viernes, 29marzo, 2024
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Muerte a la muerte

L. Jonás Vega Velasco
L. Jonás Vega Velasco
Natural de La Adrada, Villa abulense cuya mera cita debería ser suficiente para despertar en el lector la certeza de un inapelable respeto histórico; los casi cuarenta años que en principio enmarcan las vivencias de Jonás VEGAS transcurren inexorablemente vinculados al que en definitiva es su pueblo. Prueba de ello es el escaso tiempo que ha pasado fuera del mismo. Así, el periodo definido en el intervalo que enmarca su proceso formativo todo él bajo los auspicios de la que ha sido su segundo hogar, la Universidad de Salamanca; vienen tan solo a suponer una breve pausa en tanto que el retorno a aquello que en definitiva le es conocido parece obligado una vez finalizada, si es que tal cosa es posible, la pausa formativa que objetivamente conduce sus pasos a través de la Pedagogía, especialmente en materias como la Filosofía y la Historia. Retornado en cuanto le es posible, la presencia de aquello que le es propio se muestra de manera indiscutible. En consecuencia, decide dar el salto desde la Política Orgánica. Se presenta a las elecciones municipales, obteniendo la satisfacción de saberse digno de la confianza de sus vecinos, los cuales expresan esta confianza promoviéndole para que forme parte del Gobierno de su Villa de La Adrada. En la actualidad, compagina su profesión en el marco de la empresa privada, con sus aportaciones en el terreno de la investigación y la documentación, los cuales le proporcionan grandes satisfacciones, como prueba la gran acogida que en general tienen las aportaciones que como analista y articulista son periódicamente recogidas por publicaciones de la más diversa índole. Hoy por hoy, compagina varias actividades, destacando entre ellas su clara apuesta en el campo del análisis político, dentro del cual podemos definir como muestra más interesante la participación que en Radio Gredos Sur lleva a cabo. Así, como director del programa “Ecos de la Caverna”, ha protagonizado algunos momentos dignos de mención al conversar con personas de la talla de Dª Pilar MANJÓN. Conversaciones como ésta, y otras sin duda de parecido nivel o prestigio, justifican la marcada longevidad del programa, que va ya por su noveno año de emisión continuada. Además, dentro de ese mismo medio, dirige y presenta CONTRAPUNTO, espacio de referencia para todo melómano que esté especialmente interesado no solo en la música, sino en todos los componentes que conforman la Musicología. La labor pedagógica, y la conformación de diversos blogs especializados, consolidan finalmente la actividad de nuestro protagonista.
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análisis

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Si el objetivo perseguido fuera el que impulsa toda buena campaña publicitaria, a saber, el de llamar la atención, sin duda que a estas alturas ya podríamos dar por apuntado ese tanto. Sin embargo, a menudo, la publicidad es engañosa, fantástica. Y como ocurre igualmente a menudo, la realidad buen puede superar a la ficción. De no ser así… ¿qué sentido tendría empeñarse en reducir nuestros marcos empeñándonos en vivir la realidad propuesta por la interpretación del mundo circunscrito a esta realidad? 

Antes siquiera de haber tenido tiempo para desatar polémica, o al menos una polémica que merezca la pena, es muy probable que debamos detenernos siquiera un instante para someter a consideración las circunstancias que a priori ya quedan puestas de manifiesto a partir no de las conclusiones, tan sólo de las implicaciones, que la mera noción de lo propuesto tras el título puede traer aparejado. Mas créanme, merece la pena. Máxime cuando los sobresaltos amenacen con degenerar en una puntual crisis de paroxismo vinculada no a la noción, sino más bien a la fuente, llamada a desencadenarlo todo.

Hablar de la muerte no es sino hablar de la vida. El desarrollo de las sociedades, el aumento de su complejidad, en definitiva la adquisición de las certezas que han llevado al hombre a superar una tras otra las múltiples dificultades planteadas por esta a menudo loca carrera que elegantemente llamamos desarrollo, no proceden en su génesis sino de la comprensión de la certeza que tras ese binomio perdura.

