Los años y la sociedad nos han hecho a todos demócratas, al menos en el pregonar y en el decir que más allá de nuestra ideología, respetamos al otro. Por arte del mágico lenguaje y de la corrección política, ya no hay racistas, explotadores, homófobos, machistas, ni autoritarios. Entre penumbras, sólo queda ese reducto difuso e indeterminado, y de heterogénea procedencia y condición, que forman los terroristas para unos, y los antisistema para otros. ¡Temed pues, que entre ellos os incluyan! Porque el enemigo más útil, como nos enseñó la Inquisición, siempre ha sido aquel que por su vaga indefinición, habilita la inclusión de cualquiera que se nos oponga.

Y sin embargo, la historia nos muestra, que si bien cambian las circunstancias, no lo hace así el hombre. Y yo confío más en ella, que en las ideas que nos inculcan. Porque aunque se tilden de democráticos, los hechos dibujan con precisión que aún existen autoritarios y fanáticos, para los que la expresión social de lo que debe ser un hombre no es más que un libro cerrado.

Ellos han existido siempre y lo seguirán haciendo, porque en el fondo todos somos amamantados con esas premisas. Aprender implica una forma rotunda e unívoca de entender las cosas. Y confrontar otras maneras, de entrada provoca nuestro rechazo. Porque si llevamos toda la vida comiendo con cubiertos, no sólo nos desagradará hacerlo con las manos, sino que además no comprenderemos que alguien pueda hacerlo de otro modo. Y ello no involucra simplemente a la costumbre, sino a los afectos.

Los valores de la cultura en la que uno nace, están prendidos a los recuerdos, los amores, las personas, la felicidad y el dolor que cada uno ha vivido. Y esas raíces emotivas y reales son las que nutren la entelequia de la patria o la religión, que tanto ha gustado en manipular el poder para sus fines de conquista, guerra, pervivencia y dominio. El sentimiento de pertenencia nos da seguridad. Pero también nos torna en irracionales peleles, cuando esos sentimientos son apelados por aquellos que tienen el poder y usan los medios de comunicación de masas para sus fines.

La democracia supuestamente es el gobierno de todos y para todos y en teoría garantiza la libertad de cada uno, pero la práctica nos enseña lo contrario. Si quieren, como mucho, se ha convertido en que una mayoría regle e imponga cómo deben de vivir, comportarse y hasta pensar (al menos lo intentan) aquellas miríadas de minorías, que no han llegado a ser mayoría. Cuando el espíritu de la ley debería ser el respeto al diferente. Porque, ¿qué le importa al otro lo que el vecino haga con su vida? Si con ello no le hace mal a nadie, no debería sentir que tiene derecho, ni tan siquiera a intentarlo.

Temas como el aborto o la imposición de la religión católica como asignatura muestran la verdadera pasta de la que están hechos esos “demócratas”. Su rancia tradición nada tiene que ver con el sentido democrático. Hablan de patria y se enorgullecen de un pasado imperial, lleno de masacres, esclavos, colonialismo, clasismo y aplastamiento de culturas diferentes. Exterminándolas, en el caso de los aborígenes americanos, en Los Estados Unidos, o borrando su legado e imponiendo por la fuerza el propio, como en el caso de España. Sí, el mundo era diferente entonces, pero apelar a esa grandeza demuestra que ellos no quieren dejar de serlo.

Conocer y vivir en otros países nos enseña que la sociedad no tiene una única forma de expresión, y aunque no llegues a comprender o a aceptar la ajena, siempre encontrarás expresiones culturales que te sorprendan e incluso te gusten más que las propias.

El fanático sólo utiliza un alegórico libro cerrado. A veces fue la Biblia o El Corán, como si en un mero libro pudiera encerrarse la única guía y todas las respuestas al poliédrico universo, del que formamos minúscula parte. Ahora y entonces, su cerrazón se niega a cuestionar lo aprendido. Como él entiende y ha aprendido, debe ser y no de otra forma. Si tiene poder intentará imponer sus reglas a otros, y con ellas los juzgará. Tal que si hubiera adquirido una prebenda divina. Las religiones mayoritarias siempre han utilizado esa bandera, y la sangre y la guerra que han provocado siguen manando. Pero una cosa es la fe y el ámbito privado, y otra muy diferente el público; sobre todo si se es un político, y te ufanas en llamarte demócrata.

No hagas a otros aquello que no te gustaría que te hicieran a ti…, es una máxima de Confucio. Nada nuevo existe, y cualquier novedad sólo puede proceder del olvido. Así que seguramente, otros sabios ya la predicaron. Y no te quepa duda, de que futuros seres humanos reclamarán a sus gobernantes la misma sentencia, porque muchos, de entre ellos, seguirán intentando imponer su obtuso y maldito, libro cerrado.

 

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Martius Coronado (Vva del Arzobispo, Jaén 1969). Licenciado en Periodismo, Escritor e Ilustrador. Reflejo de la diáspora vital de vivir en Marruecos, USA, UK, México y diferentes ciudades españolas, ha ejercido de profesor de idiomas, jornalero, camarero, cooperante internacional, educador social y cómo no, de periodista en periódicos mexicanos como La Jornada, articulista de revistas como Picnic, Expansión, EGF and the City, Chorrada Mensual, RCM Fanzine, El Silencio es Miedo, también como ilustrador o creador de cómics en diferentes publicaciones y en su propio blog. La escritura es, para él, una necesidad vital y sus influencias se mezclan entre la literatura clásica de Shakespeare o Dickens al existencialismo de Camus, la no ficción de Truman Capote, el misticismo de Borges y la magia de Carlos Castaneda. Libros: El Nacimiento del amor y la Quemazón de su espejo: http://buff.ly/24e4tQJ (Luhu ED) EL CHAMÁN Y LOS MONSTRUOS PERFECTOS http://buff.ly/1BoMHtz (Amazon)

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