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El Motín de las mujeres

Las esposas de los mineros de Nerva se levantaron en 1898 contra los desmanes de los caciques de la explotación de Riotinto y el elevado precio de los alimentos

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análisis

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A Golda Meir, primera mujer ministra en la historia de Israel, le gustaba contar cada vez que tenía la menor ocasión que, aunque no podía decir que las mujeres fuesen mejores que los hombres, sí podía, en cambio, asegurar que en ningún caso eran peores. Estas palabras venían a combatir esos hábitos, esas rutinas repetidas y potenciadas día a día, año a año, generación tras generación, siglo a siglo, que ficticiamente aseveran que los hombres son superiores a las mujeres física, intelectual o artísticamente.

Toda aquella indignación e impotencia se materializó cortando el suministro eléctrico, asaltando los estancos, apedreando las panaderías y cayendo los postes del teléfono

Esta lucha desigual e interminable, sostenida y protagonizada por las mujeres, desde hace ya demasiado tiempo, podríamos decir que comenzó a visualizarse en 1791, cuando, dos años después de ese punto de inflexión en la civilización que fue la Revolución Francesa, se propusiese la emancipación femenina y la equiparación jurídica de la mujer, a través de la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadanía. Después vendría el nacimiento del movimiento por la igualdad de derechos en 1848, las bases para la tendencia sufragista de 1869, el acceso de la primera mujer, Elena Maseras, a una Universidad española en 1872, el derecho al voto femenino, materializado por primera vez en Nueva Zelanda en 1893, o las huelgas de mujeres, en la industria textil de Estados Unidos, en 1908, que dieron lugar al Día Internacional de la Mujer.

Sin embargo, y aunque afortunadamente las crónicas están cada vez más pobladas de acontecimientos que marcaron un hito en la eterna lucha por la igualdad, esta historia inacabada, también se escribió en muchos lugares anónimos, como en Nerva, capital social y principal escenario revolucionario de la comarca minera del río Tinto, donde en 1898 las mujeres se amotinaron contra el elevado precio que alcanzaron los alimentos básicos para la subsistencia.

Y aunque en realidad el motín no era una novedad, pues a lo largo de aquella primavera venían produciéndose levantamientos en numerosas localidades como en Gijón, Talavera o Tarazona, el de Nerva tuvo unas connotaciones que contribuyeron significativamente a ensalzar aún más, si cabe, el merito del Motín de sus mujeres.

Las carencias de Nerva. Distribución extraordinaria de Socorros, en la puerta del Círculo La Unión de Mineros, actual Sociedad Círculo Comercial, El Mercantil, en torno a 1900.

Aquellas revueltas tenían un origen común que hundía sus raíces en una longeva tradición de protesta popular, agravada por el malestar producido por la confluencia de una doble situación angustiosa de las clases bajas: el encarecimiento de las subsistencias y el creciente descontento contra de la presión fiscal.

Estos motines de subsistencias podrían enmarcarse dentro de la crisis abierta con la Guerra de Cuba y, sobre todo, contra los impuestos de consumos, que gravaban el tráfico de sustancias de comer, beber y arder, que afectaba a los artículos de primera necesidad.

Aquellos impuestos de consumo se cobraban directamente por el propio consistorio o a través de un arriendo del mismo a un particular, en las casetas de los Fielatos, situadas estratégicamente a la entrada de las poblaciones. Su nombre proviene del fiel de la indispensable balanza, que dirimía la cuantía a pagar por la introducción de los productos.

Más allá de estos aspectos comunes, cabe poner en valor las especiales condiciones que rodeaban a los habitantes de Nerva y las demás poblaciones mineras de la comarca, su condición de vasallos feudatarios al servicio de la todopoderosa Rio Tinto Company Limited, desde que esta comprase las minas y, con ellas, todo lo que sus límites territoriales contuviesen.

La propiedad de la empresa británica provocaba una descomunal influencia sobre sus habitantes. La Compañía, como era conocida, dirimía quién trabajaba y quién no, y extendía sus potentes tentáculos, abrazando humillantemente a todos los poderes establecidos, desde los necesitados ayuntamientos a los hambrientos gobernadores. De tal forma ejercía su poder, que en aquel pedazo de tierra roja, situado en las estribaciones de la sierra onubense, no se movía una brizna de hierba sin su consentimiento.

