próximo mes de febrero (ahora sólo hemos votado las reglas del juego), el debate que se genere a partir de ahora tiene que ir más allá de los meros nombres y de las pugnas de poder entre familias y hacer un análisis de cómo queremos que sea nuestra organización. Si queremos ser un partido al uso, es decir, tradicional, algo parecido a lo que somos en la actualidad, o un movimiento vivo y realmente democrático, que verdaderamente responda a los problemas reales de la gente.

Está claro que la estrategiaelectoral reformista” planteada por algunos, es decir, la de plantear un Podemos como máquina electoralista que fuese capaz de alcanzar el poder, ha tocado a su fin y habría que decir que en cierto modo, a pesar de haber obtenido cinco millones de votos, ha fracasado. De hecho ha creado un desgaste en la militancia y un espejismo electoral en la gente y ha generado tal retraimiento de activistas dentro de la propia organización, que creo que ha perjudicado claramente la movilización social de la que precisamente procedía nuestra fuerza. Aún así, era un precio que al parecer toda la organización estaba dispuesta a pagar.

Yo personalmente creo que al mismo tiempo que se apostaba por afrontar con valentía una serie interminable de elecciones sucesivas, se debería haber destinado más esfuerzo a crear tejido social crítico, a formar a la militancia en la protesta, la lucha y sobre todo en la convivencia democrática.

Las élites financiaras han recuperado claramente el control de la situación y ahora tenemos en el poder una Triple Alianza (PP, PSOE y Ciudadanos), que pretende escenificar reformas de las leyes promulgadas por la derecha cuando ostentaba mayoría absoluta y que sólo se quedarán en esa mera representación teatral de ofrecernos reformas a través de titulares de prensa manipulados, que tratarán de camuflar los bestiales recortes que nos esperan en los próximos años.

Por tanto debemos afrontar que estamos ante una nueva etapa que debe empezar con un debate democrático acerca de cómo la izquierda debe afrontar un nuevo asalto que permita una ruptura con el régimen del 78 y una mayor democratización de las instituciones y la propia sociedad. El tiempo de la baza de la reforma electoralista ha acabado, ahora estamos claramente en el tiempo de la desobediencia y la ruptura democrática.

Existen, bajo mi punto de vista, tres inclinaciones heredadas del primer Vistalegre que debemos rectificar de cara a este nuevo ciclo.

La primera alude al centralismo de la organización, que ha reducido la proyección pública de nuestro partido a una pequeña camarilla de líderes vinculados al centralismo madrileño y con mucha proyección mediática, que si bien fueron muy valiosos para crear el proyecto en un primer momento, el desgaste de muchos de ellos, ejercidos por esos mismo medios que un día los ensalzaron, ha influido negativamente en el conjunto de la organización.

En segundo lugar, y como consecuencia de ese proyecto vinculado al reformismo electoralista del primer Vistalegre, la organización es muy deficiente en lo que a músculo local y provincial se refiere. Las estructuras provinciales a nivel organizativo son fundamentales para el trabajo del día a día en los pueblos y pequeñas ciudades. Al PSOE no se le ganará nunca en Andalucía, por ejemplo, sin crear ese tejido local y provincial del que hablo. Mucho más allá de la compra de voluntades y del clientelismo político, el PSOE tiene la hegemonía en Andalucía por su gran músculo local y provincial. Pero a diferencia de ellos, nosotros no sólo debemos tratar de crear “aparato” a nivel local y provincial, sino sobre todo tratar de construir espacios, o mejor reconstruir los espacios ya existentes en Podemos, que no son otros que los círculos, como lugares de socialización y de formación política a través de la experiencia cotidiana, porque sin la formación necesaria los círculos se limitarán a seguir el paradigma que nos llega desde arriba, que no es otro que la lucha de poderes entre nombres y corrientes y nos olvidaremos de lo realmente importante: la gente.

En tercer lugar, otros “vicios” heredados del primer Vistalegre y que deberíamos corregir es nuestra relación con los movimientos sociales y nuestro discurso político. Es necesario acabar ya de una vez por todas con el discurso ilusorio de que no somos de izquierdas ni de derechas, porque resulta infantiloide pensar que la gente es idiota y la puedes engañar con ese discurso tan bobalicón y populista, cuando todo el mundo sabe que Podemos es de izquierdas.

Pero más importante es nuestra estrategia para saber canalizar como organización el descontento social que se genera en la calle y que estamos viendo cómo los partidos del régimen también saben utilizar dependiendo de sus intereses partidistas en una región u otra de España. No es extraño que en Andalucía veamos protestas teledirigidas del PP contra la Junta en materia educativa o de sanidad o el aprovechamiento del PSOE de esas mismas protestas en otra comunidad autónoma gobernada por el PP.

No se nos olvide que ellos tienen mucho músculo y poder y nosotros no podemos ni debemos “usar” la movilización popular para acumular fuerzas entre ciclos electorales como forma de desgastar al gobierno de turno, porque ellos también lo saben hacer, sino que debemos “recuperar” ese espacio más allá del mero control político, que es lo que hace el bipartidismo. En este sentido debemos ser lo menos “partido” posible y ser más “movimiento”, a la vez, claro está, que se canaliza esa protesta social con iniciativas de nuestros cargos en las instituciones. La tarea no es fácil, pero tampoco imposible.

En definitiva, apostar por un partido-movimiento que a su vez pueda entenderse con las “confluencias” existentes hasta ahora. Construir un espacio menos jerarquizado (sin negar el papel de los liderazgos, pero sin hacerlos eternos ni basar toda nuestra acción en estos), un Podemos más descentralizado, más feminista, sin miedo a usar un discurso de ruptura. Sin asustarnos de nosotros mismos. Un Podemos sin miedo a Podemos.

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