Con frecuencia, con un amigo italiano de izquierdas, hablamos sobre el devenir del mundo. Parece grandilocuente, sin embargo la conversación es más pachanguera y etílica de lo que parece: trata de discernir si el planeta va a mejor o a peor.

Los italianos de izquierdas son dados a una suerte de pesimismo o al menos así me lo parece; me supongo que son demasiados años de duras derrotas tras momentos de gran optimismo. Es por ello que él está convencido de que la opción válida, tristemente correcta, es la segunda: el mundo es peor hoy que ayer.

Me pongo pues, lejos de las cervezas y los bares, a intentar discernir si tiene razón.

Sus ideas no parecen nada descabelladas. Enciendes el televisor o entras en tu web de noticias favorita y allí lo tienes: violencia, desigualdad y corrupción. Escuchas una conversación en un bar entre dos hombres de entre 35 y 80 años (como yo y mi amigo italiano), y allí está: antes todo iba mejor.

¿De verdad piensa el grueso de nuestra sociedad que el planeta empeora? La respuesta es no. Tras la sentencia funesta vienen los peros. Vivimos más años, tenemos más comodidades, podemos viajar más y más lejos, podemos elegir a nuestros representantes políticos, podemos vestir como queramos. Esa es la corriente mayoritaria de pensamiento. La evolución como un compendio de mejoras tecnológicas, democráticas y sociales.

El referente histórico es importante para hacer la comparación. ¿Estamos mejor hoy que durante el feudalismo o en mayo de 1940 en Francia? Tras la II Guerra Mundial se había establecido una idea de progreso invencible que nos ha perseguido hasta nuestros días. Todo iba a ser mejor a partir de 1945 y hasta el fin de los tiempos. Fukuyama en su versión más dura.

El referente geográfico también es necesario para poder confrontarnos con nuestro pasado. La idea de progreso basada en la combinación pornográfica de derechos humanos y economía capitalista es autóctona de Occidente. En otros lugares del mundo ni creen en el dólar ni creen en unos derechos humanos que, aunque personalmente podamos considerar beneficiosos para la el género animal al que pertenecemos, son una imposición más del llamado primer mundo al resto del planeta. Cristalina aparece esta última idea en el documental «The Act Of Killing» cuando el director del largometraje, Joshua Oppenheimer, le pregunta a un genocida indonesio qué opina de la declaración de derechos humanos. Éste le responde que a él no le representa, pues no la votó en 1948.

Reformulemos la pregunta: ¿El mundo ha mejorado desde el fin de la II Guerra Mundial y en Europa? La llamada edad de oro del capitalismo o también bautizada como los 30 gloriosos fueron tres décadas de cierta harmonía económica y social que van de 1945 hasta la crisis del petróleo de 1973. En esos años Occidente y la URSS externalizaron sus disputas fuera de sus fronteras creando una ficción de progreso que arrasó países enteros (Vietnam, Corea, El Salvador o Chile). Cierto es que pese a esto, existía cierta cohesión social de clases. Una cohesión que se basaba en realidad en unos sistemas impositivos sobre las grandes fortunas (eso que llamamos 1%) que hoy nos sonarían a marcianos. Los ricos de Estados Unidos y el Reino Unido pagaban en 1960 al entorno del 80% de impuestos sobre la renta.

Asumamos (con muchas comillas porque etapa histórica coincide con los años de dictadura franquista en el Estado Español) que hasta 1973 el mundo fue mejorando año tras año. Desde entonces, con la irrupción del neoliberalismo en escena hemos ingresado en una dinámica de regresión sostenida que ha llegado a sus cotas más altas en 2017. Además, hemos vivido cuarenta años bajo el espejismo de que la avances tecnológicos suplirían las carencias sociales y políticas.

 


 

Todo lo dicho podría parecer una simple percepción, sin embargo no lo es.

«Al empezar 2017, el mundo parece un lugar inestable, y se multiplica el miedo al futuro (…) en 2016 la distancia entre el deber y la acción y entre la retórica y la realidad era abismal, adquiriendo en ocasiones proporciones pasmosas Pero es en estas épocas cuando»

Esta frase no la dice un columnista rabioso ni un italiano de izquierdas. Esta frase la escribe Salil Shetty, el Secretario General de Amnistía Internacional (AI), en la introducción al informe anual de la ONG para 2016-2017. No es la única perla que el documento arroja. AI describe un mundo en el que los derechos humanos están lejos de ser garantizados y en el que garantizarlos es una lucha cada vez más urgente y complicada. Shetty añade:

«La venenosa retórica de la campaña de Donald Trump ilustra la tendencia global hacia una forma más airada y divisiva de hacer política»

El neofascismo es el nuevo discurso de la política hacia sus rivales y hacia los votantes. Exhortar heroicamente al adepto y lo lanza contra el enemigo, el otro.

«Algunos de los sucesos más inquietantes de 2016 fueron fruto de un nuevo pacto que ofrecieron los gobiernos a sus ciudadanías: la promesa de seguridad y mejora económica a cambio de ceder derecho de participación y libertades civiles.»

Es de la Ley de seguridad ciudadana española (ley mordaza) o de la Ley de poderes de investigación del Reino Unido.

Está bien, puede que él Secretario General de Amnistía sea un cenizo pesimista. El problema es que no es la única persona ni organización que afirma que la tendencia actual es claramente involutiva.

El informe de Intermon Oxfam sobre la pobreza, nos dejaba datos escalofriantes: Más de la mitad de la riqueza mundial está en manos del 1% de la población y el 10% de la población más pobre ha visto como en la última década su sueldo solo aumentaba 3 dólares mientras que el de los más ricos aumentaba 182 veces.

A vistas de este documento, incluso el FMI ha llegado a considerar que los sistemas fiscales cada vez son más injustos y regresivos (desde la década de 1980 añade el fondo dirigido por Lagarde).

Bueno, puede ser que estos de Intermón Oxfam también sean unos radicales como los de Amnistía Internacional. Sorprendentemente no son las únicas organizaciones que hablan de futuros aciagos. ACNUR, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, confirmaba en 2016 que el número de refugiados y desplazados en el planeta superaba su record histórico pasando de 59,5 millones de personas a 65. A ese dato debemos añadirle que según la misma organización, en 50 años y como consecuencia del cambio climático que producirá una subida del nivel del mar de entre 26 y 82 centímetro antes de 2100, entre 250 y 1.000 millones de personas se verán forzadas a abandonar sus casas.

Y como guinda del pastel, otro informe de carácter internacional nos habla de un mundo que empeora día tras día. Será otro documento elaborado por radicales que no entienden que en el futuro Silicon Valley, con sus robots y aplicaciones de última generación, van a crear la sociedad perfecta.

Reporteros sin fronteras concluye en su informe anual que en 2016 la tarea de informar libremente ha vivido un fuerte retroceso tanto en Europa como en otros países del mundo. 75 periodistas asesinados, 349, encarcelados y 52 secuestrados.

Parece pues que mi amigo italiano tenía razón: vivimos en un mundo cada vez peor. Los coches irán solos, sí, pero cada vez habrá menos gente que pueda montarse en ellos.

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