Vamos de éxito en éxito hacia las mazmorras de la Historia conducidos por una pandilla de pícaros, mediocres y corruptos que se empeñan en despojar a los españoles de la dignidad que merecen. En este sendero, sin pausas desde la refundación del franquismo en esta neodemocracia de sobrecostes y negociados, somos espectadores impertérritos de cuanto desmán se les ocurra a los que se proclaman guardianes de la fe, custodios de la españolidad y profetas del destino que este país tiene reservado para los derrotados. El Valle de los Caídos es la metáfora perfecta de esta idea.

Porque la realidad es bien distinta al discurso oficial. Los hechos desvelan que estamos siendo conducidos al patio trasero de Europa por la clase política más incompetente que el postfranquismo ha alumbrado. Son los mariscales de la derrota. Responsables de la imposición de prácticas tan antidemocráticas como la usurpación de la voluntad de la mayoría de españoles de pretender un futuro mejor, al ser resuelta entre las bambalinas de un parlamento que se ofrece como coartada al incumplimiento de los contratos electorales o a la consumación de la entrega. Es el caso del CETA.

 

Canadá y la Unión Europea han firmado a finales de 2016 el Acuerdo de Libre Comercio, también conocido como CETA. El parlamento belga de la región de Valonia mantuvo entonces las negociaciones en vilo y retraso la cumbre con la firma del tratado. El acuerdo es el pacto comercial que, de modo aparente, intentará incrementar los intercambios entre Canadá y la Unión Europea en 20.000 millones de euros al año. Pero este acuerdo esconde una pérdida de soberanía, otra más de los Mariscales de la Derrota, en cuestiones de arbitraje y marcos legales aplicados a esas transacciones. Entre otras cosas, porque los beneficios son asimétricos. Es decir, no aportarán riqueza dentro de un contexto de progreso social. Ello, en razón de negociarse sin transparencia para favorecer a las multinacionales. Volvemos a la UE de los lobbies y desertamos de la UE de los ciudadanos.

Lo que representa el CETA, y las consecuencias negativas para la Unión Europea en materia de empleo, de acceso a los mercados, seguridad alimentaria, en medio ambiente y en gestión de los recursos naturales, no ha sido debidamente aclarado al conjunto social. De hecho, verificando la subordinación de la mayoría de nuestro Parlamento a voluntades que no parecen compatibles con el juramento que sus señorías formularon al asumir sus actas, se ha mostrado más diligente en aprobar este acuerdo que en derogar la Reforma Laboral. Por decir algo. El tema es redefinir la fuente de la legitimidad de la institución parlamentaria.

Así, el pleno del Congreso ha rechazado este jueves 17 de mayo la enmienda a la totalidad planteada por el grupo Unidos Podemos contra este acuerdo, y también su intento de paralizar la ratificación del tratado hasta que el Tribunal Constitucional se pronunciara sobre su contenido. La ratificación del CETA ha sido apoyada por PP, PSOE, Ciudadanos, el PdeCat, la ex Convergència y el PNV. Los que iban a romper España. Unidos Podemos ha tenido el respaldo de Compromís, ERC y EH Bildu. Esta es otra derrota de la que los españoles por desinterés o ignorancia no son conscientes. Pero lo sufrirán.

Este asunto resume la clave de todas las pugnas en las que estamos. Desde la deserción del rol de control del Estado para proteger a los ciudadanos del abuso de los centros de poder financiero, empresarial, religioso y político. Hasta el modo y marco en el que se está desarrollando todo lo relativo a la corrupción. Lo que se dirime en estos tiempos no son cuestiones menores. Se trata de la misma esencia de la Democracia, sistema que se está viendo agredido por una serie de medidas que procuran la aceptación sumisa de un destino que no nos merecemos. Como la subordinación de la Justicia a los poderes fácticos, videoconferencia mediante.

Recordemos a José Saramago: “La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva.”

Ser derrotados es una aceptación antes que una real condición. Pero sobrepongamos y recuperemos nuestra capacidad de luchar en la defensa de la democracia.

 

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