Hace ya un tiempo un buen amigo que sabe mucho más que yo de cómo hacer útiles para la sociedad a los partidos políticos, me apuntaba la brecha que se estaba abriendo entre una ciudadanía angustiada por lo incierto de su futuro, y unas organizaciones centradas en el objetivo de repensar sus estructuras y protocolos para no perder el protagonismo social que en democracia se les supone.

Aquella reflexión de entonces se ha hecho escandalosamente visible en estas últimas semanas de contiendas partidistas y parlamentarias. Todo lo que ha rodeado al rocambolesco trámite de investidura se ha demostrado a ojos de la calle como una mera disputa por el poder, un guion de reproches cruzados pero con escasas referencias propositivas. Se emplearon a fondo sus señorías en culpar al contrario de los fracasos anteriores en la formación de gobierno, de haber provocado una repetición electoral y casi una tercera, de haber dicho uno para luego hacer lo contrario, o de votar con unos o contra otros en según qué momento y coyuntura.

Lo ejemplificaba días atrás Josep Borrell en términos británicos en un certero diagnóstico sobre la realidad del PSOE: la gente afuera reclamando más y mejor policy, mientras el partido dentro volcado en su politics.

Cierto que para que una organización política atienda razonablemente la función que tiene encomendada, la primera condición que ha de cumplir es la de contar con una estructura sólida y un funcionamiento interno bien engrasado, que no la distraiga en permanentes debates estériles sobre la legitimación de sus decisiones. Pero no lo es menos que todo el tiempo que se dedica al debate y la reflexión sobre los asuntos del partido, es tiempo que se resta a los asuntos del país. Y, especialmente en tiempos de tribulación, a los medios les interesa más escarbar en las cuitas internas y los equilibrios de poder, que en conocer de las iniciativas y propuestas que ocupan el día a día de la labor parlamentaria.

Sería pues conveniente que el Partido Socialista (en él me centro porque está hoy en el ojo del huracán) le diese una pensada a cómo quiere relacionarse desde ya consigo mismo y con los ciudadanos. Y lo sería tanto por su propio interés como por el del conjunto del país, si es que tiene voluntad de seguir contribuyendo a la gobernación de España desde una posición política de relevancia. Si no quiere seguir apareciendo a los ojos de la gente como un colectivo exclusivamente ocupado en sí mismo, debe comenzar por dejar de hablar de lo suyo y comenzar a explicar sus propuestas sobre lo de todos.

Rescato la fórmula que me sugería aquel amigo y que bien podría considerar el PSOE en su próximo Congreso de reconstrucción, refundación o reinvención. Dos órganos distintos para dos cometidos bien diferenciados:

  • Un equipo de gestión interna elegido al uso de la actual Comisión Ejecutiva, coordinado por la secretaría de organización, dedicado en exclusiva a tareas domésticas, conectado con la estructura territorial con idénticas responsabilidades, y cuya presencia pública habría de limitarse poco más que a los momentos electorales tanto de partido como de país.
  • Un verdadero gobierno en la sombra, integrado por personas seleccionadas en distintos ámbitos (institucionales, académicos, tercer sector, profesionales…) y coordinados desde la Secretaría General, dedicado a generar propuestas y medidas destinadas a ser transformadas en iniciativas legislativas de distinto alcance, interactuando sectorialmente tanto con los distintos niveles de representación institucional como con las organizaciones y colectivos que articulan socialmente al país, y volcado permanentemente en la explicación pública de las mismas.

De lo contrario podemos encontrarnos con que a fuerza de persistir en el empeño de reservar las peanas únicamente para los “santos” de la organización, ésta acabe reducida a una congregación de “fieles”, en el peor de los casos “difuntos”.

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