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Matar al mensajero

Francisco Javier López Martín
Francisco Javier López Martín
Licenciado en Geografía e Historia. Maestro en la enseñanza pública. Ha sido Secretario General de CCOO de Madrid entre 2000 y 2013 y Secretario de Formación de la Confederación de CCOO. Como escritor ha ganado más de 15 premios literarios y ha publicado el libro El Madrid del Primero de Mayo, el poemario La Tierra de los Nadie y recientemente Cuentos en la Tierra de los Nadie. Articulista habitual en diversos medios de comunicación.
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análisis

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Hay tres prácticas partidarias que contribuyen muy poco a mejorar la vida de las personas para quienes (siempre en principio y muchas veces sólo al principio) se gobierna. Algunas de estas malas prácticas son consecuencia de las otras.

La primera de ellas consiste en intentar evitar todo tipo de críticas, vengan de donde vengan. Quien gobierna siente que su poder se ve socavado cuando alguien, de forma incluso amable, le hace notar las contradicciones en las que incurre con sus actos políticos. Si viene de las propias filas, o de filas aliadas, puede ser interpretada como un ataque que pretende socavar el poderío electoral del partido de gobierno.

Por esta vía se incurre en la segunda práctica deleznable, pero secular, consistente en atacar, perseguir y desacreditar a quien critica, sea quien sea y, cuando es de los nuestros, la saña empleada es aún mayor, porque siguiendo la tradicional costumbre de la envidia nacional, siempre hay alguien esperando que caiga el vecino para ocupar su puesto. El fuego amigo es norma.

Para evitar estos problemas, hay una tercera práctica que todo gobierno reserva en su recámara. Consiste en intentar que cualquier decisión controvertida se ahogue entre los calores del verano, aprobándola con eso que antes se llamaba nocturnidad y alevosía y hoy se llaman agosticidad, en pleno mes de agosto, para reducir el plazo de consultas y las posibilidades de reacción de los afectados.

Son prácticas generalizadas, políticamente aceptadas y consentidas. Quienes las ejercen pasan por ser hábiles administradores de los tiempos en política. A veces les sale bien, casi siempre, pero en otras ocasiones el tiro sale por la culata y lo único que consiguen es precipitar un otoño caliente en torno ese foco de incendio provocado.

Vienen a cuento estas reflexiones a causa de un buen ejemplo que se ha producido este verano en Madrid. El Ayuntamiento de Manuela Carmena ha pretendido saldar la polémica en torno a la interminable Operación Chamartín, para enterrar las vías y tras rebautizarla como Puerta Norte, o Madrid Nuevo Norte.

El inicio de todo es acuerdo entre ADIF, la empresa que gestiona las infraestructuras ferroviarias, el Ministerio de Fomento, el Ayuntamiento de Madrid y la empresa Distrito Castellana Norte (DCN), que viene a ser un consorcio de intereses inmobiliarios, inversores financieros y constructores.

Los términos completos del acuerdo no son conocidos, pero el Ayuntamiento se ha apresurado a poner en marcha los motores para preparar el camino. Un arquitecto y urbanista como Eduardo Mangada, que ha tenido responsabilidades en el primer ayuntamiento democrático de Enrique Tierno Galván y en los sucesivos gobiernos de Joaquín Leguina al frente de la Comunidad de Madrid, ha dado su opinión, a mediados de julio, en contra de la Operación Chamartín.

Desde el gobierno municipal, José Manuel Calvo, actual Concejal de Desarrollo Urbano Sostenible, a finales de julio, responde con un artículo cuyo título, Mangada y la Operación Chamartín, da buena cuenta de las intenciones prioritarias del mismo, que no es tanto defender las actuaciones municipales, sino más bien desacreditar a Eduardo Mangada, al que recuerda que hay que hacer un urbanismo progresista asumiendo los límites y concesiones que exige cualquier acción de gobierno.

Todo podía haber quedado ahí, en una opinión y en una respuesta más o menos acertada, de no ser porque a los pocos días, ya en pleno mes de agosto, un buen número de asociaciones vecinales, sociales, urbanísticas, ecologistas, han publicado un artículo llamado En apoyo de Eduardo Mangada: sobre la Operación Chamartín, instando al Ayuntamiento a debatir y negociar sobre el proyecto, corrigiendo desequilibrios territoriales y respetando al vecindario, en lugar de intentar desacreditar a las personas que se oponen al mismo.

Por si fuera poco, a finales de mes, encuentro un nuevo artículo de dos viejos conocidos, la socióloga Concha Denche, amiga del Villaverde años 80, que fue concejala en el Ayuntamiento de Madrid y Víctor Renes, también sociólogo con una amplia trayectoria como responsable de Cáritas y del reconocido Informe Foessa. En esta ocasión el título es Madrid será todo norte, con el sur más lejos. El título lo dice todo y no requiere muchas más explicaciones. Esta apuesta permanente por un norte financiero, de oficinas y pisos de alto precio, no puede ser buena, ni aporta nada al equilibrio territorial que toda ciudad necesita.

Como de refilón, por descuido, como quien no quiere la cosa, el 17 de agosto el Ayuntamiento aprobaba un Plan Parcial de Reforma Interior del Area de Planeamiento del Paseo de la Dirección, una operación colindante con Chamartín, también en el norte, con los mismos objetivos declarados y la misma oposición vecinal.

En fin, el otoño se avecina caliente y mejor que la transparencia se imponga sobre las actuaciones opacas y la agosticidad; que los políticos se sienten a negociar, en lugar de empeñarse en desacreditar y matar al mensajero portador de opiniones e ideas discordantes; que hagan realidad la participación social, en lugar de empeñarse en un despotismo ilustrado que ya nada aporta a las políticas participativas y democráticas que tanto se defienden en los programas electorales de la nueva política y los nuevos políticos.

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