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“Entre los seres humanos existe un hilo vinculante ajeno a la razón”

Un angustioso clima opresivo envuelve ‘La niña del salto’, de Edgar Borges, sobre una víctima de la lacra machista que se refugia en la poesía

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análisis

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“Después de siete años de dominio, en los últimos días se le había rebelado al marido de la manera más inesperada. Cuando él la atormentaba o la buscaba para penetrarla, ella le soltaba algún verso como si se tratara de un rezo que la fuera a liberar de un exorcismo”. Desde sus primeras líneas, Edgar Borges, escritor caraqueño afincado en España desde hace más de una década, no oculta en absoluto sus intenciones sobre La niña del salto (Carena). Quiere hacer partícipe al lector del terror y al mismo tiempo del maravilloso universo paralelo creado por Antonia, su protagonista. Un pavor cotidiano en forma de violencia machista que su hija intenta sortear a saltitos tras el tabique de los golpes y ella, Antonia, a golpes de versos de Diane di Prima, Yeats, Pessoa, Pizarnik… La niña del salto es un relato desgarrador pero ante todo sumamente bello, una bocanada de excelente literatura que acongoja, atrapa, conmueve e ilumina a partes iguales. Nadie sale indiferente de esta historia y todos los lectores cómplices no dudarán en compartir poemas como forma de exorcismo reparador frente a tanta maldad circundante.

 

Estar en la mesilla de noche de autores como Enrique Vila-Matas o Peter Hadke impresiona y atemoriza a partes iguales. ¿No lo cree así?

Lo observo como la respuesta a las influencias literarias que han determinado mi narrativa. Algo de esas lecturas está presente en mi obra, pero también entre ellos existe una correspondencia al sentido que ambos escritores tienen de la literatura. En mi caso es un privilegio que algunas de mis novelas hayan sido leídas por Vila-Matas y Handke. Con Handke me reuní por vez primera el pasado año en el Goethe Institut de Madrid, fue un encuentro entre dos personas que parecían conocerse desde hace tiempo. Pienso que entre los seres humanos existe un hilo vinculante ajeno a la razón; ese hilo, esa forma de comunicación extraña y anormal la sentí cuando me reuní con Peter Handke.

 

¿Vértigo o responsabilidad cuando sabe que su literatura es seguida de cerca por algunas de las plumas más excelsas del panorama nacional y europeo?

Responsabilidad con la narrativa como instrumento para cambiar realidades. La narrativa es el recurso, incluso por encima de los argumentos, donde se sustenta mi idea de literatura.

“No admito el realismo mágico, las realidades son, en sí mismas, mágicas”

 

¿Qué y quién es la niña del salto?

Es una niña que, por una razón biológica (o acaso existencial), en lugar de caminar aprendió a saltar. La historia cuenta la realidad de una mujer que se ha rendido ante el hastío que domina su vida adulta. Un marido autoritario, un pueblo aburrido, la repetición de los días. Antonia, el personaje en cuestión, da por terminada su relación con los sueños, con la vida que deseó en la adolescencia, con su gusto por la poesía. Sin embargo, para su sorpresa, será su hija de siete años, la niña del salto, quien le sacudirá las telarañas de la costumbre. El solo hecho de saltar por necesidad moverá en Antonia el sentido del juego, el sentido de la vida de poeta que aspiró cuando vivió en Madrid. Pero esa rebelión emocional traerá sus consecuencias en un entorno nada decidido a aceptar las fantasías como parte de la vida. A todas estas un grupo de impostores llegará al pueblo con la idea de leer poesía en plena calle. Estas personas en un pasado fueron amigos de Antonia, hoy se dedican a adoptar la identidad de escritores. Este grupo, bajo otra identidad, será otro factor que moverá la necesidad de salto de Antonia. En la novela apenas se asoma el tema que mueve el título y el entramado: la niñez. De manera pausada y casi imperceptible, como si fuera la segunda voz de la historia, se asoma la derrota de la infancia. Los adultos de la novela, no acostumbrados a ver niños, se impactan ante la continua sonrisa de una pequeña que siempre salta. En los adultos ha muerto todo vestigio de infancia, solo les queda espantarse ante la aparición de una niña que salta. La llegada de la belleza en un espacio saturado de hastío traerá duras consecuencias.

