Luis Noaín, magistral

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Nos cruzamos en Sildavia, hace unas semanas. Teníamos amigos en común, nos caímos bien.

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Lo vi de presentador y pianista en el divertido músical Danvers. Comencé a encontrarlo francamente interesante.

Danvers, me gustó

Y unos días me llegó un guasap suyo diciendo algo de un concierto. Le pedí una invitación. Estaba todo vendido, pero aún así me dijo que sí, que dejaría una entrada a mi nombre en la puerta. Fue entonces cuando me vi obligado a enterarme del título del concierto: Fortuny y la Ópera Romántica, y el lugar donde se celebraba: el auditorio, cuatrocientas plazas y una acústica maravillosa, del Museo del Prado.

Soy un tipo asilvestrado, poco sé de música clásica, aunque de tanto en tanto mis amigos cultos me invitan a un concierto; y suelo ir. No lo pasó mal, por supuesto, pero hasta la fecha nunca ha estado en el top ten de las cosas que más me apetecen hacer (excepto quizá cuando descubrí a Sergi Gerviev). Pero en cualquier caso, y volviendo al presente, yo había pedido una entrada y ahora me tocaba ir al concierto de Luis Noaín. Sí o sí. Lo del Prado era un aliciente; aún no conocía su sala de conciertos.

La cola enorme para entrar en la pinacoteca, al parecer es gratis a partir de determinada hora, me asustó un poco. Pero al auditorio se entraba por otro sitio; también había cola, pero su longitud era tolerable.

Y quince minutos de cola después allí estaba yo, sentado entre gente que no conocía y que tampoco me conocía a mí. Todos educadísimos y levemente incómodos por el exceso de proximidad. El sitio era bonito, un diez para el arquitecto (¿Moneu?). Al principio era sólo otro concierto, normal, agradable, bien, pero al poco…

Al poco flipé.

Y ahora voy a copiar, palabra por palabra, lo que escribí en mi humilde diario manuscrito, el que casi nunca enseño pues lo hago exclusivamente para mí.

Deslumbrante Luis Noaín, es un pianista excelso. Hoy le he visto en el Auditorio del Museo del Prado. Con una soprano, Carmen Solís, y un barítono, Manuel Lanza, pero para mí, y a pesar del altísimo nivel de sus compañeros de escenario, para mí la estrella era él.

Disfruté enormemente, qué inesperado, con el concierto. Me sentía feliz al terminar. Sí, me había pasado alguna vez, con Gerviev; pero no tanto. Y quizá la mejor manera de explicar lo que sucedió es volver a la gente que me rodeaba y a quienes no conocía, esos que se sentían incómodos de que yo estuviera tan cerca y me hacían hacerme incómodo a mí por estar tan cerca. Ahora todos me miraban directa y alegremente.

«Fíjate bien en mí, cómo yo me estoy fijando en ti; somos testigos el uno del otro de haber estado aquí, en este concierto fantástico». Ese tipo de mirada.

Raras veces sucede que el arte, nos cambie por completo el estado de ánimo y el modo de mirar el mundo. Me sucedió a mí el pasado 23 de febrero. A mí y a todos los que llenábamos el precioso auditorio del Prado. Y por ello, en agradecimiento y reconocimiento, he utilizado un adjetivo sin matices para definir en el título de este artículo a Luis Noaín. Magistral.

Qué bien, qué suerte, qué fortuna, que estuve allí. Gracias Luis.

 

(mecanografía María Muñoz)

 

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