Los resultados en Turquía son tristes y preocupantes. No solo para las turcas y los turcos que lo sufrirán en primera persona, sino también para Europa y el mundo en general.
Lo alarmante es que no se trata de un hecho aislado. Al igual que en las elecciones de Hungría, Polonia y Estados Unidos demuestra que mucha gente con miedo y rabia, los perdedores dentro del equipo de los ganadores de la globalización, buscan hombres fuertes, líderes con soluciones fáciles y palabras rápidas.
Mientras Europa mira acojonada hacia París, para ver si los franceses también se decantan por las respuestas simples y los discursos agresivos, en el Bósforo se avecina una dictadura nacional-religiosa o otro levantamiento militar.
Todo esto en un país que es nuestros aliado en la OTAN, con las mismas bases militares que las nuestras, país al que hemos prometido defender en el artículo 5 del tratado de la OTAN, hasta la última gota de nuestra sangre.
Todo esto en un país multiétnico, plurinacional y con religiones varias y enfrentadas, lleno de millones de refugiados que administran por nosotros a cambio de unos billones de euros y que en cualquier momento nos pueden enviar, si no nos «portamos bien».
Todo esto en la frontera con un socio nuestro en el que hoy alguien pagó su café con los mismos euros que tu pagaste el tuyo, país al que cada pocos meses rescatamos de nuevo con tu dinero, para que no nos contagie.
Todo esto en la frontera con un país hundido en una guerra civil que dura 6 años (nuestra última guerra civil duró 3 y aún la estamos digiriendo cuatro generaciónes despues de su fin). Una guerra sin reglas, sin frentes, sin buenos ni malos, con diferentes enemigos y amigos temporales en coaliciones variables y cruzadas. Bajo un cielo en el que se turnan aviones para bombardear a civiles, rebeldes buenos y malos, soldados regulares e irregulares, amigos y enemigos.
Todo esto en el país de mis amigos. En la patria que añoran mis vecinos en Suiza como yo la mía, hijos de emigrantes como yo, que traen humus y cordero a las fiestas que yo llevo croquetas y empanada. El país que vio salir a 3 millones de emigrantes como el nuestro y cuyos hijos y nietos son empresarios, autónomos, trabajadores y siempre un poco transeúntes entre dos tierras.
Lo que acaba de suceder en Turquía no es un hecho aislado, lejano y pasadero, es un problema tuyo y mio, en Basilea, Paris, Estambul, Düsseldorf y Villafranca de Loquesea.

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