La Mina, Riotinto, donde tuvo lugar la tragedia del Año de los Tiros el 4 de febrero de 1888.

Aquella privilegiada y dominante posición había demostrado todo su poder y su falta de escrúpulos apenas diez años antes, durante la manifestación que tuvo lugar el 4 de febrero de 1888, cuando más de 12.000 personas protestaron contra la calcinación del mineral al aire libre, un método prohibido y consentido por unos dirigentes nacionales dependientes de la Compañía, que provocaba la extensión de una tinieblas sulfurosas, conocidas como Manta, que poco a poco iba mermando las facultades físicas de los hombres y mujeres que habían decidido buscar fortuna por aquellos inhóspitos arrabales mineros. Cuentan que durante meses no era posible ver el sol o el azul del cielo.

Su victoria fue efímera, pero en la lucha interminable de la igualdad de géneros las mujeres de Nerva escribieron un episodio digno y valiente

La manifestación tuvo como destino la Plaza de la Constitución del antiguo, y hoy engullido por la mina, poblado de Riotinto. Desde todos los pueblos acudieron hombres y mujeres, ancianos y niñas, hasta madres amamantando a sus bebés, en un ambiente reivindicativo y festivo que fue desmantelado bajo el estruendo de los disparos de los soldados del regimiento de Pavía, que prefirió disparar contra su pueblo desarmado antes que desairar a sus poderosos ordenantes.

La masacre fue de tal magnitud que los pobladores de aquellas tierras siempre juraron que los muertos rondaron los 50 y los heridos pasaron del centenar, a pesar de que las parciales listas oficiales situasen los fallecidos en apenas 13 personas. La represión cercenó de raíz las ansias libertarias de aquellos hombres y mujeres, dejándolas invernar, latentes, hasta que el 10 de mayo de 1898, más de diez años después, las mujeres se levantaron contra tanto despropósito, sumiendo a Nerva en un caos necesario que removió conciencias fuera y dentro de sus casas. Fuera porque la acaudalada Compañía no vio la forma de enfrentarse a ellas y acabó asumiendo sus demandas, y dentro, porque sus maridos, los mineros, volvieron a enarbolar la bandera de la lucha social en numerosas huelgas que en los años venideros pusieron contra las cuerdas a los amos británicos y a sus patronos españoles.

Los mineros se enfrentaban día a día a trabajos inacabables.

Aquel martes 10 de mayo de 1898, llevando sobre sus hombros la rabia y las injusticias soportadas durante décadas, las mujeres de Nerva se manifiestan desde bien temprano por las principales plazas y calles del pueblo, primero unas pocas y después cada vez más y más, hasta erigirse en una multitud, que se mantuvo orgullosa, alzando la voz por la bajada de los precios del pan y de los consumos.

Toda aquella indignación e impotencia se materializa cortando el suministro eléctrico, asaltando los estancos, apedreando las panaderías, cayendo los postes del teléfono y dirigiéndose a las afueras, para prender fuego y destruir los Fielatos donde se cobraban los arbitrios. No pretendían robar nada, sólo llamar la atención. A pesar del hambre que había en sus hogares desparramaron por el suelo 14 sacos de harina, que quitaron a un panadero. Fue una de las muchas muestras de perseguir la justicia y no la inmoralidad que dieron aquellas mujeres.

Para intentar sofocar aquellas protestas no bastaron las promesas de la Compañía anunciando que el pan se expendería a 45 céntimos el kilo y que ellos se harían cargo ante los panaderos de la diferencia que se produjese. Tuvieron que desplazarse fuerzas de la Guardia Civil y Carabineros desde Huelva, poniéndose al frente el mismísimo gobernador militar de la provincia. De tal magnitud fue la protesta que a petición del Ayuntamiento se construyó inmediatamente un nuevo cuartel de la Benemérita.

En aquel corto espacio de tiempo, la primavera del 98, su victoria fue efímera, pero en la lucha interminable de la igualdad de géneros las mujeres de Nerva escribieron un episodio digno y valiente, que desde estas páginas rescatamos del anonimato, para que recuperen el lugar que por su arrojo y sacrificio le corresponde.

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