Muerte y vida caminan estrechamente ligados. Tal es su vinculación, que a menudo resulta imposible llegar a definir la esencia de la una, sin citar la negación de la otra. A tal tarea, a la de definir por ejemplo la vida sin tener que caer en la mera negación de la muerte, han dedicado sus esfuerzos algunos de los más grandes pensadores de la Historia. Y a mi entender, cuestionable pues es a lo sumo resultado de la interpretación de una opinión, fue Descartes el que más lejos llegó.

Su “Pienso luego Existo” lo resume todo, o por ser más preciso habría que decir que lo contiene todo pues… Si el pensamiento piensa ideas, y por idea aceptamos el resultado o proceso destinado a conceptualizar, la única manera de acceder a la muerte es por medio de un concepto (no existe experiencia de la misma), ergo solo pensando (manipulando ideas), podremos en realidad hacernos una idea de lo que significa la muerte más allá de la vida. ¿O sería más preciso buscar qué es la vida sin que tamaña definición haya de encontrarse presente la muerte, ni siquiera como idea?

Acudimos pues a los nuevos filósofos, y es entonces cuando el gran instigador de estas líneas, José Luis CORDEIRO, Profesor Investigador del MIT y fundador de de la Singularity University en Silicon Valley, nos desvela secretos si cabe más impresionantes.

“En 2045, la muerte será opcional” espeta en mitad del discurso pronunciado en Madrid a mediados del mes de mayo de este año llamado ya a extinguirse, en la Cumbre Internacional de Longevidad y Crio-preservación.

Mas el objeto de la presente no se encuentra vinculado a cuestiones tan futuristas como esa. Y no porque no sean impactantes, sino más bien porque no sean futuristas. De hecho, hablar del fin de la muerte supone, en esencia, hablar de lo atemporal pues ¿Alguien puede concebir si no el mundo, sí cuando menos la vida, alejada de la sensación de orden que en el fondo sólo la muerte es capaz de aportar?

La vida, o cuando menos la interpretación que de la misma resulta útil al Hombre cuando lleva a cabo algo tan elemental como es vivir, se nutre de forma evidente de la sensación de orden. El orden, o cuando menos la sensación de tal a la que tan acostumbrados estamos, se reduce en última instancia a la certeza de que una serie de patrones general y comúnmente aceptados, se cumplirá. La ruptura de esos patrones, aunque la misma pueda describirse a partir de la superación conceptual y a la sazón científica de los mismos, no garantiza para nada la satisfacción del Hombre, es más, algunos pensamos que bien podría traer aparejado una serie de conceptualizaciones llamadas a generar una serie de controversias cuya respuesta, por primera vez desde los Presocráticos con sus aportaciones al proceder científico, no sólo no contribuyan al desarrollo, sino que pongan el grave peligro la estabilidad conceptual del Hombre ya que…¿Está el Hombre del presente preparado para vivir sin limitaciones?

Esta, pues no otra, es la cuestión principal a la que habrán de dar respuesta los especialistas en Bioética una vez que los planteamientos vertidos por CORDEIRO caigan como semillas en un campo menos yermo que el que hoy por hoy constituye nuestro hábitat (pues de no ser así, no acierto a explicarme la escasa trascendencia que la ponencia alcanzó).

Una de las grandes victoria, quién sabe incluso si la llamada a poder ser considerada como la suma victoria, aparece ante nosotros con nitidez clara y evidente. Y como en tantas ocasiones ha ocurrido, la ceguera de la Humanidad es de tal calibre, que sólo con el silencio acertamos a saludarla.

Aunque bien mirado, tal vez sólo así puede ser ya que ¿mejor expresión que el silencio puede albergar la necedad humana, embarcada en el fracaso elemental que supone tratar de interpretar con sonidos finitos, la descomunal sinfonía llamada a preconizar el infinito del que la muerte es origen?

No en vano, la idea de infinito ha sido durante milenios la llamada a cohesionar la realidad. Y la muerte, tamiz destinado a hacer asequible la percepción propia de tal desinencia, ha jugado su papel de manera siempre puntual.

La llamada a ser certeza por excelencia, la destinada a convertir a la vida en la más hermosa de las posesiones de cuantas están llamadas a componer el catálogo de presunción del Hombre, juega su principal papel en tanto que la destinada a cortar de raíz el más perverso de nuestros deseos, el de postergarnos, se torna imprescindible a la hora de regalarnos ya sea consciente o inconscientemente el destinado a ser nuestro más hermoso pensamiento, el llamado a ser verdadera medida de la belleza de la vida.

