Es de día en el exterior, pero en el mítico teatro de la calle del Pez es de noche, porque en los teatros siempre es de noche: de otro modo la luz de los focos quedaría eclipsada por la del sol.
La obra de teatro que se representa en el Alfil es ninguna, a pesar del título de este artículo. Aunque de algún modo sí, de algún modo hay teatro en el Alfil aunque el telón rojo esté echado y los protagonistas estén sentados a la misma altura que el público de la primera fila.
Se trata de la presentación de un libro, una novela, la tercera, firmada por Grueso: La república de los ladrones, una historia de piratas y aventuras en la estela de Verne o Salgari. El protagonista, Bruno Labastide, ya había aparecido en la anterior obra de Natalio, La soledad, que ha sido traducida a una decena larga de idiomas.
El escritor cuenta con dos padrinos de lujo, que le flanquean en el Alfil, su editor: Manuel «Almuzara» Pimentel, y el gran Juan Diego: espectacular como es costumbre y hábito en él.
Pero aunque es la narrativa quien convoca, el ambiente es absolutamente teatral y el público mayormente gente de teatro; reconozco a Iñigo Ramírez de Haro, que siempre me ha caído especialmente bien.
Así que me siento en la última fila y los miro a todos: actores protagonistas y actores secundarios fingiéndose público. Escucho el principio de la novela leído por su autor y me parece sugerente e interesante. Me río con las preguntas y comentarios que hacen Iñigo y un tipo con sombrero que compra libros en la Modesta, me bebo las intervenciones de Juan Diego y respiro ese ambiente inconfundible de gran teatro. En suma: una deliciosa obra secreta, sólo para iniciados, una noche que no era de noche en el interior del Teatro Alfil.
(mecanografía Ángel Arteaga)