¿Microalgas o mierda? ¿Qué hay detrás de lo que pretenden que creamos? ¿Por qué no se habla claro? ¿Es una cortina de humo para tapar un desastre ecológico por las malas gestiones ambientales y las tolerancias prestadas a múltiples empresas privadas y públicas?
Todas estas preguntas y muchas otras se las hacen los ciudadanos en las calles, en las barras de los bares, en toda reunión en el que el tema es protagonista. Y lo hacen hartos de tanta ineficacia, de que tanta realidad sea escondida al isleño, de que todo sea trampeado con oficialidad y análisis e investigaciones que solo esbozan otra estratagema más para ocultar y engañar sobre una verdad que traza la ineficaz gestión medioambiental, debido a los gastos que supone y a los quebraderos de cabeza, en muchos casos, en las empresas privadas y en las instituciones oficiales.
Los desechos y los desperdicios con los que se atentan al mar, o a los acuíferos, o a lugares de carácter cultural e histórico, y en ello al propio paisaje natural de las islas, es una realidad histórica, dice el isleño. No solo es de ahora, de este presente nauseabundo, sino que viene trazando su desatino desde hace bastante, y continuará, con toda seguridad, ocupando símil ineptitud, porque los intereses comerciales, económicos y partidistas, son los que dictan el propio ejercicio, la siguiente actuación y los hábitos medioambientales con los que se erigen. Y es en esa tesitura y esa pauta que, según múltiples informaciones, el 80% de los vertidos siguen siendo ilegales sin que nadie intervenga ni ponga asunto al despropósito que sucede en el paisaje de las islas.
Cabreado, el isleño comenta que las microalgas son la mierda resultante de la explotación en la sombra que sufren las islas; es el resultado de unas leyes y unas conductas judiciales donde se tolera la ineficacia y se hace la vista gorda con las grandes empresas que producen y generan economía, inconscientes de que, por otro lado, todo mañana traerá mayores desastres ecológicos a ese paraíso que son las Islas Canarias. Y refuta por ello su enfado tras encontrarse una y otra vez con sus maravillosas playas cerradas al baño, al tiempo que los vertidos ilegales prosiguen jactándose y campando a sus anchas, y también por el hecho de que nadie desde los estamentos oficiales y responsables ha tomado algún posible posicionamiento, más preocupados porque los turistas puedan llenar los hoteles que por la salud medioambiental y la salud de los bañistas.