Al sol del mediodía

 El sol, en su zénit. Las chicharras tocan la banda sonora de un mediodía de verano. Las calles desiertas. A la sombra de una parra, tres vecinas comparten charla mientras sus hijos se cobijan del estío y del aburrimiento al fresco de los adobes.

  • Ha dicho la tele que ya queda poco. Por fin van a irse todos.
  • Sí, porque no sé a qué vinieron a este país.
  • A robar. Eso es a lo único que vienen.
  • Como si a nosotros nos sobrara, van y los traen. Con la escasez que tenemos de todo y más desde que las empresas nos imponen trabajo, horario y sueldo. ¡Fíjate!
  • Con lo bien que estábamos cuando nos quejábamos de que los sindicalistas no hacían nada. Pero ahora,…, es peor. Ya ni siquiera hay sindicatos que nos defiendan. Y del gobierno, ni hablamos. Ponen a quién les da la gana.
  • Eso es por culpa de los terroristas. Que lo ha dicho la tele. Por su culpa casi ni podemos salir de casa. Porque claro, la policía hace su trabajo. A ver. Si sales y no vas identificado, pues te detienen.
  • Todos sabemos que tenemos que ir identificados. Y es que a los malos se les ve en la cara. Y con los atentados que hay, normal que disparen y después pregunten.

Todo parecía normal. El sol ahora era tibio y la luz pálida. Las chicharras habían callado y el silencio escondía la realidad. Catalina entró a ver a los niños. Era raro que no se les oyera discutir. Estaban dormidos. La paz reinaba en la estancia. Catalina salió y, justo antes de llegar a la parra, un enorme estruendo ocupó el lugar que ella había dejado. Algunos cascotes saltaron por la puerta abierta. Los cristales de las ventanas derramaron sus lágrimas en el asfalto. Catalina, miró atrás y,… – ¡mis hijooosss!, ¡por Dios!, ¡que les ha pasado a mis hijooosss…! – empezó a sollozar en un ahogado grito.- Las lágrimas recorrían sus mejillas. Su casa ya sólo era media pared y escombros.

  • “Tres terroristas muertos en un bombardeo en el poblado de Valdorros”, decía la presentadora de las noticias de las diez.

 

Luchar, y luchar,… y volver a luchar

Dicen que la historia se repite. Y en cierta forma sí, porque no aprendemos. No tenemos memoria, o mejor dicho, estamos preparados para olvidar aquello que nos produce malestar y tendemos a quedarnos sólo con los buenos recuerdos.

Hace ahora ochenta años, España avanzaba viento en popa hacia la igualdad, la modernidad y el progreso. Pero como dice el falso dicho del Quijote “Con la iglesia hemos topado, amigo Sancho”. Con la iglesia y los terratenientes. Cuando la iglesia empezó a no poder controlar la educación y temió perder su catequesis educativa y la reforma agraria era más que un rumor, al pájaro republicano, le cortaron las alas. Por entonces, una ola de carácter fascista empezaba a inundar a nuestros vecinos europeos. En 1932 el partido nazi había ganado las elecciones en Alemania (sin mayoría), lo que en 1933 posibilitó que Hitler, primero le echara la culpa del incendio del Reichstag a los comunistas para aniquilarlos y después prohibiera todos los demás partidos empezando por los socialdemócratas y acabando por disolver a los socios que le llevaron al poder, los nacionalistas católicos. Entre tanto, los Ingleses MacDonald y Lloyd, no veían en principio con malos ojos lo que pasaba en Alemania. Hay que recordar que el mundo de entonces llevaba cuatro años en una devastadora crisis que se había llevado por delante la economía en el crack del 29.

Hoy, emulando aquella crisis, surgen renovados sentimientos patriotas, de xenofobia y de rechazo. El Brexit es un hecho. Y también lo es que es fruto de unas políticas de desigualdad, de xenofobia y de hecharle la culpa al inmigrante que lleva la UE. La del 29 nos llevó a la Segunda Guerra Mundial. La actual ha abocado en esta Guerra Mundial Económica que está dejándonos sin derechos, sin salarios y en la más absoluta indigencia.

El Tratado de Libre Comercio entre USA y la UE, el TTIP, no es sino una vuelta de tuerca más a esa limitación de derechos. Una presión que nos ahogará y que machacará cualquier atisbo de poder de los trabajadores, de los consumidores,… Este tratado es básicamente una claudicación de los estados hacia las multinacionales que nos dejará sin derechos, como trabajadores y como consumidores y lo que es peor, sin tribunales dónde poder reivindicarlos.

El miedo con el que nos intentan convencer de las siete plagas a las que nos llevará un gobierno del cambio no es porque la economía se vaya ir al garete. El pavor, el pánico lo tiene ese 1% que controla el 99% de las riquezas, y que ha visto como se ha globalizado el mercado, mientras se ha regionalizado el trabajo allí dónde los derechos humanos no existen. Allí dónde, precisamente por eso, sus ganancias se multiplican por mil. Una prenda, una zapatillas, un balón que un niño o una mujer produce por menos de 100 dólares al mes, se vende en el primer mundo por 30, 40 o 100 dólares la unidad.

Si no acabamos con esto, si no luchamos por una UE social, si no logramos embarrancar el TTIP, pronto lucharemos entre nosotros, no por los derechos, no por cualquiera de los inútiles bienes de consumo, sino por el agua potable o por llevarse a la boca un mendrugo de pan.

 

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