Constituye esa sensación, así como las certezas que a partir de ese momento preconizarán la nueva interpretación de la vida, o lo que es más importante del hecho de vivir; la llave a partir de la cual el mundo, al que sólo por medio de interpretación podemos acceder, cambiará para siempre.

La cuestión es si ese nuevo Hombre, surgido de manera imperiosa en aras de vivir en un mundo nuevo (surgido como corolario inexorable de una nueva realidad carente de limitaciones), podrá sobrevivirse a sí mismo (o al mundo surgido desde la nueva interpretación). Es así que un Hombre surgido en un escenario sin muerte, será un Hombre destinado a enfrentarse con el propio Hombre en un escenario hasta ahora desconocido, en el que nada será reconocible ya que la ausencia de última frontera acabará por traducirse en un miedo de una magnitud hasta el momento desconocida, y que si bien procede como todos los miedos, del pánico a lo desconocido, nada tan poco aprensible como lo que no se puede definir. 

Y si desalentador resulta el futuro para los que estamos llamados a actuar de puente, qué cabrá esperarse de las generaciones nacidas y plenamente instaladas llamadas a considerar como propia tal realidad.

La ausencia del valioso elemento igualador en el que acaba por convertirse la muerte, convertirá en infausto todo esfuerzo destinado a esperar de ellos una mera certeza de justicia. Así, la imposibilidad de acudir al remedio mitigador que para nosotros es la muerte, hará que la vida se torne en vorágine, una vorágine capaz de soportar, o de ser soportada, por dos grandes categorías de Hombres, los llamados a endulzar a los peripatéticos, o los destinados a demostrar que en realidad, nadie ha amado más la vida que los nihilistas.

¿Qué decir entonces de la moral, o de su sucedáneo más conocido, la religión? La ausencia de límites convertirá en desasosegante, como si de una broma de mal gusto se tratase, el trabajo desarrollado por los que se esforzaron en crear sus marcos. Curiosamente, sólo el acervo humano es capaz de encontrar agua en el desierto. Así, grandes cuestiones como las planteadas por NIETZSCHE en lo concerniente al orden de los factores Dios-Hombre, quedan resueltas ya que si el Hombre es capaz de substanciar dudas como esta alejado ahora no sólo de Dios, sino también de sí mismo, queda demostrado que es mucho más fuerte de lo que nunca pudo llegar a pensarse. Tanto que no necesita a Dios, un Dios que ahora sí, queda definitivamente reducido a una idea.

Nihilistas, Dios, Hombre, Moral… La cuestión es evidente y acaba por resumirse en una: ¿Resulta viable la vida (el progreso), sin motivaciones? La cuestión no parece tener respuesta, si siquiera ahora, pues hasta este momento la vida, el progreso, se entendía como la superación de obstáculos, unos obstáculos que a medida que la sociedad ganaba en complejidad, se alejaban de la mera superación de necesidades primarias (propias de los animales), proyectándonos hacia la realidad prometida (la concebible sólo por alusión metafísica, territorio exclusivo del Hombre). Pero ante la ausencia de la limitación por excelencia, la llamada a recuperar nuestra última noción de Hombres, ¿qué nos cabe esperar?

Pero en el fondo somos eso, hombres. Nuestras excelencias en forma de virtudes, antes o después emergerán como poco más que la negación de nuestros vicios. Aristóteles y su búsqueda de la virtud en la justa medida volverán a fracasar, y el sueño de Utopia volverá a deslumbrarnos tendiendo a la frustración que aparece siempre en toda pesadilla.

La necesaria redefinición del mapa afectará a todos y cada uno de sus componentes. Y de no proyectarnos ya hacia el futuro en lo concerniente a la asunción de esas nuevas realidades, un futuro que ya está cercano, pues hablamos de conjeturas llamadas a tornarse en logros en poco más de treinta años, correrán el peligro de emerger sometidos a los cánones que hoy determinan procesos tan importantes como el de la Moral.

¿Estará ahora sí, el Hombre verdaderamente preparado para adaptarse a una nueva realidad cuya responsabilidad es por primera vez es achacable a él en exclusiva?

 

Pronto lo sabremos.

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