A falta de cuatro semanas para 2018 empiezo una serie de cuatro artículos sobre algunos de los proyectos de espacio público que considero más relevantes de los últimos años. La selección está hecha pensando en términos de relación entre el retorno social de unas obras que tienen una voluntad de expresión y los valores emotivos que las convierten en arquitectura: son obras que no quieren sólo solucionar un problema, sino que quieren estar ahí, mejorar su entorno y hacerlo de manera responsable.
Empezaremos por Madrid Río.
El curso urbano de un río ha sido tradicionalmente obviado por casi cualquier ciudad que lo cruce convirtiéndolo las más de las veces en una cloaca al aire libre al que volvían la espalda las peores casas de la ciudad. Todavía peor cuando este río era navegable: la expresión bajos fondos viene de los barrios que rodeaban el agua. Y más: ¿recordáis el Ponte Vecchio de Florencia? Casas encima del agua que no miran al agua y al espacio libre, sino que se miran a ellas mismas convirtiendo el propio espacio del puente en un lugar que niega su relación con el río para convertirse en otra constreñida calle urbana.
En Madrid sucedía lo mismo con el añadido de que el Manzanares es un río ibérico: un curso lento de poco caudal y menos capacidad todavía para absorber la suciedad que la ciudad iba arrojando a su cauce como quien no quiere la cosa.
Hubo un punto en que las necesidades de la ciudad, la presión urbana, la voluntad de salubridad, consiguieron pacificar el curso del Manzanares, canalizarlo y limpiarlo. Lo que provocó la aparición de un vacío urbano insospechado que la ciudad debía aprovechar.
La primera tentación en estos casos es usar esa gran línea despejada como autopista. La presión vecinal, la nueva consciencia medioambiental, la necesidad de oxigenar el centro de una ciudad que ha crecido hasta casi alcanzar una escala de megalópolis(2) consiguieron que se destinase el cauce del Manzanares a convertirse en un gigantesco espacio verde que conectase barrios sin demasiada relación entre ellos, un espacio con capacidad para convertirse tanto en punto de reunión como en pista deportiva a una escala que permite superponer estos usos sin que se estorben entre ellos.
La arquitectura de Madrid Río es una obra coral animada por los estudios West 8, Burgos & Garrido, Porras La Casta y Rubio Álvarez Sala. Este sistema de proyectar tiene como rasgo más importante la conciliación de muchas escalas de demanda: tan vecino de Madrid Río es alguien que resida en el Paseo de la Chopera como un habitante de, pongamos, Ciudad Lineal o Moratalaz, habitantes que tendrán una relación con este espacio radicalmente diferente que alguien que lo pueda ver desde su ventana.
Madrid Río es capaz de proveer a todos estos habitantes de su propia identidad y de colapsarlas a todas en un espacio que tenga su propia consistencia formal sin estridencias ni estorbos ni pastiches: ahí están los columpios demandados por los vecinos, las rutas para correr, las pequeñas placitas ubicadas en la parte intermedia de los nuevos puentes peatonales, como el construido por el francés Dominique Perrault, que el proyecto es capaz de absorber gracias a este espíritu integrador en que cualquier obra interesante se suma al conjunto enriqueciéndolo: y es que identidad significa en este caso atender a la diversidad y conseguir que cada proyecto sume. Por todo esto estamos ante una de las intervenciones urbanas más exitosas del país: no sólo ha conseguido ser un proyecto popular, bien hecho y emocionante(3), sino que también ha conseguido mejorar tanto su entorno como los proyectos que en él se disponen. Aunque queda, en medio de esta celebración, echar un poco de agua al vino pidiendo que no se baje la guardia y se pervierta este espíritu especulando con los grandes solares adyacentes producto del traslado de equipamientos que ya no tienen sentido(4) a base de torres desnaturalizadas de muchos metros de altura: esperar, ver, protestar y votar en consecuencia si los gestores municipales no son capaces de preservar esta gran obra.
(La fotografía es obra del arquitecto Enrique Ibáñez, que participó en el proyecto como integrante de West 8. Actualmente dirige el estudio urbanmatters junto con David Santamaría.)
- Que en realidad justificará su prestigio en función de la calidad de los ganadores pero claro, las deudas.
- Si no fuese porque las megalópolis se están disparando de tamaño. Ya hay un par o tres de ellas rondando los cincuenta millones de habitantes. Me uno a la creencia que estamos a pocas décadas que el peso de estas ciudades supere al de los países.
- También en este caso podríamos hablar de escalas de apreciación, porque no siempre el gusto de los arquitectos y el del público coinciden. En este caso sí y hay que celebrarlo.
- O sí. Está el caso de Chamartín, y se podría debatir sobre si era pertinente trasladarlo o no a San Blas. Como también se podría debatir la necesidad de que una ciudad como Madrid (lo mismo que Barcelona) tenga dos estadios de primera división infrautilizados. Lo mismo Atlético y Real, Barça y Español, podrían compartir un solo estadio municipal a la manera de Milán.
