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Medievo

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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Lentejas

Son las cinco de la mañana. Herenia salta de la cama. No le hace falta despertador. Los cristales de su casa, empapados como si la lluvia que fuera arrecia, los hubiera golpeado desde el centro de la cama. Es la diferencia térmica que condensa la humedad en el trozo de vidrio de la ventana. Un trozo de apenas tres milímetros de grosor que separa la calle, del dormitorio en el que además de Herenia, duermen su marido y sus dos hijos pequeños. En la habitación aledaña, su suegro ronca estrepitosamente. Junto a él, su esposa que aguanta estoicamente el ruido y si no dormita, disimula.

En la casa, no hay calefacción. Bueno, está instalada pero no pueden pagar el recibo del gas. En la cocina, tuvieron que poner sobre la vitrocerámica una de butano porque es lo único que pueden permitirse para cocinar. Una pensión de 739,50 euros al mes más los otros cuatrocientos que saca Herenia fregando portales, no dan para calefacción. Alimentar a seis personas, ropa para los niños, comedor escolar al que están obligados porque en su barrio no hay colegio público, (sólo tres concertados), pagar el recibo de la luz, (que sin calefacción no baja de los setenta euros mensuales), y la maldita letra del piso donde vivían Herenia y su familia, un piso que les quitó el banco pero que siguen pagando como si fuera suyo, (cuatrocientos treinta euros al mes), con poco más de mil doscientos euros, es toda una odisea.

El marido de Herenia, Irmonzo, no trabaja. No hay trabajo para alguien que tiene depresión continua desde que su negocio de variantes se fue al garete y les quitaron el piso. Como autónomo no tuvo derecho al paro. A sus cuarenta y cinco años, depende de la pensión de su padre, un trabajador de una de esas multinacionales que aprovechando la expansión del timo social, se llevó las instalaciones a un país del antiguo telón de acero y que con sesenta y tres años, no le quedó otra que jubilarse anticipadamente. Cuarenta y cinco años y dos hijos de once y siete años. Es duro sentirse un inútil y tener que depender de tu padre a esa edad. Y que tu mujer tenga que deslomarse día a día, mal limpiando portales, porque debe llegar a un mínimo de quince para que no le penalicen, y así poder cobrar los cuatrocientos veinte euros mensuales que dictamina su contrato de media jornada.

Herenia se levanta todos los días a las cinco de la mañana. A las seis en punto tiene que estar recibiendo de su encargado las instrucciones especiales que para ese día haya en la limpieza de algunos de los quince portales y escaleras que debe limpiar en la jornada. Limpieza extra de ventanas, abrillantamiento del suelo con la pulidora, etc. Según su contrato, a las diez de la mañana, ya debería poder marcharse a su casa. Pero la mayor parte de los días, le dan las once u once y media. Es imposible llegar a las quince limpiezas en cuatro horas. Esas horas no sólo no se las pagan sino que ni siquiera figuran como trabajadas. Es el pan nuestro de cada día. Su cuñado que es camarero en un bar, y que tiene un contrato de ocho horas, desde las dos de la tarde a las diez de la noche, todos los días entra a la una y acaba cerrando el bar a las once. Al menos a él le quedan las propinas. A ella, sólo las quejas de los vecinos que ven como la limpieza no se hace con el esmero que se espera o que protestan porque a las seis de la mañana, no son horas para estar haciendo ruido en la escalera.

Cuando acaba de trabajar, Herenia debe ir a la compra antes de llegar a casa. Su suegra no se encuentra en condiciones y como hay que sacarle jugo a los ingresos, se acerca todos los días en metro al mercado de Ventas. Allí siempre hay ofertas de productos frescos, que llevan a la venta más días de la cuenta, y que ella compra con el fin de poder darles a sus hijos una cena que se salga del menú escolar que consiste básicamente y día a día, en productos precocinados (pasta, San Jacobos, salchichas, Nuggets, rebozados de pescado, cremas, etc.). Esa es la única forma de que, sobre todo sus hijos, puedan comer pescado y verduras frescas de vez en cuando.

