El avión tenía previsto el despegue a las 16:30 horas. El viaje sería desde el aeropuerto de El Prat hasta Dakar. A bordo 176 pasajeros. Y entre ellos un senegalés, esposado y escoltado por dos policías nacionales de la Brigada de Extranjería y Documentación. Iba a ser un viaje más de los miles que fleta la aerolínea Vueling. Iba a ser una expulsión más de las centenares que tramita la policía.

El problema sobrevino cuando el senegalés comenzó a gritar mientras el pasaje estaba entrando en el avión. Su petición de auxilio consiguió que unos 50 pasajeros se solidarizaran con él y se negaran a ocupar sus asientos hasta que se anulara la expulsión. El resultado, después de la intervención de la Guardia Civil, fue que el avión partió unas horas más tarde, la compañía tuvo que costear el alojamiento en hotel de los pasajeros que tenían que viajar a Barcelona en ese avión, ya que tras el incidente la tripulación excedió las horas de actividad permitidas. Y, por supuesto, que finalmente el inquieto pasajero fue deportado a su país al carecer del Permiso de Residencia y Trabajo correspondiente.

Esta práctica, la de acompañar en un avión escoltado por dos agentes a un extranjero de regreso a su país, recuerda a los años 30 norteamericanos, en plena Gran Depresión, cuando los agentes Federales acompañaban a los malvados a bordo de trenes repletos de viajeros respetuosos con los agentes y temerosos de una justicia implacable. No existen registros históricos que avalen a un grupo de pasajeros amotinándose alrededor de Melvin Purvis, mientras en su muñeca lleva esposado a un sonriente John Dilinger, camino de la penitenciaria correspondiente.

La reflexión anterior no es malintencionada, sino que demuestra la sensibilidad de una ciudadanía hacia las personas que creen desvalidas, o desprotegidas. Un extranjero gritando en un avión conmina a que cincuenta pasajeros se solidaricen c on él, pasando por alto los motivos que puedan argumentar los agentes. Los pasajeros dan por hecho que esa expulsión es injusta. ¿Y si se trata de un asesino en serie con una docena de muertes en su historial? ¿Y si los agentes lo llevan esposado porque supone un peligro para el resto del pasaje?

He conversado con varios policías y son muchos los que recuerdan sucesos semejantes en intervenciones con extranjeros, cuando los identifican en la vía pública o requieren su documentación. Los ciudadanos, que pasean alrededor, median para que los agentes no atosiguen al pobre extranjero, que aparentemente no hace nada malo. Hace unos años, en una playa de Cambrils, presencié como dos policías locales persiguieron a un vendedor playero, incluso hasta el mar. Los bañistas se interpusieron entre los policías y el “negrito” que se deshizo de las bolsas con gafas, toallas y manteles, arrojándolas por el camino hacia el mar a riesgo de ahogarse en la playa, buscando zafarse de los policías.

El senegalés esposado del avión, los vendedores de gafas de sol en la playa o los extranjeros identificados en la vía pública de cualquiera de nuestras ciudades, son, legalmente, ilegales. Y los ciudadanos no entienden, no entendemos, que alguien pueda ser ilegal en su totalidad. Por eso intervienen (léase que no lo estoy justificando, solo lo estoy explicando), cuando perciben, creen, o presienten, que se está aplicando la legalidad, contra un ilegal.

 

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Escritor conocido por sus novelas de género policíaco. Ha impartido clases en la Escuela Canaria de Creación Literaria, es colaborador del Diario del AltoAragón y del El Periódico de Aragón. Ha sido el organizador de las diferentes ediciones del Concurso literario policía y cultura (España) y colabora en la organización del Festival Aragón Negro en las actividades convocadas en la ciudad de Huesca. Desde el año 2012 es considerado el creador del término Generación Kindle, nomenclatura utilizada para referirse a una serie de escritores surgidos de la edición digital. En el mes de enero del año 2013 fue uno de los seis finalistas preseleccionados para optar al Premio Nadal en su 69º Edición con la novela La noche de los peones.

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