Cada vez llama más la atención los casos de maltrato animal que se difunden a través de los medios de comunicación. Se ha ido creando con el paso de los años una conciencia animalista para luchar por los derechos de estos. El tema es complejo y abarca una gran cantidad de puntos a tratar: la caza como deporte, la producción alimentaria, la concepción que se tiene de ellos como juguete de Navidad o la experimentación animal con fines médicos o cosméticos. Nadie, públicamente, defiende ningún tipo de maltrato pero de una forma u otra cada persona puede ser partícipe de él.

La participación puede ir ligada a muchas causas como podría ser el desconocimiento, la idea de que “yo no puedo salvar el mundo”, la de que “todos hacen lo mismo aunque no nos enteremos” o “los productos ecológicos son muy caros”. El maltrato animal como forma de ocio, las peleas de gallos o de perros, está prohibido – como hay animales de primera y animales de segunda las plazas de toros están abiertas para el uso y disfrute de los consumidores-, pero en el mercado todo vale y está justificado.

Llegan imágenes de grandes compañías dentro del sector alimenticio y cosmético que tienen un tratamiento deleznable contra los animales. Medicados para rendir más, en cubículos para que quepan en mayor número, sin atención veterinaria individualizada, altos niveles de estrés, sometidos a torturas para probar cualquier producto que llegará al mercado. Uno de los ejemplos es obligando a perros a respirar altas dosis de humo para probar cómo afecta el tabaco al organismo.

A través de la Red ya hay listados de productos que experimentan con animales y otros que no lo hacen. Y es que no se trata de dejar de usar un producto, sino de saber escoger qué marca. Aquellos que cuentan con el signo de un conejo, los llamados Cruelty Free International, son los que no lo hacen. Al final, los consumidores tienen poder para marcar el rumbo de la empresa que financian – o no- día tras día con sus compras. Ocurre lo mismo pero a la inversa con compañías que introducen productos ecológicos y se comprometen a mejorar las condiciones de vida de los animales así como de medio ambiente, por ejemplo eliminando un componente en los alimentos, el aceite de palma.

Sí que se puede elegir un producto ecológico de otro que no lo es, hay precios asequibles y otros que no, se puede acudir a espectáculos que no expongan una violencia directa y real contra aquellos que no pueden mediante palabras quejarse. El neoliberalismo abre las puertas a que todo sea un negocio, incluso la tortura. Pero también este sistema permite que se pueda elegir y la elección es responsabilidad de uno mismo.

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