Cuando llega a casa, su suegro, que es un hombre de los de siempre, de los que no echa una mano ni aunque su suegra esté en cama, y su marido (que está siempre en Babia) miran la televisión. En la 1, un locutor asegura que ya hemos salido de la crisis y que la economía despega. Herenia se pregunta qué en que parte de España hacen esos estudios. En su barrio, no desde luego.

 


Medievo

Hace años que vengo advirtiendo de la deriva hacia un nuevo medievo. Y desgraciadamente, estamos en una coyuntura mundial que nos ha llevado de lleno a esa nueva edad media en la que el trabajo vuelve a ser insuficiente para poder auto abastecerse económicamente, en la que la pobreza vuelve a ser el estado natural en el que se encuentra una gran parte de la población mundial y en el que la justicia, no solo no existe, sino que es además parcial, avasalladora y la forma legal de que los poderosos castiguen a los insubordinados, insurgentes y díscolos.

Puede parecer duro y poco creíble. Puedes pensar, querido lector, que exagero porque en la edad media los pobres no tenían casa, ni tierra, y estaban a merced del amo de turno. ¿Y ahora? La diferencia es básicamente que la riqueza de entonces no era comparable a la actual y que en aquel tiempo, el consumo básico consistía en poder comer todos los días y disfrutar de un jarro de vino sentado en una mesa y ahora, consiste en tener electricidad, gas, un móvil, internet y ropa con la que abrigarse. Entonces los pobres no podían moverse de lugar por el miedo a ser detenidos o asaltados en los caminos y ahora no lo pueden hacer porque las fronteras se lo impiden.

El último informe de la ONG Intermón Oxfarm es demoledor. El 1 % de la población mundial es dueña del 82% de la riqueza generada en 2017. El 1% acaparó más del 40% de esa riqueza mientras que el 50% más pobre no llego a reunir ni el 7%. El 44% de los trabajadores mundiales se encuentran en situación de pobreza (el 16 % de los asalariados y el 28 % de los que trabajan por cuenta propia). Las mujeres (siempre las mujeres) son las más perjudicadas de este nuevo medievo y los jóvenes las acompañan en ese dudoso honor. Unos sistemas injustos y regresivos en la recaudación de impuestos es el perfecto aliado de la desigualdad.

En España, si cabe es aún peor. Una persona que cobre el Salario mínimo interprofesional (y recordemos que en 2017 se han firmado 31.400 contratos de un sólo día y que el 15% de los que trabajan lo hacen con contratos de media jornada) debería trabajar 71 años para llegar al salario que obtienen en un sólo periodo, quienes se sitúan en el tramo más alto de las retribuciones. Los beneficios empresariales crecieron en un 200,7 % en 2016 respecto a 2015. Por el contrario, los salarios más bajos se han reducido en un 15%. La negociación colectiva ha sido dinamitada lo que supone que un trabajador que no pueda acogerse a un convenio colectivo cobra el 31% menos que otro, en la misma empresa, al que le ampara el último convenio prorrogado por los tribunales.

El informe puede leerse aquí, y como digo es descorazonador y evidencia la estrategia de dividir al trabajador para que la lucha no sea efectiva o simplemente no exista.

Los que hemos alcanzado el derecho al trabajo y en condiciones más o menos dignas, vemos como en las empresas en las que trabajamos, podemos poner nombre y apellidos a esas desigualdades. Chavales jóvenes, con dos carreras y un máster que apenas llegan a los 1.100 euros. Mujeres a las que por el hecho de serlo se les pone condiciones inasumibles y se las acaba pagando un 40% menos. Eso por no hablar de que en algunos casos, se les “aconseja” olvidarse de la maternidad para acceder al puesto de trabajo.

