Hace ya un tiempo, repasábamos algunas de las definiciones claves para eliminar algunas de esas creencias que tenemos sobre la Psicología y los psicólogos. Pero hay otras muchas creencias sobre nosotros y nuestra profesión que merecen ser tenidas en cuenta.

Si bien la cosa está cambiando, todavía existe la creencia popular de que al psicólogo sólo van los que están “locos”. Sin embargo, el campo de la Psicología es mucho mayor, donde caben áreas de crecimiento personal y profesional que son muy útiles para ciertos momentos de la vida en los que nos sentimos más «atascados». Así, en la actualidad, el entrenamiento en habilidades sociales o la orientación para el desarrollo personal son de las más demandadas en consulta.

Una vez que la persona llega a la consulta, podemos encontrarnos que piense que la terapia va a ser larga y costosa y que va a tener que contar toda su vida para dar con la raíz del problema. Y, realmente, ninguna de las dos cosas es cierta. Cuando alguien nos llega a la consulta con un problema, lo primero que se debe hacer es proponer un tratamiento con una duración determinada que, casi siempre, oscilará entre los 6 meses y 1 año, aunque será variable dependiendo de cuál sea el problema por el que se viene. Además, a lo largo de la duración del tratamiento, las sesiones se irán espaciando en el tiempo, por lo que el coste se reduce. Tampoco va a ser necesario que detallemos toda nuestra vida, salvo que el tratamiento del problema en sí lo requiera o el paciente pida, expresamente, profundizar más en acontecimientos pasados como una forma de conocerse más a sí mismo.

Aunque ya he comentado el tema del costo, voy a ahondar un poco más, porque mucha gente comenta que el precio es elevado, siendo la única labor del psicólogo la de escuchar. Sin embargo, esa no es nuestra única labor. Además del tiempo que pasamos en consulta con el paciente, tenemos que preparar las sesiones previamente, realizar el plan de tratamiento, preparar los materiales para las sesiones y actualizar los datos del paciente, entre otras tareas. Es decir, antes de que llegues y después de que te vayas de la consulta, el psicólogo o psicóloga sigue trabajando en tu caso.

Quizás pienses que el psicólogo te da la solución a los problemas o te va a decir qué es lo que tienes que hacer, lo cual es erróneo. Participar de un proceso terapéutico implica que la persona asuma un papel activo en dicha terapia. La función del psicólogo o la psicóloga a lo largo de dicho proceso es la de guía, siendo la persona la que va tomando las decisiones y los caminos. Sí es verdad que, en ocasiones, el terapeuta va a ser más directivo, por ejemplo, mandando «tareas para casa» que el paciente debe realizar para mejorar a lo largo de la terapia; aun así, la decisión última está en el paciente. El psicólogo jamás debería decir a un paciente qué dirección tomar en su vida o cómo solucionar un problema.

Es llamativo también como algunas personas llegan a consulta pensando que el psicólogo tiene una capacidad extrasensorial para leer la mente o saber qué está pensando sólo por sus gestos. Y parte de la culpa de esta creencia la tienen las películas y series de televisión, que nos presentan hechos ficticios como si fueran hechos comprobados científicamente. Es verdad que la conducta no verbal (gestos, movimientos de manos, mirada, expresión facial,…) es capaz de darnos una idea de cómo se siente la persona, pero no podemos establecer una línea de pensamiento relacionada, es decir, no vamos a saber más allá de lo que el paciente nos está diciendo. Somos capaces de detectar mentiras de la misma forma que cualquier otra persona.

La idea de que el psicólogo es como tu mejor amigo, porque se lo cuentas todo es también un error. La relación con el psicoterapeuta va a ser estrictamente profesional, no es tu amigo pero sí es una persona en la que debes tener confianza para que pueda ayudarte a mejorar. En una relación de amistad las dos partes comparten su vida, pero en la relación terapéutica sólo es el paciente quien expone su vida y creencias, y el psicólogo guía para que haya un cambio, cuando esas ideas están suponiendo un problema para el paciente. Eso sí, en ocasiones, los psicólogos hacemos autorrevelaciones de nuestra vida; pero sólo se hace cuando puede servir para ayudar al paciente.

Por otra parte, cada vez más, el uso del diván va descendiendo, por lo que no estarás todo el tiempo tumbado o tumbada para contar tu vida. Actualmente, las consultas de los psicólogos van incluyendo más elementos con los que poder interactuar o como una forma de elegir qué tipo de terapias quieres desarrollar. Así, podemos encontrar el modelo médico (psicólogo, con bata, y paciente sentados uno a cada lado de una mesa), una consulta con sofás o butacas,…

Para acabar esta primera tanda, la edad para ir al psicólogo también se pone en cuestión. Hay gente que comenta que a partir de cierta edad no vale para nada ir al psicólogo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que aunque la capacidad para aprender disminuye, ésta no desaparece a lo largo de toda la vida. Así, hay terapias que ayudan a estabilizar a pacientes con Alzheimer o demencias – como comentaba en el artículo anterior – entre otras. Esto supone que no hay una edad para asistir a consulta.

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