 

¿Qué le ha llevado a ubicar la trama de esta nueva novela en Santolaya, Asturias?

Necesitaba un pueblo con pocos habitantes y pocos niños, sobre todo para los años 90, que es cuando se desarrolla una de las etapas de la novela. Durante varios años viví en Gijón, pero no conozco Santolaya. Quería verter la trama dentro de un lugar que no tuviera en la memoria, para ello el amigo asturiano Jaime Gonzalo Cordero, quien sí conocía el pueblo, me respondió una serie de preguntas sobre el lugar. A través de sus respuestas fui creando el escenario que pretendía. Es decir, en la novela nadie encontrará a la verdadera Santolaya, pues lo que quería era dibujar un espacio entre lo existente y lo posible. Que el lector, aunque conociera esta región, pudiera crear una nueva geografía. En varios momentos los personajes se preguntan si están en Santolaya, Madrid, Caracas o Bogotá. Esa idea reforzaría mi intención de contar historias donde muy en silencio los personajes dudan de la noción del espacio tiempo.

“De manera pausada y casi imperceptible, se asoma la derrota de la infancia”

 

El ritmo narrativo es subyugante y tremendamente absorbente. ¿Es de los escritores que están convencidos de que el cómo es tan, o quizás más, importante que el qué se cuenta en sí mismo en la narrativa de ficción?

El cómo es el artefacto que dinamita las convicciones del lector. Las frases deben operar como la pólvora que conduce a un espacio de desconcierto. Para ello hay que atrapar la atención del lector, seducirlo para que pueda bajar hasta el sótano donde se esconden los otros niveles de la historia, sin que en el camino perciba que poco a poco se aleja de la orilla de seguridad que ha determinado su rutina. Eso me interesa de la ficción, su martillo invisible con el que podemos demoler cualquier noción de realidad por muy dominante que se presuma. En La niña del salto, por ejemplo, el cómo me permitió ofrecerle al lector la idea de que se encuentra ante espacios vacíos. Es decir, la narrativa se vuelve aliada de las sensaciones para lograr que el lector perciba una serie de intenciones. Me interesaba asomar la lucha intima de cada personaje por construir su propio imaginario, su propio sentido de salvación ante el hastío dominante. En la historia lo geográfico y lo mental son espacios en constante interrogación.

 

¿Hasta qué punto el realismo mágico brilla entre las páginas de su nuevo trabajo, o es sólo un espejismo?

El realismo mágico no me interesa, no lo conozco, no lo admito como lector ni como escritor. Esto porque las realidades son, en sí mismas, mágicas. Una cosa no está divorciada de la otra, entonces no debemos clasificar estos términos por separado. Recuerdo que una vez Julio Cortázar le dijo a Joaquín Soler Serrano que “no podía diferenciar entre lo fantástico y lo real porque ese todo había formado parte de su vida desde la infancia”. Entiendo que toda obra literaria es un camino hacia otras posibilidades distintas a las que nos enseñan en la escuela, o en el hogar. Si la literatura se hace para convalidar lo existente, deja de ser literatura. Bendita sea la novela que logre dinamitar las convicciones de la realidad.

“Los venezolanos evitaremos el suicidio colectivo”

 

Mágico o no, usted se permite incluso la licencia de invitar a su historia a un “simulador” de Boris Vian. ¿Le seduce la idea del juego narrativo o es simplemente una licencia artística sin maldad alguna?

Me seduce la idea de participar en el juego, como otro creador más, junto al lector, que también juega desde su perspectiva.

 

Desde hace más de una década reside en España. Y en diez años, precisamente en estos últimos diez años han pasado y pasan muchas cosas en su Caracas natal, en su Venezuela natal. ¿Se atreve a radiografiar someramente el presente de su país?

Por un cúmulo de incapacidad y corrupción política, los sueños de los venezolanos se han convertido en una pesadilla colectiva. El país se ha debatido entre la ingenuidad y la corrupción; hoy sabemos lo caro que a los pueblos les resulta, en boca de políticos, la palabra esperanza.

 

¿Y un diagnóstico de futuro?

Evitaremos el suicidio colectivo.

La niña del salto
Edgar Borges
Ediciones Carena
231 páginas
12 €
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