No es que la economía se esté recuperando. La estadística, como ya he dicho otras veces, es el nuevo gurú de este nuevo medievo. Probablemente si se hiciera una estadística de la riqueza del reino de Castilla durante el reinado de Felipe II, aseveraría que los españoles éramos multimillonarios. De hecho, se habla en esa etapa de Castilla como el reino más rico de la tierra. Sin embargo el oro y la plata procedentes del nuevo mundo, pasaban de largo para pagar las numerosas fobias de nuestro rey (protestantismo, islamismo, reinas,…). Ahora ocurre algo parecido. El poder concentra sus riquezas en paraísos fiscales. El español medio, no ve esas riquezas, ni por televisión. Los jóvenes han tenido que volver a vivir en casa de sus padres. Muchos hogares deben vivir de la pensión del abuelo y hacinarse en pisos de cincuenta metros cuadrados en los que malviven indignamente hasta nueve y diez personas. Trabajar no es sinónimo de prosperidad. Aquí desde que estos indeseables de la corrupción manejan los estamentos del estado a su antojo, se realizan un 15% de horas extraordinarias más que antes. Horas que en el 45% de las ocasiones ni se pagan, ni cotizan.

Ser pensionista hoy, es toda una incógnita. Nadie sabe qué puede pasar con las pensiones. De los que tienen menos de cuarenta y cinco años, debido a la volatilidad del mercado de trabajo, aunque ahora no les preocupe, muy pocos (casi ninguno) llegarán a jubilarse porque no habrán cotizado ni el plazo suficiente, ni en una cuota adecuada para poder vivir de la pensión. Los que ya están jubilados, después de que los de la corrupción hayan dilapidado en cinco años 67.000 millones de euros del fondo que los españoles les dejamos en custodia cuando echamos a Zapatero, no saben si podrán cobrar la pensión hasta el fin de sus días o tendrán que acabarlos, además de solos, en la indigencia por las reducciones drásticas de sus cuantías (como pasó en Grecia).

Así pues, como en la edad media, todos somos ciudadanos bajo el mismo cielo. Sin embargo, lo que pasa en Puerto Banús, ni se parece a lo que sucede en las tres mil viviendas sevillanas. Lo que pasa en el campo andaluz no es lo mismo que lo que sucede en Villarrubia de los Ojos. Lo que pasa en la Moncloa dónde el padre del Presidente es cuidado a cuerpo de rey con los impuestos que pagamos todos, no es ni parecido a lo que sucede en los hogares españoles de Burgos o Teruel en los que hay ancianos que necesitan cuidados 24 horas al día y que acaban siendo atendidos en condiciones imposibles por sus mujeres, hijas y nueras con el esfuerzo económico de tener que dejar de trabajar fuera para ganarse el sustento.

La recuperación es una zanahoria en el palo de este burro que se empeña en poner banderas para dejar claro que sus prioridades son las del amo. La recuperación es un cuento chino que se sirve de la estadística para afianzar la mentira. La recuperación es el cántico enloquecedor que la sirena llamada Gobierno, le canta a un pueblo errático, que al contrario que Ulises, no viaja a ningún sitio ni busca su casa, porque se creen que ya viven en el paraíso.

Cuando queramos reaccionar, nos llevará sangre, sudor y lágrimas. La vida de nuestros hijos ha comenzado a estar en peligro.

 

Salud, república y más escuelas.

Y Viagra para el entendimiento y la lucha.

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2 COMENTARIOS

  1. es cierto ante se mantenian familias con varios hijos sin problemas y encima la mujer no trabajaba y una vez al año se iban de vacaciones
    ahora la familia tiene un hijo o dos como maximo y se ahogan economicamente y ademas tienen que trabajar marido y mujer para poder llegar a fin de mes

  2. El 20% de las familias está en el umbral de la pobreza. Esos, ni siquiera llegan a fin de mes. Y estamos hablando de casi diez millones de personas.

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