Todas las víctimas de ETA merecen que la sociedad democrática recuerde que fueron asesinadas por su causa, que les mataron quienes atentaban contra las libertades y que los culpables y sus cómplices no representaban a nadie, a sí mismos, a una banda terrorista.

Es mezquino ‘apropiarse’ de unas víctimas, ningunear a otras y olvidar a muchas en aras de unos pretendidos beneficios partidistas que más bien dan asco o –no sé que es peor– para medrar de forma inmerecida a costa del dolor ajeno. No importa si pertenecían a un partido, si eran miembros de las fuerzas de seguridad, el sitio donde trabajaban o si pasaban por un lugar destinado a la destrucción. No existe justificación.

Ninguno de ellos quería ser víctima. Ninguno quería que sus familiares y amigos pasaran por un dolor tan grande como estéril para los fines de los asesinos. Pero todos merecen que su muerte sea recordada para fortalecer una sociedad de libertades, derechos, respeto y pluralidad. La misma que la de las propias víctimas.

Todos los homenajes públicos deben ir en esa línea y respaldados por todos los demócratas, porque todos deben sentirse representados en unos valores que siempre deben ir por delante.

El homenaje a Miguel Ángel Blanco ha sacado lo peor de los partidos políticos o, mejor dicho, de gentuza que por desgracia abunda en ellos, porque todos han actuado en clave electoralista. ¡Qué vergüenza!

El asesinato de este edil de Ermua provocó una reacción del Pueblo Vasco que, es verdad, debemos reconocer. Eran tiempos muy difíciles y se echaron a la calle arropados por otros vecinos y por ciudadanos venidos de otros lugares, que pusieron de manifiesto lo que pensaba la inmensa mayoría de los vascos: ¡basta ya!

Pero tampoco nos pongamos estupendos. Claro que el denominado ‘Espíritu de Ermua’ supuso un antes y un después, pero hubo un ‘antes’ y muy vergonzoso. Porque ETA llevaba treinta años matando, extorsionando… y mirábamos a otro lado. Porque en el ambiente estaba el ‘algo habrá hecho’… y callábamos. Porque cientos de personas se veían obligadas a llevar escolta… y nos molestaban los guardaespaldas. Porque muchísimas familias tuvieron que dejar sus hogares para tratar de escapar de las garras terroristas… y las dejamos solas.

Muchos años de silencio, de no querer ver, de pensar que era cosa de otros y que no nos iba a tocar, mientras unos pocos se concentraban entre insultos cada vez que había un asesinato. Muchos años de víctimas vergonzantes, de ‘segunda categoría’, con funerales a escondidas y a deshoras, con vecinos incómodos que mejor-si-se-van-a-vivir-a-otro-lado… No es para estar orgullosos de ese pasado. Quién sabe cuántas víctimas hubiésemos podido evitar de no haber sido tan cobardes…

Debemos reconocer nuestros errores, mirar hacia adelante empujados por el verdadero ‘espíritu de Ermua’ y homenajear a todas las víctimas por lo que representan, sin consignas partidistas que aquí no pintan nada, porque nuestra sociedad y sus valores están por encima.

Por ellas, por las víctimas, porque no se merecen lo que estamos haciendo en su nombre.

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