Soy una mujer de lo más corriente: tengo dos brazos, dos piernas, veinte dedos, dos pechos, una barriga, un útero, y todo lo que compone el cuerpo de una mujer sana de mi edad (pongamos 35, y después, si es necesario, ya sumamos alguno más). No es un cuerpo demasiado espectacular, me gustaría que las piernas fueran más largas y delgadas, el vientre más plano y los pechos… ingrávidos. Pero, sea como sea, es MI CUERPO…  

O eso creía yo.

Es cierto que durante la adolescencia perdí totalmente el control sobre él; la Naturaleza me había convertido en mero testigo del proceso, que dicho sea de paso, acogía con agrado. Fue entonces cuando empecé a ser consciente de que, hiciera lo que hiciera con MI CUERPO, era más que probable que siempre recibiera críticas: por enseñar más o menos con la ropa elegida, por descubrir más o menos deprisa el sexo, por engordar, por adelgazar, por maquillarme, por ir con la cara lavada… Esas críticas podían afectarme o no, aprendías a madurar con ellas (porque este tipo de críticas en sí rara vez maduran), y un día te descubrías a ti misma como una mujer “hecha y derecha”, capaz e independiente. .

O eso creía yo.

Parece que no va a ser tan sencillo: ni mi cuerpo es mío, ni soy capaz e independiente, o eso parece. Resulta que esas mismas personas a las que se les ha llenado la boca con la liberación sexual de la mujer y la defensa de la legalización de la píldora anticonceptiva; las que reivindicaban que la decisión sobre el aborto era exclusivamente de la mujer embarazada, bajo el tan repetido lema “nosotras parimos, nosotras decidimos”, esas mismas, ahora se llevan las manos a la cabeza cuando les hablamos de Gestación Subrogada. El lema, en este caso, se  transforma en un “vosotras parís, si nosotras os dejamos”. Los argumentos, si es que se les puede dar ese nombre, siempre nos hacen viajar a países como la India, a la miseria y a la desesperación de mujeres que se ven obligadas a tener los hijos de otras personas para poder subsistir y dar de comer a sus propios hijos. Eso no es Gestación Subrogada, y nada tiene que ver con ella, más allá de la relación que los propios interesados quieran inventarse. La realidad de la mujer española es tan diferente, que resulta un insulto a nuestra inteligencia tratar de defender su postura anti subrogación con semejante falacia. Y, en cualquier caso, para cuidar que no se produzcan abusos, nada mejor que crear un marco jurídico preciso que vele por los derechos de todas las partes. Para eso están las leyes.

Como decía, soy una mujer de lo más corriente: tengo un trabajo, una casa, una familia, amigos, y un travieso hijo de cinco años que consume hasta la última gota de energía de mi cuerpo, y que consigue arrancar una sonrisa de mis labios sólo con pensar en él. Ser madre es tan difícil, tan duro, y tan maravilloso, que no se me ocurre nada más absoluto en la vida. Pasé por un embarazo y por un parto. La Naturaleza volvió a hacer con MI CUERPO lo que le dio la gana, pero mereció la pena.

Yo sería gestante. Libre y conscientemente, de forma altruista, con el corazón lleno de orgullo. Ayudaría a aquéllos que por sí mismos no pueden tener un hijo, simplemente, porque creo que el mundo está lleno de padres y madres sin bebés, que luchan cada día por seguir adelante y conseguir el sueño de formar una familia. Porque la Gestación Subrogada me parece uno de los mayores actos de amor, en un mundo que necesita solidaridad y empatía para seguir existiendo. Simplemente, sería gestante porque así lo siento, y NADIE, repito, NADIE, tiene derecho a decidir por mí, de la misma manera que yo no decido por las demás.

MI CUERPO ES MÍO, y, como mucho, de la Naturaleza, que me ha dotado de un útero para que lo utilice CÓMO Y PARA LO QUE ME DÉ LA GANA.  Vosotras, haced con el vuestro lo mismo, seréis más felices.

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